Golpeando un muro
Puede llamarse Lemóniz en España, de otra forma en Francia o en Alemania, en Japón o en Inglaterra, en Estados Unidos o en Suecia, pero su nombre, automáticamente, representa agitar una tela roja ante el toro de la juventud ecológica que, llegando de lejanas tierras, se concentra, levanta tiendas de campaña, come, bebe y prepara su estrategia. Al día siguiente, bien protegida por cascos, ataca a las fuerzas del orden y por unos días la nueva central nuclear detiene sus trabajos; los congregados se vuelven a sus casas contentos con la victoria.Esos congregados han ido en automóvil, gastando centenares de litros de gasolina, han comido de latas, usado cubos de plexiglás, bebido refrigerantes en botellas de plástico, los cascos que usaban son también de productos derivados del petróleo. En pocas horas han consumido toneladas de energía... para evitar que se levante una industria que intenta sustituir un material que gracias a todos nosotros -esos jóvenes los primeros- se está terminando en el mundo por otro que les permita seguir yendo en coche, beber coca-colas, sustituir prendas viejas por nuevas, -escalar, esquiar... Incomprensible.
Tan incomprensible lo que hacen como lo que dicen. Sus acusaciones a la industria nuclear las firmarían, cambiando sólo el objetivo, los que en épocas antiguas se opusieron con la misma iracundia (y el mismo efecto) a la llegada del automóvil, del avión, de la luz eléctrica y del gas. En cada uno de los casos -tengo abundante material utilizado en La sociedad española desde los orígenes hasta hoy- la enemiga se manifestó desde lo teológico, «si Dios hubiera querido que voláramos nos hubiese dado alas», contra el invento de los hermanos Wright a la profecía temerosa: el gas envenenaba las casas, la electricidad daba calambres, el tren incendiaba los campos, el automóvil atropellaba, el avión se caía.... en cada caso hubo innumerables protestas de quienes veían su existencia normal amenazada, los que tenían que cambiar su concepto de la vida.
Lo que hace esta protesta distinta, decía antes, es que en lugar de viejos moviendo la cabeza son los jóvenes los que se irritan " y, dicen «basta» a la marcha de la civilización. Pero ninguno-de ellos, que yo sepa, ha dejado de abrir el frigidaire de su casa, de subir a su moto, ninguno ha contribuido mínimamente a detener la sangría que de los recursos energéticos se está haciendo en el mundo. Ninguno se ha ido al campo a coger bellotas. Pretender, después de esto, que la sociedad no busque afanosamente otra fuente de energía me parece, más que malo, ridículo e insensato.
«Es que nos sentamos sobre un volcán ... », llevamos años sobre volcanes de todas clases. Un tren con vagones de gas ha estallado hace poco en EEUU, produciendo graves daños en la población cercana a la estación donde ocurriera. Y, sin embargo, no ha habido manifestaciones frente a los yacimientos de gas americanos. Las estadísticas muestran que la energía nuclear es limpia y que su posible peligro -icómo no va a haberlo!- está mucho más controlado que cualquier otro elemento de producción que pueda haber en el mundo, incluido naturalmente los pozos petrolíferos, que además del riesgo físico tienen ahora el político. Basta que unos árabes cierren la espita para que nos quedemos -niños que somos acostumbrados al «confort»- a la luna de Yalencía...
Me parece bien que los jóvenes sean Quijotes, pero Quijotes que al llegar a cierta edad, la que tiene la humanidad, descubran lo locos que se puede llegar a estar. Curiosamente hay innumerables causas que ellos y los mayores podrían iniciar y que sí son susceptibles de arreglarse. La grandiosa elocuencia del demagogo: «No a la energía nuclear», que quiere bombas atómicas por todas partes, impide descubrir algo mucho más a nuestro alcance. Por ejemplo, el drama de las papeleras en los ríos del Norte, que han convertido el agua clara de la montaña en una conglomeración de olas amarillentas de horrible aspecto y de peor olfato; por ejemplo, el uso de botellas irrompibles de plástico, que efectivamente son irrompibles no sólo en la cocina de una casa, sino en el campo, dos, cinco, diez años después, que ensucia, corrompe permanentemente el paisaje. Hoy se puede evitar que las fábricas lancen desperdicios en el agua, como se ha logrado en EEUU y otros países modernos. Hoy se puede prohibir él envase de plástico, obligando al uso del vidrio, que tiene la facultad de poder rellenarse, logrando evitar el residuo en un 80%, mientras lo restante se destruye fácilmente por trituración. En Oregón (EEUU) están ya fuera de la ley, los jóvenes pueden igualmente lograr con su propaganda y presión callejera que el municipio organice, como ya se está haciendo en varios países europeos y americanos, una planta de «reciclaje» de la basura, que en varios pueblos permite incluso obtener calefacción gratuita procedente de las sustancias orgánicas recuperadas, con lo que esa pesadilla de los tiempos modernos que es el desecho se convierte en un beneficio. Todas estas cosas pueden hacerse y se están haciendo en otros lugares. El ecólogo -y en ese caso todos debemos ser ecólogos- puede conseguirlo aquí si se lo propone.
( ... ) Olvidando las bellas, heroicas empresas como el ataque a la nueva fuerza que ilumine y caliente nuestros hogares. Dado que nadie quiere hoy prescindir de la comodidad a que está habituado, no hay más remedio que encontrar, 1 en el átomo o en el Sol -¡qué duda cabe que sería lo mejor!- la solución a nuestros problemas. Además es inútil; como fue inútil la oposición al tren, al gas, a la electricidad, al automóvil y al avión. El mundo marcha, nos guste o no. Y lo peor es que a muchos, incluso a los que más gritan, nos gusta que marche.
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