La cola de la ópera
En el teatro de la Zarzuela ha comenzado la temporada de ópera. La tercera representación, a precios razonables -quinientas pesetas, butaca-, ha provocado gran demanda y mucha cola, aún a cinco días fecha de la representación.Un colista benemérito, bloc y boli en ristre, se tomó la molestia de anotar el nombre de cada presunto espectador, asignándole un número. A mí me correspondió el 185. Advertía el informante que la cola se formaría una hora antes de empezar el despacho de billetes y que cada colista no podría disponer de más de dos localidades.
En efecto, a las 10.30 el espontáneo organizador consigue colocar por el orden numerado a los doscientos y pico colistas número que iba creciendo poco a poco y que, ya sin número, pasaban a engordar la cola. Todo marchó bien hasta empezar a funcionar la taquilla. Como la cola, por larga, daba una doble vuelta a la plazuela, ocurrió que cuando el último tramo de la cola se aproximó a la «querencia» de la taquilla, más o menos subrepticiamente se fueron «colando», con lo cual el orden primitivo no sirvió para nada. No hablemos de los que antes, habilidosamente, se habían también colado.
Era de suponer que el presunto espectador de ópera allí presente reuniera un mínimo de finura espiritual para tener el suficiente buen gusto -por no aludir al sentido cívico y el respeto a los derechos de los demás- para no colarse. Pero visto que, al menos por ahora, muchos españoles no se sienten capaces de este respeto al prójimo, pienso si las personas que regentan este teatro no podrían, en casos de expectación extra, ordenar la cola de alguna manera para dificultar la labor de tantos desaprensivos listejos.
«Pues esto no es nada -me dice el colista vecino-; ya verá usted cuando cante la Caballé.»
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