De la necesidad de las hienas
.Los oficios creadores precisan de las hienas comensales -y aun parásitas- para subsistir y seguir caminando con soltura y donosura. Las hienas ni pintan, ni escriben, ni torean, ni cantan, pero administran y sonríen enseñando, de paso, los colmillos; cada cual siempre sirve para algo, y el caso es no marrar el golpe ni perder demasiado el tiempo, que la vida achucha y es un soplo que se va sin pensarlo.
El maestro se lleva la gloria, que para eso le llaman maestro y lo entierran con la banda de música soplando, y la hiena se guarda la tajada, que para eso sabe marcar el, paso y entiende de cuentas y de ocasiones a las que pintan calvas. Cada cual a lo suyo y que cada domine se siga sabiendo su papel, ya que, mejor o peor, es lo que le da de comer y de cenar y hasta para vicios, aunque no siempre.
Los poetas debieran cantar a las hienas en verso heroico y solemne para mayor escarnio de todos y más confusa previsión de lo que todavía no llegó.
-¿Se acuerda usted de los poetas culteranos?
-No, señor.
-¿Y de los tísicos y melenudos?
-Tampoco.
-Hace usted bien. Aquí nadie se entiende ni nadie baila solo, y esto es un verdadero desbarajuste. Quizá fuera mejor avisar a las hienas.
-¡Todo pudiera ser!
Envío a los supervivientes con ingenuidad bastante.
Yo sé que mi fin, como el de los leones viejos, será el de ser devorado por las hienas. No me duelo, tan sólo quiero dejar constancia de que no lo ignoro.
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