Los científicos norteamericanos estudian el posible fin de la raza humana
La desaparición súbita de los dinosaurios hace 65 millones de años, después de vida floreciente por espacio de más de 140 millones de años, es una cuestión que preocupa cada vez más a muchos científicos y en la que está implícita una cuestión vital: ¿podría sucedernos a nosotros lo mismo? Las catástrofes potenciales que amenazan la supervivencia humana son de diversos tipos. En primer lugar, una colisión. La Tierra puede colisionar con uno o varios objetos, como asteroides o cometas, y tal choque podría suponer la extinción de la vida si el diámetro del objeto fuera superior a unos cuantos kilómetros. No habría, además, mucho tiempo para prepararse, pues tal posibilidad no podría preverse con más de seis meses de anticipación y, en teoría, podrá presentarse en cualquier momento. Otra posibilidad es que se produjera una supernova lo suficientemente cerca. Una supernova es la explosión de una estrella enormemente densa, fenómeno que produciría en un año tanta energía como irradia el Sol en mil millones de años. Como es obvio, ello acabaría con la vida en cuestión de minutos, siempre que la supernova ocurriera a menos de sesenta años luz de nosotros.
La protección de las radiaciones
El campo magnético de la Tierra nos protege continuamente de gran parte de las radiaciones nocivas generadas por el Sol; ahora bien, según ciertos expertos, si dicho campo se aproximara a cero y permaneciera así durante varios miles de años, la situación se haría crítica para la vida terrestre. También los cambios en la cantidad de bióxido de carbono en la atmósfera, que, a su vez, determinarían cambios térmicos y ecológicos, amenazan la supervivencia humana. Este fenómeno, que pudo ser la causa de la extinción de los dinosaurios y de otras especies animales está siendo activado actualmente por la raza humana, como consecuencia del progreso técnico, que pone en peligro el medio natural del que depende.Otras amenazas a la vida en la Tierra podrían ser, según algunos epidemiologistas, la aparición de un nuevo organismo capaz de destruir al hombre o las formas de vida de las que el hombre depende para su alimentación. Por último, la especie humana se enfrenta a la posibilidad de un agotamiento de los recursos naturales. Curiosamente, ninguno de los científicos que han llamado la atención sobre esta serie de catástrofes posibles ha incluido entre ellas a la guerra nuclear, pues, en su opinión, ésta podrían incluso ayudar a la prolongación de la raza humana, al reducir la presión demográfica sobre los menguantes recursos materiales.
Parapeto de las partículas del Sol
George C. Reid, científico de la National Oceanic and Atinospheric Administration, y Clark R. Chapman, astrónomo del Planetary Science Institute de Tucson, Arizona, han examinado más detenidamente algunas de estas catástrofes que nos amenazan. La Tierra se comporta como un imán rodeado por un campo magnético, probablemente a causa de que gran parte de su corteza está compuesta por hierro. Este campo actúa como parapeto de las partículas que nos llegan del sol. Por tanto, si este campo geomagnético se debilitara la Tierra recibiría una enorme cantidad de rayos ultravioleta, que producirían un enorme aumento del cáncer, graves mutaciones genéticas, cambios en el clima y muerte generalizada, especialmente en los periodos de gran actividad solar. De hecho, este debilitamiento se está produciendo ahora, pero el fenómeno puede ser reversible en los próximos cien años. En cuanto a la posibilidad de una supernova cercana, el doctor Reid opina que «una explosión de éstas a una distancia menor de entre treinta y sesenta años luz sería crítica para la vida terrestre. Teniendo en cuenta además que apareniemente no ha ocurrido esto en los últimos quinientos o seiscientos millones de años, y que la frecuencia teórica en nuestra galaxia sería de cien millones de años, resulta que, según esta injerencia estadística, hemos sobrepasado el plazo. De darse este caso, la Tierra simplemente se evaporaría.
La incidencia de los asteroides
El doctor Chapman, considerando la posibilidad de la col isión de algún asteroide con la Tierra, opina que el choque de un objeto de un kilómetro de diámetro produciría en la superficie terrestre una terrible devastación y pérdida de vida, poniendo en peligro la supervivencia de muchas especies, así como terremotos y maremotos. Refiriéndose especialmente al asteroide Eros, el mayor de los que periódicamente se aproximan a la Tierra -cada 44 años se sitúa a catorce millones de kilómetros- Chapman señala que aunque se conoce bastante bien su órbita y las de otros muchos, no se puede predecir matemáticamente los cambios que se producen en ellas con el paso del tiempo. Dado el tamaño de Eros, 32 kilómetros de diámetro, la colisión con él borraría necesariamente todo rastro de vida en la Tierra; si el asteroide fuera mucho menor, el panorama no sería más esperanzador: el impacto daría lugar a grandes tormentas de fuego y lanzaría masas de polvo a la atmósfera en tal cantidad que obstruirían la luz del Sol durante siglos, dando lugar a una nueva era glaciar.En el pasado de la historia de nuestro planeta ya han tenido lugar, sin duda alguna, cataclismos universales como el que pudo dar lugar a la citada desaparición de los grandes saurios. Pero ninguno de ellos afectó, según los conocimientos actuales lo revelan, a la especie humana de un modo tan total como para provocar su desaparición.
Un choque cósmico o una catástrofe de características planetarias podría suponer tal desaparición. Téngase en cuenta que la energía desencadenada en el choque de dos masas es una función directa de la suma de las masas y del cuadrado de la velocidad. Un objeto relativamente pequeño, como el referido asteroide Eros, de 32 kilómetros de diámetro, a gran velocidad podría sacudir fatalmente todo un planeta omo el nuestro, de más de 12.000 kilómetros de diámetro. Pero, aun en el caso de catástrofes de este tipo, la ciencia- ficción abre la vía para posibilidades de escapar.
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