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El asesinato del presidente de la Democracia Cristiana italiana

Un cauto hombre de Estado capaz de grandes audacias

Un hombre siempre vestido de oscuro, ligeramente encorvado y de escasa simpatía personal; audaz en el pensamiento, pero lleno de escrúpulos y de dudas paralizantes a la hora de la acción; fiel creyente, pero estadista laico; de oratoria monótona y lenguaje esotérico, pero de indudable atractivo entre las masas; anticomunista de toda la vida, pero inspirador de la apertura a la izquierda. Aldo Moro era así de complejo. Uno de sus biógrafos, Aniello Coppola, decía de él que era como un cardenal del Renacimiento, aquellos que por pura fruición intelectual leían a los clásicos en latín y que, para hacerse entender por la servidumbre, se manejaban con igual soltura en el argot más barriobajero.Moro nació el 23 de septiembre de 1916, en Maglie, provincia de Taranto, en el mismo tacón de la bota italiana. Su padre era inspector didáctico del Ministerio de Instrucción Pública; su madre, maestra.

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El futuro dirigente democristiano se formó en la ciudad de Bar¡, feudo político suyo desde que entró en el Parlamento, en el año 1945. Luego fue presidente de la Federación de Universitarios Católicos (cuyo consiliario, en aquellos años, era monseñor Giovanni Montini, el futuro papa Pablo VI) y director de la revista Studium, portavoz de las principales corrientes culturales italianas.

Su carrera política fue siempre precoz: a los treinta años era ya subsecretario de Asuntos Exteriores; a los 32, presidente del grupo democristiano en la Cámara de Diputados; a los 37, ministro de Justicia (a lo largo de su vida fue catorce veces ministro); a los 39, secretario general del Partido Democristiano; a los 43,jefe del Gobierno.

Aldo Moro adquirió relevancia en la escena política italiana casi por casualidad. En 1959, Amintore Fanfani fue eliminado de la jefatura del Gobierno y de la del partido por una conjura de los jóvenes cuadros de la Democracia Cristiana. Los conjurados no querían un sucesor brillante, sino un hombre más bien gris. Tenía que ser un secretario general de transición. Y eligieron a Aldo Moro. En esto, los jóvenes democristianos fueron menos perspicaces que Palmiro Togliatti, el dirigente comunista. Años antes, Togliatti había profetizado: «Moro pesará mucho en la vida italiana durante los próximos años; es uno de los profesores que yo quisiera tener en mi partido.»

Durante los seis años que ocupó la secretaría general de la DC, el conservador iluminado que fue Aldo Moro elaboró la estrategia política más ambiciosa de toda la posguerra en Italia: el centro-izquierda, del que llegó a ser, más tarde, su máximo intérprete al frente del Gobierno. El objetivo ambicioso que se había propuesto (reconciliar la fe cristiana, la izquierda y el poder) chocó con los medios que la fortuna política puso a su alcance: un partido clientelar, corrupto, dividido en mil tendencias.

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Aldo Moro se casó en 1945 con la hija de un médico, Eleonora Chiavarelli, maestra montesoriana, de la que tuvo cuatro hijos: María Fida, de 31 años, hoy periodista; Anna, de veintiséis, licenciada en Pediatría; Agnese, de veintidós, estudiante, y Giovanni, de diecinueve, militante católico en un grupo extraparlamentario.

La última audacia de Moro consistió en convencer a un amplio sector de su partido de la necesidad de contar con los comunistas en una nueva mayoría parlamentaria. El día que el Gobierno, formado en base a ese nuevo esquema fue confirmado por el Parlamento, Moro era secuestrado por las Brigadas Rojas. Y quizá tampoco por casualidad, sus asesinos han elegido un lugar muy próximo a las sedes del Partido Comunista y la Democracia Cristiana italiana -las dos claves de ese acuerdo-, para abandonar el cadáver de su víctima.

Moro consagró toda su finura de pensador político y su inigualable capacidad de mediación a evitar un choque frontal entre las fuerzas políticas italianas. El destino lo ha convertido, precisamente, en la víctima más ilustre del más grave episodio protagonizado por quienes pretenden desintegrar a la República.

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