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PSOE y PNV, condenados a entenderse

Los enfrentamientos PNV-PSOE se han convertido, junto con la violencia de ETA, en tema casi permanente del acontecer político de Euskadi. Sus discrepancias se han generalizado en los últimos meses a todas las cuestiones importantes que exigían un acuerdo entre ambos: conciertos económicos, juntas generales, restauración foral, supervivencia del Gobierno vasco en el exilio, formación del Consejo General e iniciativas para la pacificación.Aparte de la dificultad adicional que esto supone para cualquier negociación con el Gobierno, el riesgo más grave radica en el posible trasvase de este enfrentamiento a las dos comunidades de las que PNV y PSOE son portavoces mayoritarios. Si las diferencias entre los dirigentes se radicalizan, es probable que la convivencia entre la población autóctona y la inmigrante se haga cada vez más traumática. Las acusaciones mutuas de españolistas o racistas no son nuevas, pero día a día parecen más insistentes.

Quiere esto decir que ambas formaciones políticas están condenadas a entenderse, al menos en las cuestiones fundamentales, si es que quieren, como. dicen, un futuro normalizado para el País Vasco, en el que sea posible la convivencia entre las dos comunidades, ya que su integración a corto plazo parece utópica. Al menos los dos partidos están de acuerdo en que Euskadi no lo forman hoy sólo los aquí nacidos, sino todos los que aquí trabajan.

Resulta curioso apuntar que nacionalistas y socialistas han podido convivir sin desacuerdos básicos por espacio de cuarenta años en un Gobierno de guerra y exilio, mientras que parecen incapaces de entenderse en apenas doce meses de vida parlamentaria. Diríase que los acuerdos terminaron en vísperas del 15 de junio, con la candidatura común del frente autonómico para el Senado, y que desde entonces sus caminos no han hecho sino distanciarse.

Dos errores, que los dos partidos reconocen en privado y defienden en público, han dado pie a este distanciamiento actual, se equivocó el PNV al no aceptar la propuesta socialista de traer a Jesús María Leizaola como presidente del Consejo General vasco. Se equivocó también el PSOE al imponer a Ramón Rubial para la presidencia de este organismo, mediante un pacto con UCD que suponía de hecho la ruptura de anteriores alianzas con el PNV.

Los nacionalistas tenían sus razones para oponerse a la vuelta de Leizaola. Entendían que era poco menos que un salto al vacío, sin las garantías necesarias. Después de mantener durante cuarenta años al Gobierno vasco como símbolo del autogobierno, tal vez no era lógico desmantelarlo en aras de un organismo provisional y carente de operatividad.

La lucha por la presidencia del Consejo

Lo que el PNV no dice es que Leizaola podía haber presidido el Consejo General sin por ello renunciar de forma expresa al Gobierno vasco. Ello hubiera creado tensiones, sobre todo con la UCD de Alava, pero hubiera preservado el buen entendimiento entre nacionalistas y socialistas, que representan el 60% de los votos y, sobre todo, hubiera dado al organismo preautonómico un prestigio del que hoy carece.

También el PSOE tenía argumentos para justificar sus aspiraciones a la presidencia del Consejo. Dada la igualdad de fuerzas entre ambos partidos, era lógico que se repartiese la presidencia de los dos organismos que ostentan hoy la representación del pueblo vasco. Lo que han ocultado los socialistas es que la práctica habitual de un Gobierno de concentración es que lo presida el partido que obtuvo el mayor número de votos y éste es el PNV en el conjunto de las tres regiones integradas en el Consejo General.

Los nacionalistas han confesado que a punto estuvieron de abandonar el Consejo ante la maniobra PSOE-UCD que llevó a la presidencia a Ramón Rubial, un político al que todos respetan, pero que en opinión del PNY carece de dotes diplomáticas y negociadoras. Y no conviene olvidar que la negociación de competencias es precisamente el objetivo primario del Consejo.

A la vista de lo sucedido, parece que ni PNV ni PSOE se avienen a compartir el liderazgo político del País Vasco en igualdad de fuerzas. El fruto es hoy la falta de unidad de planteamientos ante Madrid y la inoperancia del Consejo General, que por cuestión de protagonismos se pierde en mil matizaciones y debates internos, hasta el punto de que en ocasiones suenan ridículas sus constantes alusiones al inmediato traspaso de competencias cuando resulta que la mayoría de los departamentos no han elaborado un programa coherente y los partidos no se ponen de acuerdo sobre los temas básicos.

Es posible que al PNV le sobre nostalgia y afán de protagonismo, que en ocasiones le llevan a comportarse como si fuera un portavoz único del País Vasco. Pero al PSOE le falta también convicción sobre temas profundamente sentidos en Euskadi -su escasa presencia en el Aberri Eguna fue sólo un síntoma- y su dependencia de las directrices centrales del partido le lleva demasiadas veces a decisiones que ponen en peligro el entendimiento con los nacionalistas vascos.

Dos conclusiones parecen evidentes: el PNV tendrá que tragar la presencia de un socialista al frente del Consejo General, entre otras razones porque el propio decreto preautonómico impide cualquier operación de recambio a través de Leizaola, ya que éste no tiene la condición de parlamentario que exige la presidencia.

La segunda conclusión es que .el PSOE tendrá que ceder más de lo que ha cedido en cuestiones relativas a la autonomía fiscal y a la restauración fiscal.

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