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La competencia en el sector automovilístico

Si las circunstancias o la autoridad competente no lo impide, el sector de vehículos, de turismo aumentará sus precios a lo largo del mes de septiembre en una media ponderada del 8%. Este alza es el sexto desde que se «liberalizó» -hay que entrecomillar este verbo- el régimen de precios de los automóviles hace menos de dos años. Los precios han experimentado en este período un aumento de más del 60%. Todo un récord.Mal momento han elegido los dirigentes del sector para aumentar sus precios. El Gobierno está empeñado en una lucha contra la inflación, que cada día se le va más de las manos. En cualquier caso, e independientemente de la oportunidad o no de la subida, existen razones más que contundentes para responder a esta estrategia del sector automovilístico.

En principio parece correcto que cualquier sector económico eleve los precios de sus productos en el momento que. lo considere más oportuno, ya que nuestro sistema económico tiende y se autodefine como de economía de mercado. Sin embargo, lo que no parece tan correcto, es que las alzas se efectúen uniformemente y que las empresas automovilísticas -muchas y bien avenidas- den toda la impresión de formar un cartel cada vez que de aumentar sus precios se trata.

Un sector como el de automoción, al que se le supone una planificación ordenada y operativa, debería tener ya desde el principio del ejercicio las previsiones suficientes para poner un calendario exacto de los volúmenes y las fechas de las subidas de sus productos a lo largo de todo el año. Aquí no parece ocurrir esto y basta para que una empresa presente ante la Junta Superior de Precios su demanda de aumento para que el resto, sin atender a previsiones de ningún tipo ni a estrategia de mercado, le imite. Esto, a juicio de los expertos, se terminaría si se suprimiese ese trámite largo que tienen que pasar todas aquellas actividades sujetas al régimen de precios comunicados que no parece ser sino el fomento del cartel.

Seis subidas supondrán un alza acumulado de los precios de los turismos de cerca del 70 % lo que da una media por subida del 12%. Esto, cuando menos, supone una práctica comercial únicamente comprensible en un país en donde no existe la más mínima competencia de mercado. Todos los expertos indican que la práctica comercial más utilizada en el resto de los países industrializados consiste en diluir los aumentos a lo largo del tiempo en lugar de efectuarlos concentrados tal y como está al uso por estos lares.

Ante esta política del sector, sólo caben medidas de saneamiento que, a juicio de muchos se traducirían en lograr un mayor régimen competitivo en el mercado interior. Nada tenemos contra los aumentos de costes, estén bien o mal planteados, siempre que respondan a unas necesidades objetivas. Sin embargo, nada tenemos tampoco contra una mayor competitividad del mercado, y el único camino posible para conseguirla es levantando aranceles y permitiendo la libre importación de vehículos producidos fuera de nuestras fronteras.

La autoridad competente parece que es consciente del problema y, no parece que ande lejos la supresión, al menos parcialmente, de los aranceles a un medio plazo. Además, esta misma autoridad no parece desesperar y está intentando por todos los medios conseguir que el aumento del 8 % se subdivida en dos o más partes que se apliquen progresivamente.

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