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Termina el Congreso de Filósofos Jóvenes con tratados sobre amor y revolución

Intervenciones de Xavier Rubert Daventós, Georges Labica y José María Laso

La intervención de Xavier Rubert Daventós por la originalidad y gracia de su discurso provocó entusiasmo entre el público del congreso de filósofos jóvenes que se acaba de celebrar en Burgos. Estudió dos tipos psicológicos: el reaccionario y el enamorado como seres opuestos al deseante y al revolucionario. Hay que partir de la experiencia del yo, dijo. Lo interesante es saber lo que nos pasa desde el lunar que el yo ocupa y despreocuparse de lo que pasa a todo el mundo. Así la alienación y la manipulación son conceptos universales, ya gastados. Lo que interesa es lo que nos desazona o desagrada por dentro en nuestra intimidad.

Una filosofía crítica debe buscar una ruptura completa con el mundo en torno. Por consiguiente, son los individuos que protestan los que más interesan. En la época del existencialismo eran el suicida y el revolucionario, porque estaban dispuestos a huir del mundo o a transformarlo. Ahora bien, se ha dicho que el libidinoso reafirma su libertad soberana frente al mundo opresivo. Pero, finalmente, se ha comprobado que el cachondo se incorpora al mundo establecido y llega a formar parte de él. Por el contrario, el melancólico reaccionario no puede reconciliarse jamás con la realidad que vive y el enamorado se separa de la existencia viva para lanzarse a una loca aventura personal. Daventós cita como dos ejemplos típicos del reaccionario a Reuseau y a Platón, ambos idealizadores de sus sentimientos y de sus sensaciones.El amor es una pasión que se opone al deseo, pues el deseo es la afirmación de la individualidad soberana frente al estado de la sociedad. La burguesía no reprimió el deseo, sino que lo gestionó, como lo demuestra en su libro La voluntad de saber Michael Foucault. En Sade el deseo se opone al poder del príncipe.

Tanto el reaccionario que mira al pasado como el enamorado que disuelve el mundo ayudan al desarrollo y a la elaboración de la filosofía crítica.

Intervino también el profesor Georges Labica, autor del libro Estatuto marxista de la filosofia y colaborador de la revista Dialectiques. Disertó sobre el marxismo y el poder. El hilo conductor del problema del poder en el marxismo es la democracia. Para Marx, existe un modelo histórico ideal: el francés. En el terreno de la democracia se desarrolla la lucha de clases. Y surge un grave problema: la contradicción que se revela entre la igualdad jurídica y la real. De esa contradicción deduce Marx importantes consecuencias. Debe tenerse en cuenta que durante toda su vida reflexionó sobre la lucha de clases en Francia y deseó escribir hasta una historia de la Revolución francesa.

Marx meditó sobre la experiencia de la comuna de París en una obra célebre. Más tarde Lenin, en sus cuadernos escritos en la víspera de octubre de 1917, comentaba en esa obra de Marx todo lo que se refería a la hegemonía de la clase obrera. La comuna fue una república que debió abolir no sólo la monarquía, sino también el dominio de clases en sí mismas y acentuaba términos como suprimir, abolir, destruir para expresar la intención de destruir un tipo de estado. Así planteaba la sustitución del Parlamento por la representación comunal, la autonomía local y el gobierno de las masas por ellas mismas.

El profesor José María Laso disertó sobre la evolución del concepto del poder en Gramsci. El pensamiento de Gramsci tiene una viva actualidad histórica, dijo, debido a que descubre los rasgos típicos de la revolución en occidente. La concepción de la revolución en Gramsci no es homogénea, sino evolutiva y la revista Ordine Nuevo empezó a desarrollar, con motivo del surgimiento de los consejos obreros de fábrica, una teoría del poder autónomo de la clase obrera en que se interpreta la lucha ideológica y política. Así, fue el teórico más destacado de los consejos obreros que durante el bienio 17-19 se expanden en formas diversas por Rusia, Baviera, Italia y Hungría. Aunque existen grandes rasgos comunes entre ellos, para Gramsci los consejos obreros que se forman son órganos de poder específico de Italia. El estado socialista requiere órganos de poder propios de la clase obrera y la formación de nuevas instituciones políticas correspondientes. Los consejos obreros, dice Gramsci, predomina el libre gobierno de los productores. En este sentido los órganos tradicionales, partidos y sindicatos, pierden su importancia. Por esta razón polemizó con Bordiga, que consideraba al obrero no como a un productor, sino como a un ciudadano que se expresaba a través de sus órganos tradicionales. Gramsci propugnaba el autogobierno de las masas obreras y la abolición del poder. Los consejos obreros son organismos surgidos de las masas, ya que los partidos políticos y los sindicatos tienden a burocratizarse y no pueden dirigir el proceso industrial. Mientras Bordiga defendía el estatismo, Gramsci abogaba por los consejos obreros de fábrica.

El partido no es la clase, dice Gramsci. Pero Gramsci no quiere destruir los partidos cuya función es defender la autonomía de la clase obrera. Aunque fracasaron los consejos obreros, su experiencia, dice Gramsci, es inolvidable. La clase obrera ha demostrado su capacidad y su iniciativa, inteligencia para el autogobierno y para la dirección de la producción. Más tarde, Gramsci, al tratar de crear el nuevo partido comunista olvida la problemática de los consejos obreros y formula la justificación ideológica del partido en los «Cuadernos de la cárcel». La tesis central de los consejos obreros se mantiene dentro de la estrategia política de la concepción del partido de vanguardia. El obrero, de productor, pasa al dirigente o jefe de la sociedad. La fuerza propulsora de la revolución no son los consejos obreros, que pueden movilizar a las masas, sino el partido, mejor dicho, la vanguardia del partido o el príncipe moderno.

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