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El Parlamento alemán estudia la posible amnistía a criminales nazis

Las reacciones del exterior empiezan a hacerse notar: la mayoría de los socialdemócratas y de los liberales son partidarios de mantener la orden de caza y captura generalizada contra los autores de crímenes de genocidio; los demócratas cristianos prefieren correr un velo para crear mejores condiciones a la «reconciliación nacional». Países muy castigados por el nazismo, como Polonia, se oponen al indulto, porque, entre otras razones, durante los gobiernos conservadores en la República Federal se frenó la identificación de los criminales nazis. Solamente en Polonia perecieron en los campos de exterminio y en los ataques armados alemanes seis millones de personas, de ellos dos millones de niños.Muchos alemanes de hoy se preguntan cómo fue posible aquella locura, o aquella paralización colectiva de las conciencias, pero otros muchos prefieren eludir la «culpabilidad colectiva», apelando a la «falta de información». Sin embargo, la actuación arriesgada de un puñado de conciudadanos que arriesgaron su vida y sus pertenencias por ayudar a un judío convierte en discutible la vía de «las generaciones de la conciencia nacional».

A finales de octubre de 1938, un muchacho judío recibía en París una tarjeta postal en la que su hermana le comunicaba desde Hannover, que su familia, de origen polaco, se había visto obligada a entregar sus pasaportes en la comisaría de policía. Apenas tres días después, la familia del sastre Sendel Grynszpan era deportada a Polonia junto con otros 17.000 judíos de origen polaco. La iniciativa se atribuyó en Alemania al Gobierno polaco, tan antisemita como el alemán. Los funcionarios de aduanas del país se resistieron a permitir la entrada de aquella masa de refugiados por carecer de órdenes al respecto, hasta que éstas llegaron al día siguiente.

Berta Grynszpan logró comunicar a su hermano Hermann, en París desde hacía dos años, que su situación era desesperada. El muchacho, apenas recibió la comunicación de su hermana, compró un revólver y se dirigió a la embajada alemana con el propósito de asesinar al embajador del Reich, conde Welczek. Una vez dentro de la misión diplomática el joven judío preguntó a un funcionario si podría entregar al embajador una comunicación, trascendental. El «funcionario» era el propio embajador. Este le remitió a un subalterno sin desvelar su identidad. El subalterno, consejero de delegación Van Rath, caería minutos después acribillado a balazos. Hermann Grynszpan se entregó sin oponer resistencia a la policía francesa.

En estos momentos vivían en Alemania 300.000 judíos. Otros 150.000 habían emigrado antes de 1933, temerosos del clima nacionalista que se iba afirmando en Alemania. En 1938 el Reich se había convertido en la potencia europea más poderosa, tras la anexión de Austria y de los Sudetes.

Este factor pareció pesar de un modo particular en el partido nazi, que ya en el poder conmemoraba el fracaso del golpe de Estado del 8-9 de noviembre de 1923, que significó el internamiento de Adolfo Hitler. El recuerdo de los «mártires de 1923» se mezcló con la necesidad imperiosa de una víctima propiciatoria, y ésta no podía ser más que la población judía. El mismo 8 de noviembre comenzó el «progrom» en Hessen y Magdeburgo, aun antes de conocerse el asesinato de Von Rath. En la noche del día siguiente, apenas conocida en Munich la noticia de la muerte del consejero, la plana mayor nazi se reunía en el antiguo Ayuntamiento para recordar el fracasado golpe de Hitler de 1923. Apenas terminada la reunión comenzaba la operación antijudía. En llamadas telefónicas a todos los puntos con un núcleo nutrido de nacionalsocialistas, el mando dio órdenes para comenzar el ataque.

Según Otto Dietrich, jefe de prensa de Hitler, mal avenido con Goebbels, «la orden partió de Goebbels y se dictó el 9 de noviembre en la casa de Hitler». Al día siguiente, el ministro de Propaganda del Reich aludiría con falsa compunción a un «movimiento espontáneo de masas». El ministro estaba deseoso de testimoniar al fuehrer su fidelidad e incondicional lealtad tras un enojoso romance con la actriz checa Lida Baarova, que minó su prestigio en el partido. Hitler dio su consentimiento a la organización de «Acciones Espontáneas» cuando su ministro le preguntó si podía poner en marcha una reacción similar a la producida en Hessen y Brandenburgo un día antes. El fuehrer le contestó que no sólo no tenía inconveniente, sino que incluso «aquello podría resolver de una vez por todas la cuestión judía».

La Gestapo había comenzado ya a actuar, deteniendo a unos 30.000 judíos con buena posición económica. Hitler mismo vería arder impasible, desde la ventana de su casa, la sinagoga de Munich, situada en frente de su residencia. El primer balance oficial fue el de Heydrich, cerebro de las SS, que poco después moriría acribillado en Praga por un resistente: 191 sinagogas incendiadas, otras 76 demolidas (no fueron incendiadas para no poner en peligro las casas de los arios), otras trece residencias, capillas de cementerio y otras instalaciones de culto igualmente destruidas. Las calles alemanas se iluminaron aquella noche con el resplandor de las hogueras, en las que ardieron los rollos sagrados de la Torah y las bibliotecas particulares de los hebreos. Aparatos de radio, máquinas de coser, cuadros, fueron destruidos a golpes de piqueta. El dinero, las joyas y las libretas de ahorro desaparecieron para no volver a sus dueños.

Al día siguiente, la Gestapo interrogaría a los «espontáneos» que pudieron ser identificados por sus víctimas, pero sólo aquellos que habían violado a mujeres judías recibieron su castigo: fueron expulsados del partido nazi, por haber caído en el delito de «vergüenza racial».

En los días que continuaron comenzó la deportación hacia los campos de exterminio. Esta era una de las consecuencias deducidas por el fuehrer el 10 de noviembre, al anunciar que la «cuestión judía» sería atajada «legal, pero duramente». Entre las medidas a adoptar se incluiría la prohibición a todos los judíos de asistir a espectáculos públicos, matricularse en las universidades, abrir negocios, poseer acciones, conducir coches.

Tres semanas después se acentuaría dramáticamente la persecución. El periódico de las SS Schwarzes Korps explicaría las razones: «el pueblo alemán no puede ver con los brazos cruzados cómo estos miles de judíos arruinados están expuestos a caer en manos del bolchevismo o en un proletariado político-criminal». El propio Hitler trató de vincular la revolución de octubre (de noviembre, para los soviéticos) a una iniciativa judía.

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