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La OPEP dejará de colaborar en el sostenimiento del dólar como moneda básica

En el curso de año y medio, entre enero de 1976 y abril de 1978, la casi continua depreciación del dólar norteamericano costó a los países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo una cifra calculada conservadoramente en alrededor de 15.000 millones de dólares.

A esto debe añadirse una reducción en el poder adquisitivo de las reservas líquidas de la OPEP, estimadas en unos 70.000 millones de dólares, y de sus colocaciones en el exterior, que se calculan en alrededor de los 80.000 millones de dólares, la mitad de los cuales estarían en depósitos y activos en la moneda norteamericana.Estas cifras, suministradas recientemente por el economista iraní Jahangir Amuzegar, director ejecutivo por su país en el Fondo Monetario Internacional y hermano del ex primer ministro y antiguo ministro por Irán ante la OPEP, no incluyen, desde luego, las pérdidas sufridas por los países petrolíferos después de abril de este año y, especialmente, durante las recientes caídas sufridas por la divisa norteamericana en el último mes.

Es obvio que estos números y sus resultados en términos prácticos han creado y continúan ejerciendo una inmensa presión sobre las naciones exportadoras de crudo para buscar alternativas que puedan frenar de alguna manera esta situación.

El aumento de precios de referencia, la indexación de éstos al valor de una «canasta», el cambio a los derechos especiales de giro o a un cóctel de divisas para fijar el valor del barril de petróleo y para su cobro, han sido todos estudiados y analizados en diversas oportunidades y continúan siendo objeto de discusión.

La alternativa obvia y favorecida por muchos es la de aumentar los precios del crudo, lo cual tendría que hacerse naturalmente en forma gradual y en cualquier caso no compensaría adecuadamente la pérdida en el valor adquisitivo del dólar. Un aumento brusco, por otra parte, presentaría el riesgo de frenar abruptamente las posibilidades de recuperación económica de las naciones industrializadas y restringiría la demanda de crudos.

La posibilidad de cambios en las fórmulas existentes para la fijación de precios sobre la base de otra divisa o una mezcla de varias de ellas plantea varias alternativas de una gran complejidad y de difícil instrumentación, y presenta, a la vez, otros obstáculos.

Según Amuzegar, «en general, cualquier cambio de fórmula en fijación de precios para alejarla del dólar cuando éste está débil contribuiría a erosionar aún más la confianza en la moneda norteamericana y aumentará las presiones para que continúe bajando. La caída del dólar después del cambio podría ayudar a aumentar los ingresos de los exportadores de inmediato, pero también haría depreciarse aún más los inmensos balances en dólares que poseen...».

Para el experto iraní, «el único remedio efectivo y duradero parecería ser la restauración de la confianza mundial en el crecimiento futuro y la fortaleza de la economía norteamericana y la determinación de Estados Unidos en defender el valor del dólar».

Pero surge aquí entonces el mayor problema de todos. La OPEP puede evitar que aumente la desconfianza hacia el dólar, pero no está en capacidad, por mucho que lo deseara, de poner en marcha el proceso inverso, es decir, de crear confianza en él. De hecho, esto sólo está en capacidad real de hacerlo el propio Gobierno de Estados Unidos.

Y aparte de los sauditas no es fácil encontrar actualmente en el mundo demasiada gente que esté dispuesta a aceptar como suficiente garantía la aparente tendencia del presidente Jimmy Carter y su equipo económico a hacer demasiado poco y demasiado tarde.

Es indiscutible que hasta ahora la actitud de cooperación por parte de la OPEP ha sido objetable, según algunos críticos, hasta excesiva, pero es poco realista esperar que se mantenga una tónica similar demasiado tiempo sobre la base de vagas promesas y aún menos tangibles realizaciones.

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