Ya I. M. de Azaola: peor que antes
«Por de pronto, se observa que el texto rompe, gratuita e inexplicablemente, el vínculo semántico que, en la lengua española, vincula "nación" a "nacionalidad". Según la nueva redacción, una "nación" (en este caso España) está integrada por varias "nacionalidades" (en este caso, Dios sabe cuántas y cuáles, pues la Constitución no las define ni nos dice -como que ni ella ni nadie podrá decir claramente- en qué se distinguen de las regiones). Quédanse, pues, contentos los nacionalismos periféricos, a condición de que puedan tragar la píldora (amarga, sin duda, para los nacionalistas vascos; mucho menos para los catalanes, que en esto vienen dando pruebas de más transigencia y moderación) de uno de los dos añadidos que han sido incorporados al texto, pues el otro es casi intrascendente. Veámoslos.El primero habla de la "patria común e indivisible de todos los españoles"; frase rimbombante que recuerda aquello de la "República francesa, una e indivisible". El segundo añadido, al referirse a "las nacionalidades y regiones que integran la indisoluble unidad de la nación española" es, sin duda, un tanto de los de bandera, ya que el vocablo "nacionalidades" ha sido considerablemente depreciado al pasar a designar lo que no son sino partes integrantes de una nación". La lógica queda malparada; pero ¿qué viene a hacer la lógica en un texto constitucional? La historia -una de cuyas grandes lecciones es que los siglos destruyen las naciones después de haberlas forjado, y que lo eterno no es de este mundoqueda ignorada; pero ¿qué falta hace la historia para redactar una Constitución? La unidad española no es hoy, en la retórica nacionalista, más "indisoluble" que lo que era hace ochenta años, cuando todavía comprendía Cuba y Puerto Rico, pero ¿quién recuerda ya esto? Lo único que importa es que los nacionalistas centrífugos traguen la «unidad indisoluble» de España, a cambio de lo cual, los nacionalistas contrípetos digerirán las "nacionalidades".
Y es así como el artículo segundo del anteproyecto constitucional, en su nueva redacción, se ha convertido en un compromiso entre los dos tipos de nacionalismo. Cada cual obtiene lo que quería y se resigna a conceder lo que quería el otro. La que paga el pato es la desventurada Constitución, cada vez más estropeada por ambos. »
16 abril
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