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Antonio, Andrés y Carlos, tres trabajadores

El botones Carlos Barranco, dieciocho años, vio un cable que sobresalía del paquete. Inmediatamente se le ocurrió la broma de siempre: «¡Cuidado, Sampedro!» dijo. Mientras Carlos se agachaba, escondiéndose debajo de la mesa, Sampedro sonrió. «Los malos tiempos», puede que pensase, «ya han pasado». Los miedos colectivos cuando lo de Atocha o El Papus o las noches de vela de cuando el secuestro de Oriol estaban lejos.Juan Antonio Sampedro, 34 años. jefe de los servicios generales de EL PAIS, había olvidado ya aquellos días en que debía buscar siempre con prisas. siempre urgentemente, un chófer que trasladara al hospital a un fotógrafo herido en una manifestación pro amnistía de aquellas del año 76. «Qué tiempos qué nervios, tú». puede que pensase tranquilo, mientras desgarraba el paquete que tanto parecía divertir al botones Carlos.

Cerca de los dos, Andrés Fraguas, diecinueve años, botones ayudaba a Juan Antonio y Carlos en la tarea de todas las mañanas: repartir la correspondencia de todo el edificio. Es una tarea ritual. Todas las mañanas. un motorista. Alfonso o Pepe (el inspirador de Umbral). va a la oficina de Correos del barrio y recoge la saca con la correspondencia. Luego Juan Antonio y dos botones la clasifican y estos últimos la reparten.

Juan Antonio ha encontrado la tranquilidad. Antes era comerciante. un pequeño e inteligente comerciante que no pudo resistir la crisis. Después de años de lucha, parece haber llegado a la estabilidad en la nómina de una empresa que va creciendo. Empezó a trabajar aquí cuando EL PAIS era sólo un logotipo, un número en el registro de patentes y un edificio frío y vacío. Cartesiano visceral, Juan Antonio no ganó para sorpresas cuando fue comprando material para la casa: mesas, máquinas de escribir. archivadores, flexos..., todo normal... Pero «los periodistas. qué gente tan rara», debía de pensar.

Sampedro es un hombre de vida ordenada. Está -casado y con tres hijos. El mayor tiene siete anos y sólo la última. que ha nacido ya con EL PAIS en la calle, es una hembra. Su vida es deliciosamente regular. Sólo unos chinos después de ¡as comidas para jugarse los cafés con los compañeros. Nada de alcohol. nada de tabaco y abundante deporte. Delantero centro en el equipo de fútbol-sala de la empresa. Juan Antonio sólo tiene la pasión desbocada del fútbol. Los domingos que podía jugaba también al tenis en un polideportivo cercano a su piso de Alcorcón.

Carlos es todo lo contrario de Juan Antonio. A sus dieciocho años tiene un buen curriculum de play-boy que es capaz de despertar las envidias de los redactores más cosmopolitas. Ha tenido una moto Ossa de 250 centímetros cúbicos, pequeña y ligera, gran lujo de espacio ante la desesperación de sus compañeros. Su sueño es una Bultaco MK-11 que piensa comprar en cuanto pueda. Mientras, tanto, ha adquirido también un seiscientos de segunda mano. que no puede conducir porque no tiene carnet. Como Juan Antonio. Carlos ha nacido en Madrid. pero es «más bien de Vallecas». En el servicio de documentación se le, conoce por el nombre de Ramoncín. Su vestimenta punk y algún imperdible colgado de la oreja o repartido por la camiseta ha estado a punto de ocasionar desmayos entre los elementos más circunspectos de esta casa.

Carlos y su compañero Andrés tienen dos cosas en común: son hijos de viuda y juegan a las quinielas y la lotería. Carlos ve en este juego inocente una hipotética liberación. Posiblemente. pasar del seiscientos al Porsche y de la Ossa a la Kawasaki.

Andrés. en cambio. es más reflexivo. Se nota en su expediente laboral. En su impreso de petición de trabajo hizo tres tachaduras consecutivas. Fue en busca de la palabra adecuada. Gusto por los matices: al final encontró el sinónimo adecuado. Carlos y Andrés elaboran con sus compañeros (Eusebio. Pepe. Isidro. Chema...) el boletín underground del periódico: El chisme. unos folios fotocopiados con vocación de revista satírica.

Andrés es más tranquilo. No está en el equipo de fútbol de la empresa, pero, sin embargo, es el encargado de contabilizar el ranking de la liguilla: puntos. tantos, máximos goleadores...

Juan Antonio y Carlos escogieron. respectivamente, Calpe y la Costa Brava como lugar de vacaciones. Andrés se fue a su pueblo, Castillo de Bayuela (Toledo), del que es un auténtico forofo. Una vez estabilizada su economía doméstica ha comprado allí una casa de dos plantas pensando en los fines de semana y el futuro. Para Andrés, una quiniela ganadora significaría el terminar de pagar alguna deuda que le ha quedado suelta.

Andrés y Juan Antonio sólo pidieron anticipos una vez: 10.000 pesetas para comprar una acción de Prisa. la empresa editora de EL PAIS. Ayer por la mañana. antes de que la bomba vaciara de sangre .su cuerpo. Andrés comentó que estuvo el domingo en el Jarama. No llegó a ver el accidente que se produjo en la pista. «Cuando me marchaba -comentó- vi que llegaba una ambulancia.» Eso fue todo. No le tiene Andrés gran cariño al automóvil. «Quizá. -ha podido pensar- cuando acabe de pagar la casa... Este trabajo está muy lejos del centro...» Andrés vive cerca de la glorieta de Bilbao.

Juan Antonio y Andrés son del Madrid, Carlos, en cambio (¿ganas de llevar la contraria?) es del Barcelona. Los dos tienen todo un porvenir en las tareas administrativas. Juan Antonio, a sus 34 años, ha proyectado comenzar a estudiar Derecho. A Andrés también le va la administración. Carlos, sin embargo, piensa comenzar en la fotografía: ser como esos que van por ahí de viaje y dicen que ligan tanto.

Los compañeros de Andrés y Carlos, y subordinados, a su vez, de Juan Antonio, hablan de ellos con esa mezcla de era y es, de pasado y de presente. que sigue a las tragedias cuyo Final no se conoce bien. Ayer por la mañana hacían la colecta para comprarle un regalo a Chema, que se acaba de casar, y que si no fuera porque libra los lunes hubiera estado en el lugar de Carlos. Todos hablan bien de ellos. La conversación llega a tener un tono ritual. de compromiso, de tanto repetir sus virtudes. Pero Pepe, uno de los motoristas que trae las sacas de Correos cada mañana, concluye terminante: «Coño, cómo te diría yo?, Sampedro es un currante.»

Sobre la pared, lamidas por la metralla. han quedado las postales que Sampedro recibe de sus botones cuando éstos se marchan de vacaciones.

Todos recuerdan los segundos que siguieron a la explosión. Sampedro salió con las manos convertidas en muñones sangrientos. El paquete intestinal colgaba. Sólo se le ocurrió una cosa: «Ayudad a estos dos. que yo no puedo.» Y luego, hablando con el médico del periódico. que tiene el despacho en la misma planta. un gesto de autoafirmación: «Dígame si me voy a morir. Soy fuerte y quiero saberlo.»

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