Una obra desconocida fuera del círculo de especialistas
Salvador Velayos desarrolló la mayor parte de su labor científica en una época triste para la cultura, la ciencia, el arte, época cuyo ambiente explica tan exactamente ese grito desgarrado de Blas de Otero. En aquellos momentos en que tantos españoles se vieron obligados a claudicar o a establecer cómodas diferencias entre teoría y práctica, Salvador Velayos se mantuvo fiel a sí mismo y encarnó claramente la figura del intelectual. Paradójicamente ésta fue una de las razones del desconocimiento de su obra, fuera de un círculo de especialistas, porque su labor docente e investigadora se ajustó exactamente a aquella luminosa frase de Castilla del Pino: «La obligación del intelectual es decir la verdad, y, si no puede, callarse.»El señor Velayos no representa exclusivamente la continuidad de la escuela de Cabrera. Introduce el ferromagnetismo como nuevo objeto de investigación. Realiza su tesis doctoral midiendo las susceptibilidades paramagnéticas de compuestos de tierras raras en el intervalo de temperaturas más amplio de los estudiados hasta entonces. Posteriormente comprueba con exactitud la ley de Curie-Weiss en sulfatos octohidratados y óxidos de lantánidos. Viaja becado a Alemania, donde conoce a Sommerfeld y trabaja con Walter Guerlach.
En 1936 obtiene la cátedra de Física Teórica y Experimental de la Universidad de Valencia. Allí comienza la investigación del ferromagnetismo midiendo el efecto Wiedemann en hilos de hierro y níquel. Comenzada la guerra vuelve a Madrid y se incorpora al Rockefeller, donde realiza el trabajo sobre la influencia de la compresión en las survas de imanación del níquel. Esta investigación publicada en Alemania es ya clásica en la teoría de la magneto-elasticidad.
A los dos meses de finalizada la guerra es detenido y acusado en consejo de guerra de haber retardado la victoria nacional por la creación de unas bocinas de escucha puestas al servicio de las unidades antiaéreas gubernamentales. Condenado a destierro, obtiene del ministerio la posibilidad de elegir entre las Universidades de Oviedo, Sevilla y Valladolid para el ejercicio de su cátedra. Por razones personales prefiere Valladolid y allá marcha en 1941. El ambiente científico y de investigación que encuentra es deplorable. La actitud que adopta en estas circunstancias es tan trascendental para el magnetismo en España, como de hecho lo fue el viaje del señor Cabrera a Zurich. En lugar de desmoralizarse comienza de cero una vez más, con los ridículos medios que tiene a su alcance, a desarrollar la vocación, impetuosa que le anima. Así, en 1941, con caracteres casi heroicos, el señor Velayos salva la vida al magnetismo en nuestro país y comienza su segunda etapa, ya puramente ferromagnética.
Creador de escuela
A esta época de Valladolid están asociados los nombres de Víctor Sánchez Girón, hoy profesor de investigación en el consejo, que estudia las pérdidas de energía por histéresis en acero al silíceo; Miguel Pedro, quien determina la influencia de los tratamientos mecánicos y térmicos en la cifra de pérdidas; José Alameda elabora su tesis sobre las propiedades magnéticas de sales de níquel en solución; Felisa Núñez y Aurelio Martín Blanco estudian las propiedades magnéticas de la ferrita de bario, fabricada por ellos mismos. En aquella época este tema pertenece a la vanguardia de la investigación. Finalmente señalaremos los nombres de Marcos Villanueva, quien mide histéresis rotacional y anisotropía magnetocristalina, y de Angel Tobalina, que determinó la coercitividad de películas delgadas de hierro electrolítico. Parece hoy asombroso que surgiera tal densidad de creatividad en la vieja Universidad castellana.En 1956, durante el Ministerio Ruiz Jiménez, el señor Velayos gana por oposición la cátedra de Madrid. Desde entonces hasta ahora mismo ha visto multiplicarse el número de sus colaboradores y discípulos, así como el de publicaciones originales en las revistas internacionales más conocidas. Sin tener jamás la mínima ayuda oficial, excesivamente pobre de medios respecto a otros compañeros de cátedra supo -como recientemente indicaba Nicolás Cabrera- atraer a los mejores estudiantes al campo del magnetismo.
En esta dilatada etapa de Madrid se realizaron trabajos destinados fundamentalmente a conseguir una mejor comprensión de los procesos de imanación en ferro y ferrimagnéticos. Se produjeron y fueron estudiadas partículas monodominios alargadas de hierro por F. Carmona. Se estudió el corrimiento de paredes y todo el proceso de imanación de monocristales de hierro, crecidos en nuestro laboratorio, por A. Trueba y A. Hernando. Marcos Tejedor generalizó las leyes de Rayleigh en el dominio de los campos débiles. Se consiguió una fundamental contribución en el terreno de la magneto-óptica con los trabajos teóricos de M. Poza y experimentales de F. Briones. J. M. Riveiro estudió el ferromagnetismo en películas de unidades de angstrom de espesor. J. M. Alameda desarrolló su tesis doctoral acerca de la dispersión de la anisotropía en películas delgadas de cobalto. J. L. Vicent midió la magneto-resistencia en ferromagnéticos. Casi todos los citados, concretamente, los señores Briones, Riveiro, Alameda y Hernando dirigen actualmente un buen número de tesis doctorales.
Las condiciones ambientales en que se desenvuelve la investigación en el campo del magnetismo durante el período de dirección del señor Velayos son distantes de las que encontramos en la época del señor Cabrera. Si bien los trabajos científicos originales y su repercusión internacional son de la misma categoría que los de la etapa inicial, el reconocimiento oficial de esta labor es casi nulo.
El señor Velayos supo atraerse los mejores alumnos, como antes decíamos, sin duda, porque alcanzó las cotas más altas en la docencia universitaria. Es indiscutido profesor. Los estudiantes, durante la etapa más crítica de nuestra Universidad, nunca dudaron en considerarle fuera de concurso entre los enseñantes. Dotado de una fluidez mágica en la palabra, sabía deleitar a los más difíciles auditorios.
El investigador naciente ve en él un maestro privilegiado por su formación, en contacto con los señores Cabrera, Guerlach, Van Bleck, etcétera, y privilegiado por su inteligencia. Ayudada su tendencia a no ejercer cargos oficiales por las disposiciones consiguientes al consejo de guerra, siempre trabajó desde el más profundo silencio, sin la mínima estridencia pública. Sintetizó la inteligencia y la perseverancia del experimentador gracias a su deportiva vocación por el magnetismo; que le satisfacía íntimamente. Tiene y tuvo, no obstante, el considerable defecto de obrar con descarnada honradez.
Con su jubilación se presenta a la ciencia española un serio problema: ¿Qué va a suceder con el magnetismo en España? Solamente hay una plaza dotada en todo el Estado con el título de Magnetismo, la Adjuntía de la Complutense. No sabemos aún quién ocupará la catedra vacante. Sin embargo, no hay excesivas razones para sustentar profecías pesimistas; la reflexión histórica sirve, al menos, para guardar esperanzas acerca del desarrollo de una disciplina que, pese a la guerra civil, la política científica posterior, la organización en cátedras de nuestra Universidad y el resto de los obstáculos, llegó a constituir uno de los más hermosos capítulos de la historia de la investigación científica en España.
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