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Los transplantes de riñón, dificultados por la superstición y la desconfianza

ALCER es, sin duda, el partido más gravemente amenazado que existe. Cada año mueren en España unos 8.000 enfermos renales, de los que 2.000 podrían salvarse con un trasplante. El drama de esta elevada tasa de mortandad renal podría entenderse con una breve exposición de datos numéricos: 2.500 personas, que están viviendo, gracias a un riñón artificial, podrían vivir con el riñón natural de un donante, pero han llegado a una difícil situación. Están condenadas a muerte o a una supervivencia mecánica y fatigosa, a pesar de que en su país se contabilizan anualmente unos 14.000 donantes ideales: los españoles que fallecen en accidentes de tráfico.En la tarea denegocíar con ellos, se encuentran dos obstáculos. La ignorancia y la ley.

Los donantes: preparar la resurrección

Los médicos especialistas en trasplantes, que en España suelen precisar del triple permiso de la Parca, la familia y el juzgado, para intervenir, confirman que muchos españoles son extraordinariamente previsores cuando se ven en peligro de defunción. No importa que hasta el momento irreversible hayan bebido, hayan fumado o hayan invertido en bolsa a discreción: ante la inminencia de la muerte, muchos de ellos empiezan a pensar en cuidarse con vistas a mantener la forma para la resurrección de la carne. Es habitual que, si el médico solicita la primera autorización obligatoria, a fin de utilizar post mortem una víscera, casi todos los enfermos en disposición de donarla decidan que al camposanto hay que ir con el cuerpo intacto.Aunque parezca mentira, muchos españoles temen despertar dentro de unos milenios en sus tumbas con el cuerpo deteriorado.

También han consignado los cirujanos un segunto temor: a veces, el enfermo-donante y sus familiares piensan que el médico, en su impaciencia por operar, puede precipitarse y adelantar el momento. Al menos, este segundo prejuicio admite un punto de justificación; el hombre siempre ha sospechado que la muerte es cuestión de un instante, y quiere tener la seguridad de que no se lo diagnostican por anticipado.

Para adquirir el derecho a salvarse, los enfermos renales más graves no sólo han de superar los viejos principios de sus donantes. Además, están forzados a la urgencia en un lugar en que la muerte se certifica por la vía lenta. En España, algunos legisladores todavía no se han enterado de que, al final de un largo debate con teólogos y abogados, los científicos mejor preparados del mundo han llegado al acuerdo de que la muerte cerebral es simplemente La Muerte; han convenido que un hombre que ha perdido absolutamente la conciencia, que sólo puede respirar con ayuda de una máquina, que no tiene reflejos, que acusa hipotonía muscular y mídriasis, y cuyos electroencefalogramas son reiteradamente planos durante veinticuatro horas, está irremediablemente muerto.

Al parecer, los legisladores españoles expertos en la materia no han tenido en cuenta que este criterio se formuló por primera vez después de una rigurosa comprobación en 2.642 casos, con un índice del ciento por ciento, en la Universidad de Harward. Sin embargo, para ellos éstas y otras pruebas posteriores no son suficientes. A menos, el Juzgado Decano de Primera Instancia, por alguna provindencial inspiración, envió hace unos pocos meses una circular a sus organismos subsidiarios en la que se prescribe la aplicación de los criterios cerebrales. Y todos, médicos y enfermos, están de acuerdo en que la medida es ejemplar, pero corta: no se precisa una circular, sino una ley.

En el empeño de adoctrinar sucesivamente a los donantes y a los juristas, responsables de que falten riñones y de que falten leyes, los enfermos renales de ALCER, el partido menos político de España, están forzados a hacer primero una revolución cultural, y después, una revolución legislativa. Tienen que convencer a unos de que la muerte pasa más por el cerebro que por el corazón, y a los otros, de que en el Día del Juicio Final probablemente importarán poco los pequeños detalles.

Pero, entretanto aquéllos no legislan y éstos temen que no se les devuelva el riñón que adelantaron.

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