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Reportaje:

La obra musical de Rousseau

El pasado 2 de julio se ha cumplido el segundo centenario de la muerte en Ermenonville cerca de París, del filósofo, escritor y músico suizo Jean-Jacques Rousseau 1712-1778), figura insigne del enciclopedismo francés y hombre inquieto contradictorio.Rousseau se había formado musicalmente como copista de partituras, lo cual le sugirió la idea de hacer más simple la escritura musical, sustituyendo las notas y pentagramas por un sistema cifrado. A poco de su llegada a París leyó ante la Academia de Ciencias (22-agosto-1742) esta nueva fórmula para la notación musical, pero fue rechazada por no ser apta para la polifonía y la polirritmia.

Sus primeros años en, París, tras el fracaso de la Disertation sur la musique moderne, fueron duros, casi miserables. Las clases de música y la composición ocupaban su tiempo hasta que pudo estrenar, en casa de La Pouipeliniere, en 1747, la ópera Las musas galantes. El ilustre Rameau, presente en aquella ocasión, declaró que algunas partes mostraban las manos de un maestro y otras la ignorancia de un aprendiz. Ocurrió que Rousseau practicaba el camino más fácil en la música: huir de la armonía y hacer omnipresente la melodía, preferir el unísono a la polifonía contrapuntística.

Naturalmente, el filósofo ginebrino trataba de sustentar teóricamente, sus gustos musicales. Para él, la música válida sólo podía concebirse como canto. La armonía, es decir, la simultaneidad de sonidos, era para él una invención gótica Y bárbara, algo antinatural que impide a los oídos rústicos el goce de la música. Hay que añadir que armonía, contrapunto, fuga y otros términos que matizan diferentes aspectos y elementos de la composición musical, para Rousseau entraban, sin distinción alguna, en el terreno de lo artificioso, de lo que nunca puede emocionarnos porque no es verdadera música. Esta sólo se hallará en la melodía, capaz de imitar las pasiones y expresar sentimientos.

Estas ideas fueron llevadas a los numerosos artículos sobre música que escribió para la Encyclopedie y como era de esperar, Rameau, el autor del Traité d´harmonie (1722) salió al paso de las aventuradas afirmaciones de Rousseau. Para el gran músico de Dijon no basta con sentir la música, sino que también es necesario hacerla inteligible en las leyes eternas que rigen su construcción. Disfrutamos de la música porque expresa, a través de su armonía, el divino orden universal, la Naturaleza misma.

Enrico Fubini (La estética musical del siglo XVIII a nuestros días, Barral, Barcelona, 1911) ha explicado muy bien las divergencias profundas entre Rameau y Rousseau cuando dice que nos hallamos ante dos intentos opuestos de revalorización de la música desde dos conceptos diferentes de la naturaleza: el idílico de la época (Rousseau) y el que entiende por naturaleza un sistema de leyes matemáticas, próximo a la concepción newtoniana del mundo (Rameau).

Tres meses después. de la llegada a París de una compañía italiana de bufones, que puso en escena La serva padrona, de Pergolesi, Rousseau estrena, ante el rey, en Fontainebleau (octubre, 1752), Le Devin du village, su obra maestra, deliciosa composición que puso al rojo vivo, por el éxito obtenido, la querella entre los partidarios de la declaración melódica y los que veían en la armonía el fundamento eterno y natural de la música. Luis XV apoyaba a estos últimos, Rameau y la música francesa, mientras la reina se había declarado bufonista, es decir, de acuerdo con Rousseau y la música italiana. « Polémica que se recrudecería a fin de siglo en París entre los partidarios de Gluck y los de Nicolo Piccini.

Aparte los fragmentos de la ópera titulada Daphnis et Chloé ( publicada en partitura, París, 1780), Rousseau ha dejado una colección, de cerca de cien romances y piezas sueltas titulada Consuelos de las miserias de mi vida. Pero su obra de mayor trascendencia es el melodrama titulado Pigmalion, que consistía en una serie de intermedios orquestales que se tocaban entre las partes habladas. El efectivo instrumental era reducido, pero su empleo muy matizado por el compositor, en un afán de cuidar al máximo la expresión de la música. Se acusó a Rousseau, con bastante fundamento de que había tomado la música de El adivino de aldea, de un compositor de Lyon llamado Granet, y la de Pygmalion, del comerciante, también lionés, Horace Coignet. Se dijo, igualmente, que Francoeur había reorquestado El adivino y que el cantante Jelyotte le ayudó en las partes vocales. Hoy nadie pone en duda la decisiva intervención de Rousseau en estas obras musicales, tan sencillas y expresivas en lo melódico como torpes e incorrectas en la armonía. Han pasado más de dos siglos y podemos imaginarle en su modesto piso de la calle de Platriére, de París, junto a su amada Thérese Levasseur, enfrascado en la lectura, o en su pabellón del jardín del castillo de Ermenonville, ante la espineta, tocando en secreto piezas de Rameau, y poniendo en duda su sinceridad cuando escribía contra él.

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