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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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El corazón de Isabel

El corazón de Isabel Tenaille no lo tengo yo, claro, pero el otro día se lo pedí como piedra de corbata, joya de anillo o llavero de otras llaves que no son las de su irreductibilidad. Me lo dejó un rato, la niña, y anduve por Madrid con el corazón de Isabel.

Por las mañanas, las vecindonas, al verme la piedra corazonal, exclamaban:

-¡Qué elegante, don Francisco! ¿Vade bodao bautizo?

Tengo que decir, con palabras de Juan Ramón, que el corazón de Isabel es como la granada juarirrarrionianal fresco y duro como el corazón de no sé qué reina joven.

Mientras escribía mis artículos en una cafetería, usé el corazón corazonal y cristalino como pisapapeles para sujetar los folios escritos y los no escritos. Me salieron mejores crónicas que nunca, por ejemplo ésta.

Yo no fumo, por llevarle la contraria a la tele y al Estado, que ahora hacen la publicidad del tabaco mediante la antipublicidad paternalista de aconsejarnos fumar menos. Pero aunque hubiese fumado, jamás habría incurrido en la avilantez de utilizar el corazón cóncavo, convexo y malva de Isabel corno cenicero. Hombres hay que lo hacen así, que sólo fuman por dejar la ceniza en el corazón cóncavo de una mujer que les ama (Isabel no me ama, ay), e incluso algunos dejan en el borde delicado de ese corazón femenino una infecta colilla de puro babado. De todos modos, no he podido evitar el equivocado y profesional elogio del camarero:

-Bonito cenicero, don Francisco. Este don Francisco, siempre con sus cosas.

Se ha creído que era un cinzano de lujo. A mediodía he estado en el cotidiano almuerzo de ocio político-social-literario-chismoso. Sacaba de vez en cuando el corazón de Isabel Tenaille y con él daba fuego a las damas cuando se ponían en la boca sus cigarrillos de oro egipcio, como ahora lo hacen, girando primero un poco la boquilla entre los labios, para darle suavidad y vicio,

-¿Es un dunhill?

-Es un corazón femenino, señora.

Y sonríen ruborizadas, las muy imbéciles, tomándolo por un inicio de ligue.

Después, en el café, los contertulios querían manosear el corazón, la piedra de piedra pura, la hozaban con su aliento de tópicos y coñac, intuyendo algo femenino e íntimo en el fetiche.

-Es el corazón de Isabel Tenaille.

-Por fin lo conseguiste.

-Nada he conseguido, señores. Por eso escribo esta fábula del corazón de piedra pura.

A media tarde me retiro al Retiro, como todas las tardes, y me siento en un banco a contemplar nú joya, que tiene un rojo de mil rojos, entre lo verde. No consigo convencerme de que esta piedra hermosa, ligera y fría, sea el corazón de la niña. Me lo creo más yo mismo cuando tengo que engañar a los demás. Pasa con todo.

En el cóctel de entre dos luces, en la fiesta de última hora, en la vernissage con ministros, duquesas, rojos y clérigos, me elogian la piedra de corbata, el original mechero, los fastuosos gemelos (la piedra se presta a partirse en dos, si hace falta, para gemelos de camisa), el carísimo llavero, pero nadie sospecha que sea un corazón de mujer, porque ahora a todas se les ve la charcutería, en el cine y las revistas, y con tanto mirar lo otro, se nos ha olvidado la forma ojival del corazón.

Sólo María Asquerino, una gran mujer que ha amado mucho, se acerca y me dice:

-Paco, yo te guardaré el secreto, pero eso es un corazón de mujer.

-Me lo ha prestado.

-Sí, te lo ha prestado y no te ama, porque si te amase, su corazón se lo tendrías que prestar tú a ella.

En esto que cojo un taxi o corro a devolverle su corazón a Isabel, que tiene que dar el telediario y no lo puede dar con ese hueco en el pecho Se lo guarda bajo la blusa como las que se guardan la medalla de su madre después de habértela dado a besar. Ella es así.

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