Consagración de la primavera
La llegada de la primavera y la llegada de la Semana Santa, que trasantaño eran acontecimientos nacionales y fiestas de guardar, ambos, esta vez han pasado casi inadvertidos, y eso que venían juntos, como cuando era Semana Santa en Jerez y además Feria de Abril, ná, que don José María, o sea Pemán, se ponía punk y hacía unos romances de ciego elegante a la tierra de María Santísima, mientras las fincas del señorito seguían sin arar, más o menos como ahora, pero ahora es porque los parados están en paro, y entonces estaban de campanilleros de la madrugá, que les cantaba coplas la Niña de los Peines y yo tengo el disco, que lo oyes y se te pone un nudo, o sea aquí.Así las cosas, por lo que más se ha notado la consagración litúrgica de la primavera, en este segundo año de Suárez por la gracia de Dios, ha sido en la reaparición literaria del padre Félix García, ya ves, que me he recordado yo cuando el Padre Félix era el capellán de la intelectualidá, o sea de la crema, los que se arrepentían después de toda una vida de Chicote, pecando y pecando, como el del tango, pero sin Perón, que pasó a mejor vida, yes.
La noche en que llegué al Café Gijón (si me salto la preposición Lázaro Carreter se me cabrea), el Padre Félix era todavía el top-less de los rojos de izquierdas -ahora también tenemos rojos de derechas-, y lo mismo le daba Baroja que don Eduarno Aunós, pues a todos les preparaba para la inmortalidad literaria y sacramental, y hasta quisieron una vez llevarle a la Academia, o sea de académico a ver si me explico, lo cual que no.
Luego, cuando yo llegué a esa variante mercantil del éxito que es firmar libros en los grandes almacenes (y lo malo es que no hay otra gloria que la de los grandes almacenes, o lo bueno), el Padre Félix aparecía siempre con una sobrina suya, y yo se lo agradecía mucho, a que le dedicase un libro mío, pero este año se han pegado puerta dos millones de madrileños, dejándonos solos aquí en Madrid, por Semana Santa me refiero, al Padre Félix y a mí, lo cual que tentado estuve de ir a confesarme con él, por hacer algo alusivo a la época y matar la tarde, que con Franco la llegada de la primavera parecía otra cosa: venía la primavera, no errática y desnuda, como la de Juan Ramón, que era un salido, sino con las sienes moraítas de martirio, como la Lirio, la Lirio tiene, que el morado era y es el color litúrgico, un morado cofradía, que se ha perdido en el arcoiris de la vida española.
A mis soledades voy, de mis soledades vengo, siempre con un clásico al lado, decidido a asesorarme culturalmente como Ricardo de la Cierva a Suárez (gracias por las alusiones, don Ricardo) y en esto que me llego hasta Majadahonda y me encuentro una verbena, Viernes Santo mismamente, y el conde de Lavern, apócrifo, subiéndose en todos los pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera que dijo Machado del carrousell, y la Trenas comiendo algodón de azúcar malva (malva también por la liturgia, se conoce) y todo el gentío del pueblo volando en la montaña rusa, que al menos podían haberle quitado lo de rusa, un respeto a la fecha, ¿o no?
Lo cual que el conde de Lavern, apócrifo, en su Lavernio de La Codorniz Enchainée, exhuma un famoso poema de Foxá a los Domecq (a/contra los Domecq), que es como el de Pemán citado al principio, sólo que todo lo contrario. Y es la primera vez en cuarenta años de cuaresma que veía yo una verbena en Semana Santa, así que me compré una torrija, que es dulce católico de la época, y porque la miel me va total, o sea el azúcar, y con mi copo de algodón dulce y malva en la otra mano, como un rododentro popular, me salgo a los campos a consagrar la primavera, con Vivaldi en el transistor, diciéndome que algo ha cambiado en España, aunque todo siga igual. Tchaikowski y Botticelli en la pobre campiña madrileña, que no hemos dejado de ser católicos, don Manuel, sino que vamos ciegos a morir en la cuadrícula cazamariposas de las estadísticas de Tráfico. Que no decaiga.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.