Un falso caso de espionaje perjudica al Parlamento alemán
El fiscal general alemán, Kurt Rebinann, ha cerrado el llamado «caso-Pacepa», que envolvió en un clima de desconfianza pública a miembros del Parlamento y del Gobierno, entre ellos un diputado socialdemócrata y el ayudante de un ministro. Según el dictamen del fiscal, ni Uwe Holtz, presidente de la Comisión Parlamentaria de Cooperación Económica, ni Joachim Broudre-Groeger, portavoz de Egon Bahr, jefe de relaciones internacionales de la socialdemo cracia, son espías al servicio de un país socialista. Las pistas ofrecidas por el exiliado Pacepa, antiguo responsable del servicio secreto de su país antes de optar por las hospitalidad de la CIA norteamericana, no permiten concluir, ni si quiera sospechar, que estos supuestos agentes lo sean realmente.He aquí los indicios que llevaron al rumano a trasladar sus sospechas a la prensa ultraderechista de Springer: Holtz se encontraba de cuando en cuando con un diplomático rumano, Constantin Denuta, sin concertar previamente por teléfono una hora para la cita. Simultáneamente, Broudre-Groeger poseía dos cámaras Minox y, además, tomaba unas pastillas contra el lumbago, de las que, casualmente, podía obtenerse una «tinta invisible», similar a la que acostumbran a emplear los clásicos espías.
Todas estas «razones» movieron a un folletín político que logró convocar en plenas vacaciones una sesión parlamentaria de urgencia -que duró cinco minutos- para levantar la inmunidad de Uwe Holtz, un diputado vocacionalmente volcado en los problemas del Tercer Mundo, joven, de 37 años, y que por su dominio del castellano está al día en cuestiones latinoamericanas. Al final, nadie ha querido responsabilizarse de la corriente de desconfianza que rodeó a los dos supuestos agentes: ni Wehner, jefe de la fracción socialdemócrata, que en un principio dijo que ya le habían parecido a él «dos pájaros retorcidos los dos sospechosos», ni el jefe de la policía política, Meier, que registró las oficinas y los domicilios de ambos supuestos agentes, ni el ministro de Justicia de Bonn, que vio motivos para legitimar esta acción. Tampoco lo hizo Genscher, jefe liberal y ministro de Exteriores, que aconsejó dar curso a las sospechas provocadas por las etéreas acusaciones del exiliado rumano.
Tras la experiencia del físico atómico Traube, a quien también se implicó gratuitamente en un su ceso parecido, cualquiera sabe aquí que la simple sospecha, aun infundada, imprime carácter en la sociedad alemana. Traube se en cuentra en paro forzoso, y Holtz podría verse rodeado de un clima muy frío, nada favorable para su brillante carrera. Broudre-Groeger y otros tres, cuyos nombres no ha citado el fiscal general, son me nos vulnerables por su anonimato o por su actividad puramente funcionarial.
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