El espacio político-cultural de ID
Izquierda Democrática ha organizado y, como se sabe, acaba de celebrar un ciclo de conferencias sobre el tema España, hoy. En la primera sesión, dedicada al aspecto concreto de La cultura en España, participamos Rosa Chacel, Justino Azcárate y yo, y en realidad este artículo va a consistir en contar aquí lo que dije allí. Tras una nueva presentación de mis ideas sobre la tensión entre la cultura establecida y la cultura viva, juvenil, emergente y, por otra parte, en lo que atañe a la cultura -y la vida- religiosa, tras decir lo que pienso sobre esa otra tensión entre el hecho «religioso», el «eclesial» y el «eclesiástico», me pareció que hablar así, en general, dentro de aquel marco, carecería de sentido, y que era menester aplicar esas ideas a la realidad cultural misma de ID. O, dicho de otro modo, pensé que, si estaba allí para algo, era para hacer un ensayo de crítica cultural del partido político de ID.Creo que mi mezcla de afinidad, por decirlo así «histórica», y de distanciamiento, desde que tengo uso de razón política, de cualquier forma de democracia cristiana, me permite hacer esa crítica sine ira alguna, por supuesto y, por el contrario, cum studio, con mucho afecto. Yo, de haber continuado fiel a mi primera -o segunda- formación, tendría que ser hoy miembro o cuando menos simpatizante de ID: educado en colegio de jesuitas, donde alcancé las máximas «dignidades» -como se llamaban-, prefecto de congregación, emperador y príncipe, ¿qué más a la izquierda podría haber ido? Quizá; así lo espero, las cosas dentro de ID están cambiando o van a cambiar. Pero hasta ahora ID ha sido el partido que, avanzado socialmente, en lo político y eclesiástico, ha encamado el respeto a la cultura -a la verdadera cultura- establecida, sin apenas crítica, la voluntad de acendrada ortodoxia y la última forma de sumisión a la autoridad eclesiástica posconciliar. En efecto, los «cristianos por el socialismo» ya no son «sumisos», los democristianos de UCD responden a una forma cultural más anticuada, y entre vergonzante y oportunista, objetivamente hablando, cualesquiera que sean las subjetivas buenas intenciones de algunos de sus miembros, y los cristianos de los partidos de derecha añoran los tiempos del catolicismo preconciliar. Este «piadosismo» de izquierda, muy puro frente a la politique d'abord de otros católicos, este religiosismo de bendición universal, congregaciones marianas, falta de garra y, encima, inclinaciones a la izquierda, estoy seguro de que contribuyó al fracaso del 15 de junio de 1977.
En la revista Cuadernos para el Diálogo, durante la época en que fue el órgano de expresión del grupo del cual surgió ID, ya se echaba de más un gusto excesivo por el diálogo conciliatorio, el irenismo, el «comprenderlo todo», y se echaba de menos un fundamento teológico. Fundamento teológico que los «cristianos por el socialismo» poseen en la teología radical de Alfredo Fierro, Manuel Reyes Mate y otros; fundamento teológico que hasta UCD busca a través de los teólogos taranconianos Fernando Sebastián y Olegario González. Lo de Cuadernos era más bien espíritu conciliar, Pax romana y diálogo cristiano-marxista. (Por cierto, y dicho sea entre paréntesis, el día que hablé para ID se me reprochó amistosamente, con razón, y justamente en estos días en que, por razones de aniversario, le recordamos todos especialmente, que no hubiese mencionado el nombre de Giménez Fernández. Pero la verdad es que el benemérito y de todo punto admirable don Manuel fue un auténtico demócrata cristiano de la República, por su mentalidad y sensibilidad anterior al espíritu de Cuadernos, aun cuando participase en su empresa).
¿Se conciben fácilmente, como creados por miembros o simpatizantes de ID una literatura o un arte realmente nuevos y vivos? ¿Se advierte, dentro de ID, la búsqueda de una nueva moral que reconozca el valor ético de la transgresión y de la ruptura con normas establecidas? ¿Desespera ID, como debería, de nuestra vetusta, irreformable, caduca Universidad? ¿Es suficientemente independiente ID de la política eclesiástica de la enseñanza? El militante medio de ID es demasiado respetuoso, «demasiado bueno». (Lo entiendo muy bien: yo también fui de chico así). Y lo de menos, con ser importante, es que, externamente, deje de pertenecer a la Internacional Democristiana, o que haya renunciado al principio de confesionalidad. Lo esencial es que viva esa tensión, a la que me referí al principio, entre lo religioso, lo eclesial y lo eclesiástico; que sea todo lo religioso y todo lo eclesial que pueda, pero que sea, a la vez, lo menos «eclesiástico» posible. El lugar de ID está entre los «cristianos por el socialismo», que militan en partidos como el socialista, el comunista o alguno de extrema izquierda, y el de los cristianos « eclesiásticos », afiliados a UCD y a su derecha. ID dispone de un espacio político-cultural propio, que sólo se puede confundir con el del renovado Partido Carlista, del que apenas se distingue sino por la genealogía de unos y otros dirigentes y militantes, y la consiguiente zona geográfica de influencia.
ID tiene que continuar siendo, en un sentido muy amplio de la palabra, y más allá de todas las «practicancias», cristiano. (No «de una pieza», sino en la inevitable relación dialéctica actual con la increencia). Y en un sentido muy amplio también, más allá de todas las observancias, eclesiásticas o seculares, heterodoxo. (Los heterodoxos de hoy suelen anunciar la ortodoxia de mañana). Un partido no meramente testimonial, sino, como declaró su presidente el día en que yo hablé, de acción. De una acción que, trascendiendo el diálogo -pasaron ya aquellos tiempos- sea interpelación, denuncia y lucha, a la vez que política, moral, por la justicia social y contra la opresión.
Sobre los grandes partidos políticos pesa el lastre de la sobreinstitucionalización y de la hiperburocracia. ID puede sacar positivas ventajas de su reducción a partido minoritario. Su papel es -creo yo- jugar la carta, no de la supuesta «mayoría católica», sino la de la inquieta, inconformista y libre «minoría cristiana».
Son muchos los jóvenes, de edad y de espíritu, que quieren esta Izquierda Democrática de la que hablo aquí. Que logren realizarla o no, que impongan esta tendencia, tan diferente de lo que ha sido siempre toda «democracia cristiana», es ya otra cuestión. Una cuestión, en fin de cuentas, «política».
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