Los horteras
Viene una película americana sobre el hortera neoyorquino, con el ya famoso John Travolta, y, al mismo tiempo, García Hortelano publica una antología de poetas de los años cincuenta, los llamados niños de la guerra.
A los niños de la guerra nos educaron para horteras, o mejor para cursis. Nuestras familias habían sido cursis. Benavente por un lado y Gómez de la Serna por otro, estudiaron lo cursi en su tiempo. Curs era el pequeño burgués que imita ba a la gran burguesía. La nuestra fue una educación cursi, una cursilería de ceregumil y láminas antiguas del Blanco y Negro. Ibamos para cursis y nos salvamos en el gamberrismo.
De niño sólo se podía ser cursi o gamberro. En casa, en familia, se fraguaba un cursi, y en la calle se fraguaba un gamberro. O un hortera. El hortera, a su vez, es el artesano (mi abuela lo decía así) que imita al pequeño burgués. Una lucha de clases paralela de la otra.
La España de Franco era cursi por arriba y hortera por abajo Quería, por arriba, parecerse a la monarquía que, sin embargo, se negaba a restaurar. Y quería, por abajo, parecerse al socialismo, cuya fascinación se negaba a admitir. Un monárquico reprimido es un cursi. Un obrero desclasado es un hortera.
O sea que lo que había, más que nada, eran cursis y horteras. Entre lo uno y lo otro, decidimos ser gamberros. Fue la salvación intermedia la salida heroica. El gamberro es el momento épico del hortera. Hoy, el punk, es un gamberro multinacional que cree que sabe inglés.
También se podía ser poeta. Estos chicos de la antología de Hortelano se pusieron de poetas: Angel González, Caballero Bonald, Costafreda, Valverde, Valente, Brines, Claudio Rodríguez, etcétera. Yo los leía y quería ser eso, yo dudaba entre ser Neruda o Jorge Guillén, porque de pequeño las dudas son siempre grandiosas.
Los que no servíamos para poetas, nos pusimos de gamberros. El gamberro y el macarra son las formas agresivas del hortera. Lo que caracteriza a los horteras es la aceptación dulce y dolorosa de todos los mitos de mercado, de todas las conductas pequeño burguesas, de todos los mimetismos. El hortera se contenta con ir al cine los sábados por la tarde y el gamberro (hoy macarra) quiere vivir su propia película todas las tardes, en la calle.
¿Por qué nos salvamos de la educación sentimental de la cursilería, los que nos salvamos? Unos, porque habían leído a los metafísicos ingleses a tiempo. Otros, porque le rompimos todas las farolas franquistas que pudimos, al señor alcalde. No había más que el verso o la pedrada.
El adversario natural del gamberro era la farola y el adversario natural del macarra es la sueca. El gamberro pasa de la épica a la erótica con la llegada del turismo. Se hace latin-lover, hortera-lover, mediante la transformación que Fraga Iribarne imprime a la sociedad española con sus paradores y affiches. Escapados a la cursilería hereditaria, nos quedaba la horterada ambiente. Cuando al obrero se le arranca la conciencia de clase -que es lo que hizo el franquismo-, lo que nos queda es un hortera.
El niño cursi, el chico gamberro, el joven hortera, el seductor macarra, son las capas antropológicas que vamos acumulando los españoles de mi generación sobre el alma de nardo y bajo la camisa cortefiel. El punk es la situación límite del gamberro y el macarra es la variante nacional del latin-lover. Todos hemos sido un poco de todo eso, incluso los poetas.
Cuando el obrero no era más que productor, el revolucionario no era más que gamberro. Todos hemos aprendido ya a manejar los cinco tenedores de Zalacaín, mal que bien, pero tenemos, los niños de la guerra y la postguerra, un fondo común y confuso de pobreza y horterismo que nos hace identificarnos de reojo. Como a Valle, nos ha fallado la época. Y encima no somos Valle.
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