Un hombre asustado ante el peso de su responsabilidad
El día en que tomó posesión de la silla pontifical, Juan Pablo I dijo: "Hoy comienza el peligro para mí." Nadie interpretó el sentido que podrían tener esas palabras del Papa,a las que hoy, apenas veintícuatro horas después de su muerte, puede darse un sentido profético.
AlbinoTuciani nació en la localidad italiana de Forno di Canale -hoy Canale d'Agordo-, el 17 de octubre de 1912. Su padre, militante socialista, era un trabajador temporero que tuvo que emigrar a Suiza para encontrar trabajo. Después trabajó en el vidrio en la isla de Murano, junto a Venecia. A este respecto, merece señalarse el comentario que hizo el cardenal Cody cuando le nombraron Papa: «¿que su padre fue socialista? Bueno, eso demuestra que el socialismo es una enfermedad que se cura. Además, ¿qué significa lo que fuera su padre? El mío era bombero y yo soy cardenal».Juan Pablo I, el pontífice más efímero de los tres últimos siglos, fue ordenado sacerdote el 7 de julio de 1935, cuando contaba veintitrés años. Antes había cursado los estudios de filosofía y teología, y después se trasladó a Roma para obtener el doctorado en teología por la Universidad Gregoriana. Después ejerció como coadjutor, primero en su pueblo natal y después en Agordo, donde simultaneó su tarea pastoral con la enseñanza de la religión en el instituto. Entre 1937 y 1947 fue profesor de teología dogmática, moral y derecho canónico en el seminario de Belluno. En 1948 fue nombrado vicario general de la diócesis y responsable de la catequesis. Diez años después, el 15 de diciembre de 1958, Juan XXIII le nombró obispo de Vittorio Veneto y él mismo le consagró en la basílica de San Pedro, doce días después. El obispo Luciani se entregó en cuerpo y alma a su diócesis, en la que permanecería por espacio de once años.
El 15 de diciembre de 1969, Pablo VI promovió al Pontífice fallecido a la sede patriarcal de Venecia y el consistorio del 5 de marzo de
1973 le nombró cardenal. El 26 de agosto de 1978 el cónclave más corto de este siglo le eligió como 263 sucesor de San Pedro.
Para encontrar un pontificado más corto que el de Juan Pablo I hay que remontarse al siglo XVII. León XI fue Papa del 10 al 27 de abril de 1605. Anteriormente, fueron pontífices durante breve tiempo Marcelo II, que ocupó la silla de Pedro del 10 de abril al 1 de mayo de 1555: Urbano VII, del 15 al 27 de septiembre de 1590, e Inocencio I, que fue Papa del 3 de noviembre al 30 de diciembre de 1591. Hasta ahora, el pontificado más largo fue el de Pío IX, Giovanni Mastal Ferretti, que duró 32 años, de 1846 a 1878.
Albino Luciani, un hombre moderado, no era de los cardenales que a la muerte de Pablo VI sonaran para papables. Y él debió ser el primer sorprendido con su nombramiento. En varias ocasiones de su corto pontificado dio la imagen de un hombre asustado ante la estola papal. «Dios os perdone por lo que habéis hecho», fue su primera frase a los cardenales que acababan de elegirle. El domingo 1 de septiembre, en una de sus principales alocuciones públicas. Juan Pablo I decía: «Sabemos que Dios siempre nos mira. aunque parezca que estamos en penumbras. Es el padre. Más aún: es la madre. No nos quiere hacer daño. Sólo nos quiere hacer el bien a todos.» El domingo anterior, 3 de septiembre. había citado a San Leandro como amigo de San Gregorio I el Magno, elegido Papa el 3 de septiembre del año 590: «No quería aceptar la carga del papado -dijo Juan Pablo I- pero cuando lo hizo escribió a su amigo Leandro, obispo de Sevilla: "Me dan ganas de llorar más que de hablar." Se ve que también en aquellos tiempos era difícil ser Papa.»
A los pocos días de haber sido nombrado Papa. Juan Pablo I hablaba a los niños italianos que días después comenzarían el curso escolar. «De pequeño -decía- a mí nadie me dijo que iba a ser Papa. Si lo hubiera sabido, habría estudiado más, me habría preparado mejor. Y ahora ya es tarde. Por eso debéis prepararos vosotros, porque seréis los rectores de la sociedad de mañana.»
Este sentido de peso de las obligaciones pontificias han sido reconocido por Eduardo Luciani, hermano del Pontífice fallecido, quien dijo en Australia, donde se hallaba en viaje de trabajo: «La emoción de haber sido elegido Papa ha podido ser la causa que haya afectado tan profundamente la salud de mi hermano. El había padecido del corazón hace ya quince años, pero su médico, después de la elección papal, dijo que no había peligro de complicaciones». El señor Luciani dijo a los periodistas que su hermano fue el primer sorprendido ante la elección, que le afectó y asustó profundamente.
La insistente sonrisa
Con una imagen más cercana a la de un párroco que a la de un diplomático, la primera imagen de Albino Luciani que llegó al público fue su insistente sonrisa y la expresión de sus manos, constantemente en movimiento. Siempre se supo que sería más un pastor que un intelectual y que, como él mismo había dado a entender, no le interesaban en exceso los entresijos y la política de los pasillos vaticanos.
De Albino Luciani se señaló siempre su sencillez y su deseo de llegar al pueblo, así como su gran calor humano. El admiraba a dos grandes papas: San León Magno del que le impresionaba «su latín y la altura de los temas que tocó. No pienso imitarle en absoluto». y San Gregorio I el Magno. «quien supo llegar al pueblo y, decir cosas grandes de forma sencilla. A éste sí le imitaré». Su lenguaje espontáneo y sencillo, aunque lleno de citas culturales, y las nuevas maneras que impuso en el Vaticano causaron a veces algún gesto de sorpresa en la curia y la diplomacia pontificias. Un psicólogo católico ha dicho que Luciani tuvo la ventaja de saber desprenderse del aire glacial que caractecrizó el anterior pontificado de Gianbattista Montini.
El antropólogo Alfonso di Nola señaló que los pocos, pero significativos rechazos de Juan Pablo I -la tiara, la silia gestatoria. el uso del yo en vez del plural mayestático- señalaban que podía rechazar, igualmente, los aspectos violentos del poder y la ambigüedad de la curia romana
En definitiva, casi todos coinciden en destacar que el estilo de Luciani, al menos en apariencia, fue anticonformista, a pesar de que su biografía hacía presagiar un retroceso en el camino de la Iglesla. El desaparecido Pontífice, antes de celebrarse el cónclave, estuvo orando largo tiempo ante la tumba de monseñor Escrivá, fundador del Opus Dei. El último artículo que publicó antes de ser elegido Pontífice fue sobre el citado sacerdote.
Por otra parte, Juan Pablo I no tuvo demasiados problemas para presentarse como un conocedor de la realidad política del mundo. Parece que la diplomacia vaticana, habituada a calibrar y medir las palabras, no pudo reprimir el sofoco cuando Luciani habló de la reunión de Camp David y puso en un mismo plano a árabes y judíos.
Por lo demás, toda la prensa destacó, en torno a su nombramiento, los rasgos humanos de su personalidad. La revista italiana Geite dio cabida a varias cartas autógrafas escritas por Albino Luciani cuando estaba en edad escolar. En una de ellas pedía perdón a su madre porque la habia engañado. La carta. escrita en papel rayado y con caligrafía infantil, decía: «Querida mamá: el otro día. cuando usted me mandó a Cencinighe a comprar medicinas, y yo, para ir más deprisa, fui por el camino más corto, pero al ir a campo traviesa perdi dos de las doce liras que había llevado. Usted no sabía cuánto me había costado la medicina, y yo, al llegar a casa, devolví cinco liras, y, aunque la medicina me había costado cinco liras, dije que. siete.» La carta decía también: «Espero que, como otras veces, me perdonaréis también esta última, ya que sois tan buena. Si quiere las dos liras, se las restituiré cuando las tenga.»
Cuando era patríarca de Venecia, Albino Luciani escribió un libro, Illustrissimi, que lleva un tiempo haciendo furor en Italia. El libro es la recopilación de una serie de cartas abiertas que se publicaron en Il Messaggero, dirigidas a personajes célebres, como Chesterton, el rey David, Mark Twain, Dickens, Pinocho o Santa Teresa de Lisieux. En la carta a Twain, sobre el humor, recordaba el ejemplo del escritor sobre el diverso valor de los libros. «Un libro encuadernado en cuero es muy útil para afilar una hoja de afeitar, un libro delgado, conciso, como saben escribirlo los franceses, viene que ni pintado para calzar la pata de una mesa, un libro gordo, como un diccionario, es un excelente proyectil para tirarles a los gatos y, finalmente, los atlas, con sus grandes páginas, proporcionan el papel más idóneo para limpiar los cristales. Mis alumnos estaban encantados cuando yo les decía: aquí tenéis otro Mark Twain. Y temo que mis feligreses puedan escaridalizarse: ¡Un obispo que cita a Mark Twain! Pero habría que explicarles que, como hay varias clases de libros, hay también varias clases de obispos. Algunos parecen águilas que planean con documentos magistrales de alto nivel, otros son ruiseñores que cantan las alabanzas del Señor de una forma niaravillosa, otros son pobres abadejos que, subidos en la última rama del árbol eclesial, se contentan con piar intentando expresar algunos pensamientos sobre amplios temas. Yo, querido Twain, pertenezco a esta última categoría.»
Según la profecía de San Malaquías, arzobispo de Armagh (Irlanda), que vivió en el siglo XII y murió en olor de santidad, en 1143, la frase latina que, a modo de divisa, correspondió a Juan Pablo I fue De medietate lunae (de la mitad de la Luna). Su sucesor tendrá la divisa De labore solis (del trabajo del Sol), y el siguiente, con el que terminará la profecía, De gloria olivae (de la gloria del olivo).
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