Desconcierto entre algunos cardenales y periodistas ante el excesivo "secreto vaticano"
Los cardenales más desconcertados cuando vienen a Roma son los norteamericanos. Acostumbrados a vivir en una sociedad donde todo se cuenta, este ambiente vaticano sembrado de secretos les sorprende.El arzobispo de Nueva York dijo ayer, por ejemplo, sin tanto pudor, que el próximo Papa deberá ser un pastor, sí, pero también un «buen administrador». Y añadió que todos los cardenales «son pastores».
Lo mismo sucede a los informadores que vienen de países donde el «secreto informativo» pertenece a épocas pasadas. No se comprende, por ejemplo, por qué es tan grave saber lo que cenó el Papa la noche anterior a su muerte. No se explica por qué se inventó la historia de que murió leyendo La imitación de Cristo. Fue su médico quien dijo a la prensa que en sus manos tenía unas cuartillas que tuvo que arrancarle él mismo con fuerza. No se sabe que estaba escrito en estos folios. Se rumorea que era el discurso que se preparaba a hacer a la curia. No se explica por qué a un Papa no se le puede hacer una autopsia. Lo pidieron médicos de gran prestigio. No se explica por qué la noticia de la muerte fue dada a la opinión pública más de dos horas después.
Se sabe que en la tarde del martes, con las puertas cerradas a cal y canto, en la basílica de San Pedro, se hizo un examen imprevisto a los restos mortales del papa Luciani por un equipo de médicos. ¿Se trató de una especie de autopsia? Silencio total del Vaticano. Durante las congregaciones generales de los cardenales hasta la entrada en cónclave reinará de nuevo el secreto bajo juramento. Se quiso hacer entender que los cardenales se reunían para tratar las cosas administrativas de la Iglesia más urgentes y para decidir la organización del cónclave, pero, como dijo el cardenal africano de la curia, Bernardin Gautin, es evidente que los cardenales no se reúnen «para hablar de tomates y de gambas». Allí se decide la elección del Papa y las líneas de programa para el nuevo pontificado. Pero tanto los observadores laicos como los católicos de la secularización se preguntan si es evangélico este secreto y si es un pecado o una vergüenza que los cristianos sepan que no todos los cardenales tienen una misma visión de la Iglesia y de sus problemas. Cristo habló siempre en público y lo mismo los apóstoles.
Es una contradicción, se dice aquí en Roma, que una Iglesia que revolucionó su misma historia con el Concilio Vaticano II, y que ha abierto entre sus filas un verdadero proceso de secularización, se reúna para elegir el Papa en un castillo de magia, en un clima anacrónico, en un secreto misterioso que tiene todo el sabor de la Edad Media y en nada se parece a las exigencias del mundo, al que dice que «desea servir».
En este clima es fácil, me dijo un obispo progresista, que una muerte que seguramente fue normal se haya revestido de maquinaciones siniestras hasta el punto de que hoy, en Italia, entre la gente sencilla, la mayoría piensa en una muerte violenta.
Y añadió: «Cuando todo se envuelve en el misterio la gente dice:
Y vaya usted a saber lo que sucede en aquellos palacios.»
¿Qué dicen las comunidades cristianas de base acerca del difunto Juan Pablo I, y cómo desearían que fuera su sucesor? Mientras se da mucho relieve en toda la prensa, radio y televisión al casi millón de personas que desfilaron estos días por San Pedro, a pesar de los aguaceros que han convertido Roma en un lago y la han casi paralizado, las comunidades cristianas de base han puesto en alerta a los católicos progresistas: «Estemos atentos a no crear nuevos mitos», dijo ayer Giovanni Franzoni, ex abad de la basílica de San Pablo, el mayor inspirador de todos los grupos cristianos del disenso italiano. En una entrevista a La Repubblica, Franzoni, recogiendo los sentimientos de la base, dijo que: «Insistir acerca de la sonrisa del Papa es crear un mito y los mitos son siempre peligrosos.»
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