Democracia sin democracia
Hablar de política es hablar de acuerdos, pactos, renuncias, cesiones y compromisos entre sectores de la población, entre intereses y clases, entre partidos y responsables de éstos. Hablar de política constituyente en un proceso tan especial como el que vive el pueblo español es construir en nombre de ese pueblo, a través de sus representantes, para ese pueblo, una Constitución lo menos mala posible para todos y cada uno de los ciudadanos y lo mejor posible para todos y cada uno de sus grupos sociales. Si esto es el consenso político constituyente, nadie puede estar contra él porque una constitución para todos tiene que tener reflejo de lo que todos desean en lo coincidente.Pero esto se tiene que hacer democráticamente o, lo que es lo mismo, utilizando los principios e instituciones de la democracia sin ninguna clase de cortapisas, filtros ni mistificaciones.
Secretario tercero del Congreso Diputado del PSOE
Fotografía: Jorge Stahl, Jr.Música: Mikis Theodorakis Intérpretes: Gian María Volonté, Diana Bracho, Claudio Obregón, Eduardo López Rojas y Ernesto Gómez Cruz Mexicana, 1975 Locales de estreno: Rosales y Sainz de Baranda
Si es fundamental principio de la democracia representativa la participación del pueblo a través de sus legítimos representantes en el quehacer legislativo, la actuación de los elegidos y mandatados ha de ser pública, clara, coherente, razonada, y reflejo en sus líneas fundamentales del compromiso contraído con el electorado, que al designar sus representantes no ha hecho permanente dejación de su corresponsabilidad ciudadana, sino confiada delegación en que públicamente se cumpla lo que motivó la voluntaria adhesión a los postulados proclamados como línea maestra de la acción política del elegido. Y esta publicidad es la base, ahora que tanto se habla de transparencia del contrato político de delegación o representación.
Y si, por tanto, el consenso es bueno y conveniente, perseguible y deseable, la clandestinidad en su alcance es categóricamente repudiable como fórmula no democrática que secuestra al ciudadano la posibilidad de conocer el qué y el porqué de las actitudes de sus mandatarios y priva al intérprete de la legislación del conocimiento de la razón y fundamento de las actitudes políticas adoptadas de principio y respaldadas tras la necesaria síntesis o debate.
El consenso en clandestinidad es manifestación de desconfianza inadmisible del instrumento parlamentario y. menosprecio injustificado del cuerpo público, cuando no es reflejo de una concepción patriarcal, mesiánica y elitista del Gobierno del país. Se ha dicho que la soberanía popular comienza por la devolución al pueblo de la información sobre sus problemas y de la solución que cada grupo político pueda postular para cada uno de ellos e, incluso, de los análisis que deban precederla.
Política popular y paternalismo
Sin información, formación y debate no habrá jamás acción política popular y soberana directa ni indirecta. Habrá paternalismo del peor estilo, recorriendo el camino al revés y teniendo que imponer lo que en lugar de venir desde arriba ha debido reflejarse en la cúspide, procediendo de abajo en cumplimiento de un mandato. En estas dos tesis se encierra el dilema de las concepciones gobernantes-gobernados, representantes-representados. Y las elecciones del 15 de junio se hicieron para que el pueblo, en perpetua comunicación con sus representantes, constituyera las normas de juego y no para que sus posibles líderes se limitaran en su día a pedirle la adhesión de lo hecho por ellos, por sí y ante sí.
Explicitar ante el pueblo con seriedad y claridad las renuncias y las cesiones no menoscabará jamás la imagen política de quienes las hagan con luz y razones. Ocultarlas creará malentendidos y deformaciones, no sólo confundidoras, sino germinadoras de la desconfianza más justificada.
Apariencia y no esencia
El problema está en que algunos quieren construir la democracia sin respetar los procedimientos democráticos y esto es de una enorme gravedad y de un costo político a veces irreparable. Algunos, al parecer, quieren que la democracia y la Constitución sólo sean apariencia y no esencia de un comportamiento que vaya generando el más profundo cambio de talante en cada individuo y en el conjunto de la población, bien porque no puedan explicar el porqué han hecho lo que han hecho, o porque la explicación de lo ocurrido, doctoralmente, crean que el pueblo bárbaro no está capacitado para entenderla.
Con estos métodos no pueden, quejarse luego de desilusiones ni apatías que ellos fomentaron. Para defender un sistema parlamentario no se puede actuar a su espalda. Para defender un sistema representativo no se puede minimizar y colapsar la libre y natural dinámica de los representantes, y su compromiso con los representados. Para defender un sistema de partidos es necesario que éstos se justifiquen en la diferencia y en el matiz, en el debate y el convencimiento, en la libertad política sin tapujos y en la coherencia y responsabilidad de sus posiciones. Sin todo esto jamás habrá opción ni alternancia y la imagen de compadreo desdibujará la valoración democrática y la confianza en sus instrumentos.
La democracia, de diaria construcción y perfeccionamiento, es dificilísima como un inagotable proceso cargado de altibajos y tensiones en el que el compromiso diario del respeto a sí mismo y a los demás evita el desánimo y el abandono, pero cada tensión democráticamente solucionada la refuerza y fortalece y cada manipulación la debilita y degrada.
Cuando en una sociedad la clase política se autoelige en irreponsable, y en un grupo político sus direcciones desprecian el criterio no escuchado ni requerido de sus militantes y electores, llamar democrático el fruto de sus acciones y cubileteos es un sarcasmo.
Debate cívico y popular
Algunos esperábamos un debate constitucional generalizado, no solo parlamentario, sino cívico y popular, y esta ocasión se ha perdido una vez más, porque no es lo mismo explicar ahora o meter con calzador lo que ha podido ser, sin merma alguna del acuerdo y del consenso, vivido por todos. Debemos seguir siendo para determinados núcleos políticos menores de edad o democráticamente inmaduros, pero esta calificación era la que del pueblo hacía diariamente el franquismo y duele ahora verla repetida en tantas y tantas esferas por los que decían luchar contra la dictadura, quizá para sustituirla por la oligocracia.
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