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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La desamortización de los muertos

CUANDO SE tiene la muerte en casa, cuando, como nosotros se acaba de recibir la ingrata visita de la Vieja Dama, se produce una lógica afinidad de sentimientos con otros estamentos o cuerpos que, como ahora el de las empresas informativas, sufren la ciega agresión terrorista. Así, cuando hace escasas fechas hemos enterrado a un compañero asesinado y hemos dado publicidad a nuestro dolor quisimos hacerlo sin la mezquindad del egoísmo de casta; y hoy, al filo de la muerte de otro agente de orden público (un guardia civil asesinado el domingo en Tolosa) es deber nuestro de solidaridad y de civismo mandar recado público a los cuerpos de seguridad del Estado de que no están solos, de que la opinión pública no se echa sus cadáveres a las espaldas y de que las expresiones de solidaridad no son vanas y fáciles palabras.Sus muertos, como los nuestros, no son encasillables en desesperaciones corporativas, y de alguna manera este terrorismo ha conseguido en forma definitiva la desamortización de los muertos. El duelo es de toda la sociedad, porque este es un país donde la nobleza de espíritu y la generosidad no las ha inventado un régimen, porque son tradición. Podrán los historiadores especular sin error sobre nuestra historia ancestral guerras civiles pero no sobre las fórmulas más indiscriminadas y cobardes de terrorismo como la que ahora padecemos.

El terrorismo está golpeando a todos y todos tenemos la obligación de combatirlo activamente sin rabia y de soportarlo con la entereza que proporciona el saber que se tiene la razón y la justicia. Los terroristas que operan en España saben que, a diferencia de los sucesos que acontecen en Alemania Federal o en Italia, no golpean sobre democracias consolidadas, sino sobre una delicada situación de transición histórica desde un modelo de Estado a otro. Que de la serenidad de todos pueda escribirse el día de mañana que aquí nadie se rindió en un «dolorosamente hartos» y que esta situación admitió el remedo churchilliano de haber sido «nuestra hora mejor».

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