_
_
_
_
Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Montserrat Roig

Era, en los primeros años setenta, la catalana progre y rubia, con larga faldumenta heredada de todas las abuelas de Günter Grass, y esa dulzura de borjas blancas que tiene el catalán en su voz, y que no he vuelto a encontrar en ninguna otra voz femenina. Era lo que se dice una progre (y ya está dicho) y a mí me llevó de la mano, en Barcelona, a conocer el barrio de Santa María, la plaza aquella de las palomas las palmeras y los chanquetes, el barrio Gótico y la flor más íntima o lo más íntimo de la flor -ya sal pura y sola-, de la rosa ciudadana y mediterránea.Ahora ha publicado una nueva novela: El temps de les cireres. ¿Pasó el tiempo de las cerezas, Montse? No les voy a contar a ustedes la oscura historia de la prima (apócrifa) Montse, sino solamente voy a recordarles que ella hizo buen periodismo, buenas entrevistas -a mí me tiene hecha alguna, donde llega a precisar lo honestamente imprecisable-, y que ahora hace en la televisión de Barcelona un programa llamado Personatges que es un A fondo con menos protocolo y más veneno. Pero Montserrat Roig, sobre todo, es novelista. Su última novela me la dedica así, con letra todavía colegial: «Para Paco, deliciosamente misógino. Con muchos besos.»

¿Besos, cerezas? Montserrat ha ganado los premios Víctor Catalá y Sant Jordi. Ha escrito otras novelas, y libros de reportaje. El temps de les cireres cuenta con agua de prosa y luz catalana el tempo franquista/postfranquista de una mujer, de unas mujeres, de una patria, Catalunya, que viene del seny burgués con fuentes modern-style y va hacia el futuro incierto de su catalanidad, saliendo desorientadamente de la invasión franquista, del barbarismo en su doble acepción de brutalidad y extranjerismo. Pero, sobre todo, esta novela cuenta y no cuenta a Montserrat Roig, que es La Bien Plantada de D'Ors pasada por el PSUC, que es la Teresa adolescente del Glosari apuntada y desapuntada a los socialismos unificados de Cataluña.

Cuando la progresía madrileña del tardofranquismo se encandilaba con la neocultureta catalana, y una noche en Oliver con Terenci Moix podía jer una orgía perpetua para los in y las in de entonces, yo leía a Montserrat Roig y paseaba con ella por el barrio Gótico de Barcelona. Montserrat nunca estuvo en la cresta cristalina y gaudiana de la ola contestataria. Llegó, ha llegado a nosotros despacio, sin perder la armonía en marcha de su larga falda, la claridad irónica de sus abiertos ojos.

Libros como los de Montserrat, libros como los de Gimferrer nos avisan siquiera sea por vía literaria (la más iluminadora de las vías)de que un país azul y entero crece, vive, recrece al costado del nuestro, como Montserrat Roig, Eva catalana y catalanista pudo haber nacido de mi costado si mi presunta misoginia -¿de dónde sacas eso, loca?- no lo hubiera impedido. Ay.

Cuando otros países nos avisan con la sintaxis de la sangre, Catalunya nos avisa con novelas, con prosas, con poemas, de que hay un tiempo de cerezas y borjas blancas a la orilla del Mediterráneo, y que no cabe sino respetar esa cosecha y mirar el mar a través de ella, como miraba Proust, a través de un rosal, el infinito tiempo que tarda un barco en lontananza en pasar de una rosa a otra.

Cito a Proust y su lentificación de la novela porque Montserrat Roig, como mucha de la cultura catalana, está tocada del mejor touch francés y ella narra despacio, como vive despacio (hasta que te metiste de lleno en la política, Montserrat, botas de miliciana), como mira despacio, con amor y desprecio, este resto de mapa que apenas da cerezas. Estábamos en el tardofranquismo, eran los primeros setenta, lo catalán y lo latinoamericano montaban drugstore literario en Madrid, y yo, más en la penúltima hora, me dejaba llevar, traer de la mano leve, mano con temperatura de pájaro de las Ramblas, por Montserrat Roig, en cuyos ojos y libros leía ya la amplitud venidera de una Catalunya que está ahí, aquí, traída sin violencia por todas y todos. Traída por Montserrat con su falda de pionera.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_