Temores ante la falta de unanimidad de los cardenales
Los cardenales -cerca de cien- reunidos ya en Roma, para elegir el sucesor de Juan Pablo 1, temen que esta vez no podrán dar al mundo la prueba de una Iglesia unida hasta el punto de conseguir la elección del Papa por «aclamación divina», es decir, por unanimidad. Algunos cardenales empiezan a decir que no se puede pedir al Espíritu Santo que «repita sus milagros».
Lo cierto es, y lo confiesan los cardenales más secularizados, pero añadiendo siempre «por favor, no publique mi nombre», que, la elección del papa Luciani con tanta unanimidad y rapidez fue «un milagro de casualidad», fue una operación «relámpago» que, al mismo tiempo, resolvía un problema material, pero muy real una reunión de eclesiásticos casi ancianos, acostumbrados a vivir con grandes comodidades en sus diócesis o en la curia romana, con las ventanas tapiadas en pleno agosto romano, durmiendo juntos en una misma habitación, con un solo baño y sin secretarios particulares o monjitas que les preparen las cosas más pequeñas de la vida cotidiana. «Esa situación no se puede soportar más de dos días», había declarado en vísperas del cónclave el cardenal Siri, hoy uno de los más nombrados como candidato a Papa.Esta vez se desearía poder repetir el milagro Luciani, por todos los motivos señalados, tanto espirituales como materiales. Pero dos días antes del cónclave los temores aumentan. Y, sobre todo, nace el miedo de que no pudiendo llegar a una votación plebiscitaria, muchos de los posibles candidatos no acepten una elección por pocos votos de diferencia. Ya algunos de los posibles papables han dicho que no aceptarán, como el arzobispo de Viena, cardenal Koenig; el curial Bertoli, el arzobispo de Nápoles, cardenal Ursi, y el brasileño Arns, que es uno de los candidatos de los progresistas. Existen los precedentes de Pablo VI y del papa Luciani, que no aceptaron hasta que no obtuvieron la casi unanimidad de votos.
Esta vez la curia no está dlspuesta a caer de nuevo en la trampa de una elección que después «se les pueda escapar», como estaba ya sucediendo con el papa Luciani. De hecho, si en el cónclave anterior los votos de la curia, volcados en el tradicionalista Siri, fueron veinticinco, esta vez se sabe que son ya más de cincuenta. Los veintiocho cardenales que desde Roma gobiernan la Iglesia pueden ya contar con casi setenta votos. No es suficiente, pero piensan que otros cinco votos podrían encontrarlos. Pero, al parecer, temen que un candidato con el mínimo de votos pueda caer en la tentación de renunciar, planteándose, en este caso, el problema de abrir una nueva crisis en la elección, que podría favorecer a los progresistas.
En este sentido fue interpretada una llamada de L'Osservatore Romano publicada en primera página, y que se considera inspirada por el secretario de Estado, cardenal Villot, en la cual se recuerda que Pablo VI había escrito .que «quien sea elegido no deberá renunciar a la misión a la cual se le llama por miedo al peso de la responsabilidad, sino que deberá inclinarse con humildad al designio de la voluntad divina».
Esta llamada de L'Osservatore Romano se está interpretando también como invitación a los cardenales a ponerse de acuerdo acerca de un candidato y de votarlo todosén seguida para no hacer un cónclave demasiado largo y, sobre todo, para no dar a los fieles la impresión de que la elección unánime de Juan Pablo I, cuya muerte prematura fue interpretada por algunos como «una equivocación del cónclave», fue un hecho casual.
Al parecer, esta vez, el candidato de Benelli y del belga cardenal Suenens es el arzobispo de Nápoles, cardenal Ursi, uno de los obispos italianos que han dado en su diócesis más espacio al movimiento místico de los «grupos carismáticos». Los napolitanos dicen que San Genaro «tiene que,hacerles el milagro».
Ayer se reunió por tercera vez la congregación de cardenales, órgano de Gobierno de la Iglesia ,en el período de sede vacante. De los 111 cardenales que entrarán en el cónclave asistieron 101 purpurados. En calidad de ayudantes para el buen funcionamiento de esta reunión, ochenta personas, llamadas conclavistas, las mismas que entraron al cónclave anterior.
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