Golda Meir, una figura de excepción en Israel
La ex primer ministra de Israel Golda Meir murió ayer a la edad de ochenta años. Con ella desaparece la última de las grandes figuras del Movimiento Laborista israelí que levantaron los cimientos y edificaron el Estado de Israel. Diputada, ministra y primer ministra, su personalidad imprimió todo un carácter a la escena política de su país. «Es el único hombre de mi Gobierno», dijo de ella el primer ministro, David Ben Gurión. Desde Jerusalén, nuestro corresponsal Víctor Cygielman ha hecho la siguiente semblanza de Golda Meir.
La radio israelí interrumpió ayer sus emisiones a las seis de la tarde, hora local, para anunciar la muerte de Golda Meir en el hospital Hadassa, de Jerusalén. Su fallecimiento se ha producido tras una larga y penosa enfermedad. Su estado de salud, ya precario a raíz de una agravación del mal que la aquejaba, se vio bruscamente deteriorada hace cuatro días a consecuencia de un ataque de ictericia.Miembro de un kibutz en 1921, líder sindicalista en el veintiocho, dirigente político en 1936, ocupó el cargo de primer embajador de Israel en la URSS en 1949. En 1956 se convirtió en ministra de Asuntos Exteriores, en secretaria general del Movimiento Laborista en 1966 y en primer ministra en 1969. Esta mujer apasionada, esposa, madre y abuela, de la que Ben Gurión afirmó que «era el único hombre de su Gobierno», supo imprimir la marca de una personalidad sin igual a una época excepcional para Israel.
Nació en Ucrania en 1898 con el nombre de Goldie Mabovich. Pasó a llamarse Goldie Myerson por su matrimonio en Estados Unidos, adonde había emigrado su familia en 1906, huyendo de los progroms antijudíos de la Rusia zarista. Su nombre definitivo de Golda Meir lo adoptó cuando Ben Gurión la envió de embajadora a Moscú. «Golda», como la llamaban familiarmente los israelíes, se convirtió en el símbolo de una generación de soñadores y colonizadores, de idealistas y políticos realistas, que combatió a brazo partido, primero por un sionismo militante, luego por un Estado hebreo en lucha por su supervivencia física, política y económica.
Naturalmente, la vía escogida por Golda Meir, sus opciones políticas e ideológicas fueron criticadas por más de un israelí. A quienes se maravillaron ante su sentido del liderazgo y su fuerza de carácter, los críticos de Golda Meir replicaron que, muy a menudo, puso esa fuerza al servicio de una política equivocada y que su conocida obstinación era digna de mej ores causas.
En este sentido se evoca la política anexionista seguida por su Gobierno entre 1969 y 1974, y que resume la conocida frase de su entonces ministro de Asuntos Exteriores, Moshe Dayan: «Vale más Sharm El Sheik sin la paz, que la paz sin Sharm El Sheik.» Esta política condujo a la guerra de octubre de 1973.
Bajo su Gobierno, los israelíes sacralizaron la política de los tres «noes»: no al retorno a las fronteras anteriores a la guerra de 1967, no a un Estado palestino y no a las negociaciones con la OLP.
Por eso, cuando Menahem Begin, convertido en primer ministro, osó desviarse de uno de esos «noes», al aceptar -a cambio de la paz- un retorno a las fronteras del 67, Golda Meir, ya muy delgada y debilitada por la enfermedad arremetió contra «esta política capitulacionista y suicida» el pasado mes de septiembre.
Golda Meir ha desaparecido en el momento en que su partido, el Partido Obrero Israelí (englobado en la coalición laborista) atraviesa un declive político e ideológico desde que la ex-primer ministra abandonó la política activa, hace cuatro años. Sin embargo, la «gran y anciana-dama», como llamó casi afectuosamente el presidente egipcio Anuar el Sadat, se había ganado ya un lugar en el Panteón Nacional de Israel. Con su muerte, ayer, su país está en duelo.
Por encima del desastre
Los israelíes le tributaron un cariño que pocos dirigentes de Israel han tenido. De ella emanaba una fuerza, una seguridad que despertaban confianza. «Golda sabe lo que hace», «uno se puede fiar de ella», decían los israelíes, incluso en medio del desastre de la guerra de 1973, que no afectó a su prestigio. Entonces se pidió la cabeza de Dayan, o de este o aquel general, pero Golda quedó por encima de todo.
La fascinación que ejercía era sorprendente. No poseía el espiritu visionario de Ben Gurión ni la cultura política de Moshe Sharet. Ni siquiera la capacidad de análisis de Yitzak Rabin. Su hebreo era aún más pobre que el de Abba Eban, su lenguaje menos selecto que el de Begin; sin embargo, era, literalmente, hechizadora.
La última aparición pública de Golda Meir fue hace un año, cuando Sadat visitó Jerusalén el pasado mes de noviembre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.