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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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Yo, witty

Me parece haber contado ya en esta columna que, según recorte generoso que me envía Fernando Díaz-Plaja, yo soy un escritor witty para el Herald Tribune, periódico que me parece excelente, pero del que tengo que decir que siempre me ha quedado un poco tautológico por el título: heraldo y tribuna es demasiado para una cabecera. ¿La tribuna del heraldo, el heraldo encaramado en la tribuna?O sea que a partir de ahora le pido nuevo aumento a Juan Luis y titulo esto Diario de un witty, que eso vende. Lo que pasa es que al mismo tiempo que el recorte me llega carta de José Antonio Escudero (seguramente también lo he contado ya, pero la repetición es la clave del estilo). Este señor trabaja en la Emigración esa de la cosa y me invita a presentar la Constitución en Nueva York, con políticos y otras gentes constitucionales. Ahora comprendo lo del Herald Tribune y supongo que es para irme preparando el terreno. Allí donde falle la jurisprudencia de UCD, allí donde vacile la dialéctica sevillana de Felipe, allí donde despierte recelo el pacifismo del pacífico Carrillo, allí tiene que estar el witty.

Ahí te quiero ver, tío.

Lo que pasa es que uno, en principio, caso de ir, iría de informador u observador, como otros periodistas, y si los españoles o los americanos piensan salvarse mediante el witty (aquí el witty) frente a los emigrantes obreros de Orense y Arjonilla, les voy a dejar lo que se dice mal, tipo grosero en plan cremallera, porque yo de la Constitución no tengo nada que decir, salvo que es un arma de derechas a utilizar por la izquierda contra la ultraderecha golpista o inspirada, que habla en verso malo sin saberlo.

No se trata de vender una Constitución, sino de ver cómo la venden y contarlo o callarse, pero, dado lo bueno que estoy siempre he sospechado que algún Gobierno acabaría contratandome de majorette. Ha sido el de Suárez.

Me coge un poco carroza para lucir la pierna y girar el bastón por la Quinta Avenida, a los sones del himno nacional, que, como sabe Pemán, no es más que un arreglo musical, pero a lo mejor voy como Marilyn Monroe fue a Corea: sin saber bien a qué, sólo por poner verriondillo al personal.

Yo, que me he resistido a anunciar champán, cafés y otros bienes de consumo y ricas sustancias, renunciando a una pastizara, y que no lo he hecho poética, sino por estética ( no me gusta cómo doy en la tele: una cosa que mejora en años a Calvo Sotelo, pero sin llegar a ser la Tenaille), yo -decía- voy gratis a esto de la Constitución, y voy de witty, de Fernando Esteso, de Tip y Coll, de caricato, de lo que haga falta, porque quiero sacar adelante esta Constitución sólo por darme el gusto de ver cómo se la pasan luego por la hernia los mismos herniados de siempre, con braguero imperial.

Uno leía a los clásicos, en las tapias del cementerio, a la luz de los fuegos fatuos, de chico, y soñaba ser otras cosas: barroco, quevedesco, valleinclanesco, estilista, romántico, desgarrado, maldito, baudeleriano, desclasado, lírico, cínico, sofista e incluso heterodoxo, si llegaba a tiempo don Marcelino. Pero he aquí que aparecen los yanquis, con su inglés apocopado, bisilábico y onomatopéyico, y le dejan a uno en nada: en witty.

Como Red Skelton o Jerry Lewis. Como el gordo y el flaco, pero el del medio. Precisamente lo que le falta a nuestra Constitución (aparte lo que le sobra) es un poco de witty. Lo que le quiso y no le pudo meter Cela, porque a los witties siempre nos llaman a última hora para arreglar lo que han estropeado los manazas, los Fraga o Gabi Cisneros. Los yanquis llevan siempre una estrella cómica o sexy en sus comitivas más austeras. UCD, que tiene vocación de republicanodemócrata yanqui (y esa es su duda), quiere llevarme a mí de Tip y Lewis, de Coll y Marilyn, a vender la papela.

El Herald Tribune está esperando al witty. Toda América espera a ver qué clase de witty puede haberse cultivado en cuarenta años de democracia franquista. Un witty amargo, os lo prometo, yanquis. Y quizá por vuestra culpa, os lo prometo, yanquis.

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