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Callaghan pide una reforma profunda de las estructuras comunitarias europeas

Inglaterra quiere reformas urgentes y profundas en el Mercado Común, cuya organización actual no satisface los intereses británicos. En un ataque frontal contra la estructura de la CEE, pronunciado anteayer en el curso del tradicional banquete del Ayuntamiento de la City londinense, el primer ministro anunció que su país no está dispuesto en ningún caso a convertirse en el principal contribuyente al presupuesto comunitario, que calificó de discriminatorio para Gran Bretaña y de dilapidador en el terreno específicamente agrícola.

El señor Callaghan, que no llegó a sugerir la retirada británica de la Comunidad Económica Europea, aludía a un informe confidencial del comité de política económica de la CEE según el cual Londres soportará en 1980 el mayor peso en la financiación del Mercado Común. El año pasado, según este informe, Inglaterra, séptimo país de la CEE por sus ingresos per cápita, fue el segundo contribuyente neto al presupuesto comunitario, después de Alemania Federal.En opinión del premier británico, la razón de esta injusticia distributiva radica en que la financiación del Mercado Común fue perfilada en función de la recaudación de cada uno de sus miembros por impuestos a la importación. Gran Bretaña, con un voluminosísimo comercio mundial y una gran dependencia de países ajenos a la CEE en razón de su pasado, sobre todo en materia alimenticia, se habría convertido así en un socio con excesivos deberes.

El jefe del Gobierno centró su ataque a la estructura de la CEE en el terreno agrícola. Para el señor Callaghan no es admisible que casi el 70% del presupuesto total de la Comunidad sea devorado por subvenciones agrícolas, ni son de recibo los casi 300.000 millones de pesetas que la CEE va a gastar en 1978 en subsidios a la exportación, es decir, en vender alimentos baratos a terceros.

En muchos casos, añadió, el dinero de todos va precisamente a los más ricos, países que por su exceso de producción de determinados productos alimenticios son los auténticos causantes del círculo vicioso comunitario. Para el Gobierno laborista, no se justifica que el presupuesto de la CEE se gaste parcialmente en destruir excedentes cuando los precios de apoyo son demasiado altos.

El discurso del señor Callaghan -que no por casualidad ha sido pronunciado cuando se hacen los preparativos para la próxima cumbre comunitaria de Bruselas, a comienzos de diciembre- ha recibido una acogida glacial en Bonn y París, según las primeras reacciones que llegan a la capital británica. Callaghan intentaría lanzar una ofensiva diplomática en gran escala, calculada para obtener de Francia y Alemania concesiones sustanciales en la reunión de Bruselas, de cuyo resultado depende en teoría la incorporación o no de Gran Bretaña al nuevo sistema monetario patrocinado por Schmidt.

En Inglaterra, las duras y aplaudidas palabras del líder laborista tienen como telón de fondo un desencanto creciente entre los parlamentarios y la opinión pública sobre el papel de este país en el Mercado Común. La izquierda del partido gobernante ve en el mensaje del señor Callaghan el primer reconocimiento explícito y al más alto nivel de que su militante anticomunitarismo no es gratuito. Los conservadores callan y asienten. Los medios informativos airean que la pertenencia a la Comunidad cuesta mil pesetas anuales a cada uno de los 56 millones de ciudadanos de este país.

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