El aborto clandestino es causa de la muerte de dos mil portuguesas cada año
Cuatro años después de la Revolución de Abril, el aborto clandestino sigue siendo uno de los métodos de control de la natalidad más utilizado en Portugal. La preocupación de no enfrentarse con una jerarquía católica políticamente aún muy poderosa, bajo el pretexto de no herir los sentimientos conservadores de las poblaciones rurales, hace que grandes partidos y sindicatos de izquierda no muestren gran interés por resolver un problema que es responsable, según los datos estadísticos de que se dispone, de la muerte de más de 2.000 portuguesas cada año.La Constitución portuguesa -una de las más progresistas del mundo, según se afirmó cuando fue promulgada en 1976- responsabiliza al Estado por «la organización de las estructuras jurídicas y técnicas que permitan el ejercicio de una paternidad consciente». Su artículo 67 se reflere explícitamente a la divulgación de los métodos de planificación familiar y reconoce a todos los portugueses el derecho de tener los hijos que quieran y en el momento que. juzguen oportuno, lo que implica la despenalización del aborto. Sin embargo, cuatro años después de la revolución, más de dos años después de la promulgación de la Constitución, la ley sobre el aborto ligue sin ser aprobada. Peor aún: la cuestión no ha sido todavía planteada en el Parlamento, y los partidos, incluidos el socialista y el comunista, son particularmente silenciosos al respecto.
Lisboa debe ser hoy una de las pocas capitales europeas que no ha sido escenario aún de una sola manifestación en favor de este derecho, reivindicado por movimientos feministas de todas las orientaciones.
El Partido Socialista lo incluye en su programa, pero en dos años como responsable del Gobierno del país no manifestó la menor intención de adecuar la ley a la Constitución., El propio Partido Comunista, cuando hace alusión al problema del abortó clandestino y pide que se ponga fin a esta situación anacrónica e injusta, se apresura a añadir que la solución correcta es la contracepción y no el aborto., pero tampoco tomó la iniciativa de presentar un proyecto de ley. Su organización feminista, el Movimiento Democrática de las Mujeres, sólo de tarde en tarde, y con visible falta de entusiasmo, se refiere a las reivindicaciones específicamente femeninas, como esta, elemental, de la maternidad voluntaria.
Cuando se les pregunta sobre el tema, los dirigentes -políticos o sindicales-, en su mayoría hombres, se disculpan con, el argumento de que, en un país con tantos problemas por resolver «hay cosas mucho más importantes y urgentes» que hacer.
Cien mil abortos
¿Estarán las mujeres portuguesas de acuerdo con esto? Nadie parece interesado en preguntarlo oficialmente, el aborto no existe la Comisión para la Condición Femenina, creada por el Gobierno Soares bajo la dependencia directa de la Presidencia del Gobierno, arriesga, sin embargo, un número que contradice el desinterés oficial: más de 100.000 abortos por año. Los médicos relacionados con la salud materno-filial son más pesimistas aún: estiman que el número de abortos debe ser igual o superior al de, nacimientos (180.000 en 1975). Millares de mujeres ingresan cada año en los hospitales a consecuencia de maniobras abortivas clandestinas: cerca de 2.000 de ellas pierden anualmente la vida en esta trágica aventura.
Sin medios legales, sin apoyos sociales, las mujeres portuguesas se las arreglan como pueden. Como en todas partes, las facilidades dependen del nivel socio-cultural. Preparación cultural y medios financieros van generalmente juntos, y cuando se tiene ambos cosas, el problema se resuelve con relativa facilidad. La solución se llama Londres, y el camino de la liberación de la maternidad no deseada pasa por Madrid. En la capital española, las portuguesas se reúnen con sus vecinas ibéricas en idénticas condiciones, y ayudan a llenar los charters especialmente fletados. Si la solución es médicamente correcta, no faltan los aspectos comerciales más o menos sórdidos de una de las formas de explotación de la miseria humana. El costo mínimo del salto (incluir los gastos de estancia) es de 20.000 escudos (unas 35.000 pesetas), cuatro veces el salario mínimo nacional.
Evidentemente, sólo unos centenares de privilegiadas pueden pagarse este lugo. Las otras tienen que encontrar una «solución nacional». Pero, aun así, existen grandes diferencias. Si se puede disponer de unos 6.000 a 10.000 escudos, se vive en Lisboa u Oporto, y se tienen relaciones en el mundo médico (en otras palabras, si se pertenece a la pequeña y mediana burguesía urbana) es posible recurrir a los servicios de centenas, tal vez millares, de parteras, enfermeras u otros miembros de profesiones paramédicas, muchas veces formados en el extranjero, que aplican,los distintos métodos (Kartman, raspado, etcétera) en buenas condiciones clínicas y con la discreta complicidad de un médico, que procede a los exámenes previos, pasa las recetas farmacéuticas y se mantiene en la sombra, pronto a acudir en caso de complicación posterior. El local clandestino, en general un piso bien amueblado, en un piso bajo, está siempre lleno de mujeres que fingen ignorar la razón por la que se encuentran allí. Leen o hacen punto mientras, sobre el sofá, una recién operada emerge de la anestesia. A pesar del carácter altamente lucrativo del negocio (al ritmo de quince o veinte operaciones por día), el peligro legal siempre presente conflere a la mayoría de las mujeres que se entregan a un cierto humanismo, un espíritu entre pionero y militante, que ameniza la tristeza del cuadro.
Este conjunto de ventajas hace que desde hace unos años bastantes españolas aprovecharan el sistema portugués.
Pero 6.000 escudos es aún mucho dinero. Para las otras mujeres, para la inmensa mayoría, en la ciudad o en el campo,queda el submundo de las curiosas, esta mezcla de brujas, curanderas y celestinas, que, sin el menor conocimiento científico, sin la más mínima higiene, ponen en marcha los Medios caseros más increíbles, los más peligrosos también: el perejil, la aguja de punto, la inyección de agua conjabón, sin contar con toda una serie de infusiones misteriosas. Madre Africa aporta también su contribución entre las mujeres de Cabo Verde, que forman parte del subproletariado de Lisboa, se perpetúan las recetas del curandero africano: el conocimiento delas virtudes abortivas de ciertas hierbas, mezclado con algunos ritos mágicos, más o menos cristianizados.
Cuando vienen a la luz las consecuencias trágicas de estas prácticas, todo el mundo se escandaliza: «¿Cómo puede suceder esto hoy en día? i Como si no existiesen otros medios!» Se culpa a la ignorancia, a la credulidad, al oscurantismo. Hay que divulgar, hacer conocer... Pero un discreto intento, en este sentido, por radio o televi sión, levanta oleadas de protestas. Se habla de la tradición cristiana del pueblo portugués, del derecho .de las familias, de la necesidad de preservar la inocencia de los nífios telespectadores, y los centros de planeamiento familiar llevan una vida casi clandestina, abiertamente hostilizados por el clero, ignorados por la gran masa de las mujeres, a quienes podrían aportar una solu ción para una pesadilla secular.
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