Seis mil quinientos madrileños en la maratón popular
La maratón popular de Madrid se ha convertido, en su primera edición, en una de las más importantes del mundo. Unas 6.500 personas tomaron la salida, de las 7.500 inscritas. A la meta llegaron unas 3.400, después de recorrer los 42,195 kilómetros. Como dato comparativo cabe el señalar que en la maratón de Boston, una de las más clásicas de cuantas se celebran, son 5.000 las personas que suelen tomar parte y el año pasado no llegaron a 3.000 las que la finalizaron.
El lograr reunir, en Madrid, tal número de personas en domingo, a las nueve de la mañana, para afrontar la carrera olímpica más, dura sin más afán que el de llegar a la meta, habla por sí sólo del éxito conseguido. Exito que ha desbordado a la propia organización, que en un principio tenía pensado obsequiar a todos los que salieran con objetos conmemorativos. La cifra de inscritos, aumentada día a día, hizo desistir, porque no había presupuesto capaz de dar una medalla a cada participante. Lo que sí recibirán todos los que llegaron, será el diploma que será enviado por correo a los que vivan en provincias mientras que los residentes en Madrid podrán pasar a recogerlo por la calle Salitre, 43, seguramente a partir de la semana que viene.De momento es muy difícil dar cifras exactas. Estas podremos facilitarlas mañana, pero de momento, vaya un adelanto. El primero en llegar a la meta fue Sánchez Pérez, en un tiempo de 2-24:49, y poco después lo hizo Antonio Baños. A las tres horas y media, poco más, entró la primera mujer, Matilde Gómez, que es la esposa de Molins, entrenador de Carmen Valero. El primer menor en llegar fue Tejeiro, de quince. años, misma edad que el segundo y tercero; cuarto fue Ginés, de doce años. En veteranos, Barro fue el primero, con sus 41 años, y en superveteranos, Turau, de 52 años.
Madrid respondió fenomenalmente a la convocatoria de la maratón. No ya sólo en participación, sino en cooperación. La carrera llegó a colapsar el tráfico, pues desde el primero hasta el último llegó a existir una diferencia de veinte kilómetros. Los corredores tuvieron absoluta prioridad en los cruces y sólo algún conductor mostró su enfado, que contrastó con la buena disposición de los demás, que ante la espera decidieron salir del coche para presenciar la prueba y animar a los participantes. En próximas ediciones, la gente se acostumbrará a no circular en coche el día de la carrera, pues sabrán que Madrid dedicará un día al año a la práctica del deporte, cueste lo que cueste.
Las atenciones a los corredores fueron mínimas. Sólo tres personas fueron ingresadas en la clínica Covesa, más por medida de precaución que por verdadera necesidad, a consecuencia de la deshidratación. Las ampollas, rozaduras y tirones fueron las molestias que sintieron los atletas con más generalidad. Ayuda no faltó en ningún momento, ya fuera por parte de la organización, de los mismos participantes o del público incluso. Desde los balcones se llegaron a lanzar naranjas y limones, que supusieron, para algunos, un maná, en determinados momentos de la carrera. Agua tampoco faltó. En algunos controles de avituallamiento, el líquido llegó a acabarse, pero estuvieron abiertas diversas bocas de riego. Y casi al final hubo agua, mucha agua, pero caída del cielo. Una fortísima tormenta cayó sobre la una y fue un refresco momentáneo, pero de consecuencias posteriores negativas ya que dejó fríos a los que todavía estaban en carrera.
La gran masa de corredores puede decirse que llegó entre las cuatro y las cinco horas de carrera. Sólo un centenar entró en menos de tres horas. Las retiradas comenzaron a producirse a partir del Parque de Atracciones, kilómetro veinte, aunque el verdadero calvario de la prueba estuvo en la M-30, que la gran masa recorrió andan do. En los últimos kilómetros fueron donde los esfuerzos se hicieron máximos para llegar y donde po mucho que el cansancio apretase nadie se quiso retirar, a pesar de que la organización puso coches a disposición de los participantes. En resumen, un gran éxito de MAPOMA, asociación formada por varios hombres amantes del atletismo, y del pueblo madrileño que dejó la ciudad a disposición de 6.500 personas que quisieron el domingo hacer el deporte más puro y desinteresado, pues calles arteriales como Alcalá, Bailén, Princesa o Antonio López, quedaron en propiedad exclusiva de los corredores.
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