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El nuevo triunvirato

El acuerdo de principio al que han llegado los señores Fraga, Areilza y Osorio para presentarse ante la opinión pública como una nueva opción en el panorama político español puede ser analizado desde diferentes enfoques, no necesariamente contrapuestos entre sí. Cabe señalar, por ejemplo, en un nivel que correspondería a la psicología política, esa obstinada pasión que lleva a los hombres públicos, una y otra vez, a probar fortuna en otras empresas después de haber sufrido reiterados reveses. El carácter complejo y múltiple de la motivación humana impide cualquier explicación reduccionista; la libido dominandi, el gusto por la fama y la compulsión a moverse en escenarios iluminados pueden coexistir con el sentido del deber, la confianza en la propia valía, la ambición legítima y la sensación de irremplazabilidad en las tareas de gobierno. Los profesionales de la política forman una tribu que puede resultar extraña, en sus costumbres y en su lenguaje, a los simples ciudadanos. Sin embargo, con sus virtudes y sus defectos, constituyen, dentro de la división social del trabajo, un gremio necesario al que se debe juzgar también por la especificidad de sus normas de comportamiento y de sus objetivos.Los tres protagonistas de la recién inaugurada coalición, procedentes del franquismo cercano o tardío, tienen, al menos, un elemento en común: aspiraron, en su día, a ser los principales actores de la liquidación pacífica del franquismo y de la construcción de la Monarquía constitucional, pero fueron desplazados del elenco de la compañía por un modesto telonero que supo realizar con eficacia y maestría esa labor y, con ello, ingresar por la puerta grande en los jardines de la fama y el Poder. Los señores Fraga y Areilza desaprovecharon, por sus compromisos de lealtad con el señor Arias, la oportunidad que se les abrió después del fallecimíento de Franco y quedaron, luego, fuera del juego del Poder, tras el cese del que fuera su presidente de Gobierno y la inesperada designación del señor Suárez para sustituirle. El señor Osorio acudió en apoyo del nuevo presidente cuando éste quedó desamparado por los señores Fraga y Areilza, y por una opinión pública desconcertada por el sorprendente nombramiento, y arrastró con él a un selecto grupo de democristianos que se habían movido en las aguas más templadas de la oposíción al anterior régímen. Sin embargo, tras las elecciones de junio de 1977, los valiosos servicios prestados al señor Suárez por el señor Osorio fueron relegados al olvido y el antiguo y poderoso ministro de la Presidencia entró en el ostracismo.

Durante el período en que los señores Suárez y Osorio llevaban el timón del segundo Gobierno de la Monarquía -desde julio de 1976 a julio de 1977- el señor Fraga se lanzó a la mal calculada y abominable aventura de resucitar el franquismo sociológico del país, uniéndose para ese fin con personalidades y sectores más cercanos a la tradición cavernícola y autoritaria del pasado que a los sentimientos y necesidades de una sociedad moderna. Su voto afirmativo a la Constitución no sólo ha rehabilitado parcialmente su imagen, a punto de ser tragada por las arenas movedizas del golpismo, sino que le ha brindado, como regalo marginal, la oportunidad de desembarazarse de tan molestos compañeros como el señor Silva Muñoz o el señor Fernández de la Mora, última reserva civil del involucionismo. Su personalidad parecería condenada a la esquizofrenia política. Su dotación biológica, o las contradicciones entre sus ideas y sus pasiones, tal vez puedan explicar sus violentos virajes desde la razonabilidad y el conservadurismo hasta el desenfreno colérico y la demagogia ultramontana. Alguien ha utilizado como metáfora explicativa la leyenda del hombre-lobo, con la diferencia de que en este caso sería el ejercicio o la proximidad del Poder, y no la luna llena, la causa de la asombrosa metamorfosis.

Tras el cese del señor Arias, la ruta del señor Areilza fue bien distinta de la emprendida por su antiguo colega en el Gobierno. Su activa contribución al nacimiento del Partido Popular y del Centro Democrático le permitió, durante algunos meses, concebir fundadas esperanzas acerca de sus posibilidades políticas inmediatas. Pero el señor Suárez, que ya le había desplazado como sustituto del señor Arias, frustró esas razonables perspectivas al condicionar su aceptación para encabezar las listas electorales del Centro Democrático a la marginación del señor Areilza. Desde la primavera de 1977, el ex ministro de Asuntos Exteriores ha seguido un curso más bien impreciso. Su corta luna de miel con los dirigentes del PSOE y su apoyo a la candidatura unitaria de Senadores para la Democracia dejaron, pronto, paso al proyecto borrosamente diseñado y mal instrumentado de Acción Ciudadana Liberal y de la Nueva Mayoría. Su fama de perdedor se halla contrarrestada por su imagen de hombre capaz de realizar con mejores modales y más brillante estilo, propios de un autodidacta del buen gusto, las tareas, sustancialmente predeterminadas, del Poder.

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Porque, en última instancia, el problema de la nueva coalición es descubrir y ocupar un espacio político real entre la clientela electoral de UCD y los arriscados seguidores del franquismo nostálgico. Los triunviros confían, tal vez excesivamente, en cuestiones secundarias para diferenciarse del partido del Gobierno. Son las ideas, no la forma de expresarlas, y los intereses, no la manera de disfrazarlos, lo que delimita los grandes territorios electorales de una sociedad moderna. Por esa razón, no resulta fácil predecir el éxito para la nueva coalición, que va a encontrar ya ocupado por el partido del Gobierno su zona natural de influencia. La desesperada intentona de la Nueva Mayoría de forzar al Rey para la designación de un Gobierno neutral, después del referéndum constitucional, es la mejor prueba de que políticos tan avezados como los señores Fraga, Areilza y Osorio son bien conscientes de las enormes dificultades de desalojar del Poder a quienes controlan las condiciones para su reproducción como gobernantes.

Situada en la estrecha franja que delimitan el franquismo silvestre y UCD, la nueva coalición parece irrevocablemente condenada, después de la ruptura de Alianza Popular, a no cruzar la frontera, caso de fracasar en su tentativa de conquistar un espacio propio, hacia los territorios donde acampan los nostálgicos del fascismo y los promotores del golpismo. Esta es una buena noticia para la democracia española y para quienes pensaban que el señor Fraga merecía mejores compañeros que sus colegas de Alianza Popular y más sensatos objetivos que la restauración del autoritarismo. Si su proyecto de consolidar una opción política propia con serio respaldo electoral fracasara, los triunviros tendrían siempre la posibilidad de emigrar hacia las tierras más protegidas y prósperas del partido del Gobierno. Nadie puede decir que esa perspectiva sea impensable después de las inversiones de alianzas y cambios de actitudes que los españoles hemos presenciado a lo largo de los tres últimos años.

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