"Soy Manuel García y nunca he estado en un campo de concentración soviético"
«Yo soy Manuel García García del que habló El Bélgico, pero ni fui combatiente de la División Azul, ni estuve prisionero durante 37 años, ni ahora me tienen en un campo de concentración. Llegué a Leningrado en el año 1937, a los seis años de edad; había nacido en el pueblo asturiano de Moreda de Aller. Después he sido condenado ocho veces por delitos comunes y he pasado veinticinco años y cuatro meses por más de una veintena de cárceles de toda la Unión Soviética. Ahora trabajo de asistente técnico de máquinas de purificación en la ciudad ucraniana de Krivoi Rog ... ». Manuel García García está en Moscú, donde prepara su regreso a España. En la capital soviética habló con Ismael López Muñoz.
Hace pocas horas descendió del tren después de casi dos días de viaje. No ha comido y es media tarde. Le hemos llevado a casa, donde por vez primera en su vida toma una copa de Tío Pepe. Está contento y alegre. Después come unos huevos fritos con patatas y carne. Come y habla, en una conversación fluida, contando su historia. El pasado 27 de abril cumplió 47 años. Mira los recortes de periódicos que guardamos donde se habla de él y se ríe con fuerza. Muestra su dentadura «de hierro, que me pusieron ellos, porque la mitad te la arrancaban en el campo». De pronto nos habla de Antonio Pype. «Yo estaba en Lepley, en Mordovia, había casi terminado la condena. Trajeron, como siempre, una partida de presos extranjeros, entre ellos estaba el Pype ése. Me acerqué y empecé a preguntar: ¿de dónde sois, por qué caísteis? El me contó que estaba allí por repartir propaganda. Yo le conté la vida de allá y cuántas veces había caído. Yo nunca pude hablarle de la División Azul. No sé de qué él inventó eso. Yo le comprendo por qué lo dijo. Puede ser para la prensa. Allí parecía tonto o se lo hacía. Todos se reían de él. Lo cierto es que no era muy hombre. Le llamaban Pope, Pupe, Pipa y más cosas. Tenía miedo de todo, le asustaba la gente ... »«Antonio Pype salió pocos meses después, cuando apenas había cumplido la condena. El 12 de diciembre de 1977 Manuel García García era puesto en libertad. «Se marchó a Minsk para conocer a una española, Remedios Montes García, con quien se había carteado durante dos años, y decidieron casarse después de vivir juntos un par de meses.» Yo quería quedarme en Minks, escribí a todos los sitios, al primer secretario del partido de Bielorrusia; hablé con el dirigente de la milicia, estuve en todas partes. Pero aquí la costumbre es que al terminar la condena te mandan a trabajar a la república donde caíste. El Estado ruso me dijo: «No, vete a Krivoi Rog». Es una ciudad de casi un millón de habitantes, zona de fábricas metalúrgicas y muchas minas. El 90% de la población está compuesta por ex prisioneros. Allí vivo. Gano 150 rublos al mes, que se quedan en 130 con los descuentos. Yo no vi nada bueno en este país. Sólo los primeros años antes de la guerra. Tres años. En la casa de niños. Después bcio, es decir, todo».
En el año 1937 Manuel García vivía en un internado en Gijón. Les embarcaron y llegaron a Leningrado. «Hasta 1945 estudié en la casa de niños de Pravda, número 1. Mi maestro era Jesús Sais. Ahora está en España. Terminé siete grados con buena nota. En el año 1944 iba a Moscú a ver un partido de fútbol. Me caí del tren, me rompí la cabeza. Estuve diez días en el hospital. Después nunca me miró ningún doctor. Pero desde aquel tiempo yo ya no era eso. Me llevaron después a una fábrica de mecánica de Moscú, y en 1946 caí por primera vez. Tenía hambre y robé algunas frutas. Me condenaron a dos años. Entonces conocí los campos. Eramos todos muchachos de hasta dieciocho años. Luego me libré y en 1949 «caí otra vez». Desde 1950 a 1968 tuve varias condenas. En 1958 estaba sin trabajo. «Yo tenía que vivir de algo -se justifica-, «nos ajuntemos tres españoles: Roberto Pión, que vive todavía aquí, y otro que murió hace un año, y robamos en una tienda. Me había quedado en la calle. La condena fue por igual. A pesar de que solamente cogimos cien rublos y algunas prendas, tuvimos una pena de diez años. En esa época no recuerdo la cantidad de campos por los que pasé: en las regiones de VIadimir, Ural, Siberia, Mordovia, en cada región hay muchos campos y te trasladan repetidamente por ellos.»
En 1968 Manuel García pensó que su vida se había encarrilado definitivamente. Durante tres años trabajó en una mina en Krivoi Rog. Vivía con una joven ucrania y «hasta parecía feliz». Una noche en que el español estaba algo bebido se peleó con un vecino que al parecer le provocaba constantemente y volvió a un campo. «Cumplí la condena en 1973, y eso sí que fue por nada, pero a los tres meses de salir del campo, cuando regresaba a casa una noche, una chica salió corriendo, gritando y diciendo que la había intentado violar. No sé por qué era aquello. En el juicio dije la verdad, pero no me hicieron caso. Pocos días después me llegó el visado soviético para regresar a España, que había solicitado desde 1969. Por estar condenado no pude ir. Yo creo que todo era una maniobra. Nunca lo he entendido.»
El temperamento de Manuel
La vida de Manuel García es para contarla despacio. El habla mucho y tranquilo. Parece sincero cuando dice «en esta ocasión fui culpable» y cuando señala: «Me provocaron.» «En este país -subraya-, una vez que estás juzgado puede ocurrirte de todo. Muchas de las cosas que he hecho aquí son como consecuencia del temperarnento español y aquí lo llaman holliganada. El español habla alto o explica con las manos y te llaman holligan. Ahora empiezan a comprender. Pero aquí, cuando estás marcado, todo es peor ... »
En Krovoi kog viven veinticinco familias españolas con nacionalidad soviética. Otros cinco españoles están considerados apátridas. Además de Manuel García, en esta localidad ucrania vive Enrique Palacín, que, según él mismo cuenta, perteneció a la División Azul. Después de diez años de cárcel fue rehabilitado y ahora vive jubilado con una pensión de 120 rublos al mes. Quiere ir de vacaciones a España y los soviéticos no le conceden visado. La misma situación ocurre, con otras siete familias españolas de nacionalidad soviética, quienes han hecho a través de Manuel García una petición al embajador español para que influya en sus demandas. Otro apátrida, Manúel Cordobilla Flores, que pasó veinte años en prisión, es analfabeto y desea regresar a España para buscar a su familia. También tiene impedimentos de las autoridades soviéticas.
Manuel García, que ha tenido más suerte, ya puede regresar al país. «Espero que sea lo antes posible -nos dice-, yo quiero trabajar y vivir tranquilo, pero todavía no sé dónde. Yo aquí no gané ni perdí nada. Prefiero ser mendigo en España que ingeniero en la Unión Soviética. En la URSS viven dos hermanas mías, María Luisa y Pacita, pero yo iré a Barcelona, donde vive mi hermana María, casada con Francisco Royuela, hermano de uno que en la época de Franco estaba muy vinculado a él; pertenecía a una organización política de la que, según he oído a mi hermana, era un alto jefe, pero no sé nada más. »
El embajador de España en la URSS, Juan Antonio Samaranch, recibió ayer en la cancillería a Manuel García. Se preocupó por conocer sus desventuras y le ofreció la ayuda necesaria para regresar a España.
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