Réplica del PCE
En primer lugar quiero agradecerte, a ti y a todos los redactores del diario que diriges, la atención que habéis prestado a las sesiones de nuestro IX Congreso. La larga duración de las mismas, así como el interés de vuestros redactores por seguir todos los debates, les han obligado a realizar unas marathonianas jornadás de trabajo.Pero, junto a este obligado agradecimiento, no puedo evitar el tratar de contestar a la nota que incluisteis en el número del domingo y que hacía referencia a las relaciones entre la prensa y el IX Congreso.
Como todos los periodistas sabían, para dar entrada a los representantes de todos los medios informativos que lo solicitaron, nos vimos obligados a restringir al máximo el número de nuestros invitados que, en el mejor de los casos, fueron enviados a la sala de televisión. Algunos de ellos eran militantes que llevaban más de cuarenta años trabajando a la espera de poder participar en este congreso. Ninguno protestó por ello, comprendiendo la importancia de la prensa. Fueron muy pocos los periodistas que tuvieron que seguir los debates desde esa sala. Y había más de quinientos acreditados.
Por otro lado, como también saben todos los informadores que allí estuvieron, nuestro IX Congreso no ha sido un «acto final» en el que todo estuviera previsto y preparado. Han sido más de noventa horas de trabajo ininterrumpido, a lo largo de las cuales, tanto las tesis como cualquier material de trabajo sufrieron constantes modificaciones.
Eso hacía absolutamente imposible que los resultados de los debates estuvieran siempre en condiciones de ser distribuidos inmediatamente a todos los delegados. Naturalmente, tampoco podían ser distribuidos a los periodistas. A pesar de ello, varios cientos de copias de todo lo que iba publicando el departamento de reproducción eran depositadas siempre en la oficina de prensa para ser distribuidas a los periodistas. No eran las primeras, que siempre debían ser urgentemente distribuidas a los congresistas para ser utilizadas en los debates, pero, en cualquier caso, apenas pasaban unos minutos desde que las recibían los delegados hasta que lo hacían los periodistas. Esto es exactamente lo que ocurrió con la tesis quince.
Al parecer, algunos periodistas que debían estar acostumbrados a otro tipo de congresos, en los que todo está programado y los textos escritos con antelación consideraban que esa espera era intolerable y que ellos debían tener los textos antes que los propios delegados. Huelga decir que ninguno de los informadores que protagonizaron el supuesto incidente se molestaron en subir a la oficina de prensa en busca de la tesis quince, ni tuvieron la paciencia de esperar a que mis colaboradores o yo mismo la bajáramos.
Para nadie, y menos que nadie para los informadores, es un secreto el gran número de provocaciones y amenazas que siempre rodean a un congreso de esta naturaleza. Ante ello, la única forma de garantizar un ambiente de tranquilidad para los trabajos, evitando desde los desalojos de la sala ante cada amenaza hasta la actuación de cualquier provocador es confiar en un servicio de orden eficiente del que se sabe que va a cumplir, en todos los casos, las normas de seguridad. Las molestias, inevitables, no son nunca excesivas. Se limitaban en este caso a identificarse a la entrada con la credencial y un carnet de identidad o similar (esto último porque, como era previsible, fueron varios los informadores que solicitaron nuevas acreditaciones por haber extraviado las primeras).
Estas molestias las sufrían tanto los informadores como los delegados, hasta el punto de que personas como Simón Sánchez Montero o Pilar Brabo, suficientemente conocidos ambos, estuvieron a punto de ser rechazados por no llevar sus credenciales.
Sobre la forma en que estos servicios de orden y todo el congreso acogieron a los periodistas basta con transcribir unas líneas de la columna de Jaime Campmany en el Informaciones del sábado: «Allí -en nuestro congreso- hay respeto en el desarrollo de la polémica, libertad en la votación, cortesía hacia los huéspedes y los informadores. Diría que no sólo cortesía, sino cordialidad.»
Por último, algunas líneas sobre la actuación de los informadores gráficos, que, según vuestra nota, fueron especialmente molestados por nuestro servicio de orden. Como es lógico, todos entraron en la sala de debates, no tenían sitios fijos asignados. Podían moverse con entera libertad por toda la sala, con la única limitación de no molestar durante las votaciones. Eran tratados con extrema cortesía. Su actuación -y esto es algo que entendemos como lógico y difícilmente evitable- motivó no pocos incidentes. Así, a la entrada de Dolores Ibárruri, a la que acompañaba Teresa Márquez, viuda del que fue nuestro secretario general José Díaz, ésta fue golpeada por los fotógrafos, que se abalanzaron sobre Dolores y estuvieron a punto de arrollarnos.
Junto a todo esto es inevitable, tras varios días de trabajo sin descanso, que se produzca algún caso de nerviosismo o incluso de exceso de celo. Pedimos disculpas por ello. Pero eso no puede empañar, en ningún caso, el excelente trabajo realizado por los servicios de orden, ni justifica el titular «Problemas con la prensa» aplicado a un congreso que ha intentado, y creo que lo ha conseguido, ser absolutamente abierto.
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