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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Renovación urbana

UrbanistasLa acción devastadora que trata de esconderse bajo el eufemismo de «renovación urbana», aquí, antes y ahora, es la consecuencia obligada del principio que -fuera de declaraciones retóricas- hace primar los intereses privados sobre los sociales, sobre los colectivos: En otras palabras, el funcionamiento, sin trabas -o con las menores posibles- de los mecanismos capitalistas en la creación (o más bien, en la creación mediante la destrucción) de la ciudad, la inhibición o la subsidiariedad de los poderes públicos ante tal funcionamiento y la confianza en que ese es el mejor de los mundos, son los factores que configuran la base material para que «la codicia natural» del operador privado haga el resto, es decir, de los resultados conocidos por muchos y soportados por la mayor parte, aún sin conocerlos. Claro está, a mayor «liberalidad» en el proceso de creación de la ciudad, a mayor complicidad de la Administración con intereses particulares específicos (corrupción), a mayor penuria cultural de la sociedad, en general, y de quienes intervienen en esos procesos, en particular, más devastadores serán los resultados.

Sin embargo, para huir del esquema maniqueo, tentador en este caso para la izquierda, no creemos, que se pueda confiar en la llegada de una «alternativa global al sistema» y, mientras tanto, contemplar, con enojada actitud de denuncia, lo que ocurre (o lo que se destruye) a nuestro alrededor. Y ello por dos motivos esenciales; primero, porque «las alternativas» o son un proceso incesante, con altos y bajos, pero un proceso que anida en el pasado y en el presente y de ese modo puede entrar en el mundo de lo real, o son la expresión, más o menos bella, de una frustración condenada a permanecer en el mundo de la quimera.

Intervenir hoy de un modo positivo sobre la ciudad requiere algunos convencimientos previos fruto del análisis, requiere pasión imaginativa en el empeño, pero, sobre todo, requiere voluntad política. Lo primero, porque si no se acepta que el funcionamiento capitalista, sin trabas, es intrínsecamente pernicioso en la formación de la ciudad, queda muy poco por hacer; lo segundo, porque si no se es consciente de la gran dificultad que entraña la intervención positiva en los centros urbanos, de la potencia, extensión y diversificación de intereses que en ellos operan, de las limitaciones en los instrumentos técnicos y jurídicos (que, sin embargo, junto a elementos retardatarios contienen otros más avanzados que la propia realidad). Si no se tiene en cuenta todo lo anterior se cae, inevitablemente, en el infantilismo estéril; y lo tercero, porque sin la conciencia de la acción de guía, de vanguardia, que tienen que ejercer los órganos del poder público, sin la conciencia de que la batalla que necesariamente esos poderes han de librar contra intereses privados, tiene que estar jalonada de episodios de colaboración y de acción incentivadora para encarrilar la de los operadores privados (cuya desaparición no es ni posible, ni tan siquiera deseable, como medida generalizada), sin la conciencia de todo ello, es dudoso que se cimente la voluntad política requerida por los problemas que la ciudad suscita.

Las amenazas de operaciones de renovación -puntual o masiva- bajo el signo de la destrucción y el despilfarro son, en los actuales momentos, mucho más serias que en el pasado. Y lo son porque hoy, en una crisis profunda de la solvencia en la demanda de vivienda, que ha sido la fuente de captación de rentas absolutas -mediante la extensión de la ciudad- es cuando se acrecienta el interés por la intervención en las zonas centrales; intervención que posibilita la captación de las rentas diferenciales, provocadas irremediablemente por el anterior proceso de desarrollo desigual de la ciudad. Por ello es hoy más necesaria la utilización a tope de las medidas limitadas (inversión pública, planeamiento, legislación, etcétera) con la que pueden contar los poderes públicos; para ello, sin embargo, es preciso que de ese poder participen, con el mayor peso, las fuerzas políticas que cuentan (o se espera razonablemente que cuenten) con el convencimiento, la imaginación y la voluntad política a que antes nos referíamos. Estamos convencidos de que esos atributos están ausentes por completo en la derecha española (llámese derecha, llámese centro). El triste desenlace del plan especial viene a ser una confirmación, hoy, en Madrid, de esa opinión.

Sin embargo, las orientaciones que surgen de algunos casos de renovación en barrios periféricos y las que surgen de la batalla que dan las asociaciones de vecinos del centro, esas orientaciones hacen abrigar esperanzas de que existen ya las bases para una alternativa a la renovación.

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