El Ángel Caído
Ponen la mayoría de edad a los dieciocho años, pero les coge tarde a los teen-agers madrileños, le coge -el otro día lo he contado aquí de pasada- en torno del Angel Caído, monumento a Satán en el Retiro, adonde acuden los últimos delfines de apellidos ilustres, dinastías, con los desconocidos del pecado, que también el pecado aporta sus genealogías sin rostro.No ya en el austero y luctuoso marco constitucional, sino en la rueda-rueda nocturna de la fuente diabólica y municipal, al corro de la hoja de la patata, que en este caso es hoja de otra cosa para fumar despacio y ver el día en la tiniebla ilustre del Retiro. Los anarquistas del principio de siglo tras haberse pasado la noche dando vueltas a la puerta del Sol se iban de madrugada contra las verjas del Retiro, y hacían el mono subido en los barrotes, delante de los guardas adormilados, como si ellos estuvieran por dentro y los guardas por fuera. Ahora el Retiro no cierra sus puertas -o no todas- y su verja viene a ser como la Constitución: un enrejado discrecional para entrar y salir en la república monárquica y borbónica.
Una amiga mía les ha preguntado a sus chicos:
-¿Queréis la mayoría a los dieciocho?
-No, que te coge la pasma y cargas con todo.
-No, que hay que votar y es mucho rollo.
-No, que la libertad la da el dinero, y no los votos.
Pero las estadísticas van a la contra de estos niños díscolos y caprichositos. Las estadísticas dicen que sí, que los chicos. quieren responsabilidades, porque si uno es mayor de edad a los catorce para cargar pedidos en el supermercado, con el mandilón humillante y dickensiano, también quisiera serlo para irse de casa, para casarse o no casarse, tener hijos, parirlos o engendrarlos, hacerse de un partido o votar al que dé menos paliza por la tele.
La acracia con escudos heráldicos está en torno del Angel Caído, por las noches, y vienen a poseerla Sade, Lermontov, Lautréamont, Novalis y un traficante de heroína. La acracia sin escudos ni estudios está en el Café Ruiz, calle de Ruiz, mojando rosquillas duras en té antiguo y oyendo a Lilian de Celis y otras retrospectivas. Lo que no hay, de los dieciocho para abajo, es eso que Ortega nos explicaba a la salida de un mitin matinal de cine (Ortega era ya orador de cine, Unamuno era aún de plaza de toros):
-Mire usted, joven, aquí lo que hace falta es un proyecto sugestivo de vida en común,
De la mayoría de edad para arriba, el proyecto sugestivo de vida en común es ver la televisión en común. De la mayoría de edad para abajo, la televisión va por dentro: droga blanda o dura, fármacos, psicodelia, música y sexo.
La fuente madrileña del Angel Caído, cantada por poetas en prosa de la Villa, tan significativa para Ruano, ha encontrado, por fin, su orla de chicos y chicas, su aquelarre siempre adolescente y nocturno. El milagro alemán, el boom europeo, la áurea mediocridad del tardofranquismo y la democratización de la guzzi han hecho de nuestra juventud una cosa errática y leída que difícilmente va a subir las escaleras cívicas del articulado constitucional, hasta llegar a ese cielo, de oficina, como una mampara, a cuya luz se retrataban las familias.
-Encuentro a Fernando Savater a la puerta de su casa. Está más delgado:
-Como menos y hago deporte. No quería tener ya el mismo cuerpo para siempre.
En su Panfleto contra el Todo (que puede ser la carta de navegación de una juventud que no quiere navegar) está bien resumido y expresado el estado de la cuestión: los chicos desconfían de los totalitarismos de izquierda/derecha y se van a la Fuente del Demonio, que es circular, como el tiempo nietzscheano, a jugar al corro negro de su infancia recuperada. Pero hay otra juventud, la del chabolismo vertical, que sí va a usar la nueva y anticipada mayoría de edad para votar izquierda a cada cosa. Estuve en el revival del Dúo Dinámico ofrecido por El Periódico. Tal como éramos. «Una vuelta al franquismo», me decía Lola Gaos. Dicen que algunas noches, el Satán caído, ángel de piedra, levanta el vuelo. Él, como cualquier ángel, tampoco tiene más de dieciocho años.
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