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Los obispos de Bilbao condenan la violencia

«Hay en nuestro pueblo quienes se apropian de causas nobles e inquietudes legítimas para orquestarlas con la violencia de las armas», han manifestado los obispos de Bilbao, monseñores Añoveros y Uriarte, en una homilía pronunciada con motivo de la celebración litúrgica del Viernes Santo, en la cual reafirman el valor intangible de la vida humana.Añaden que «Jesús murió ejecutado porque nosotros morimos y porque nosotros matamos. El dio su vida para que la fuerza de amar fuera entre nosotros más vigorosa que la fuerza de matar». Entienden, sin embargo, que estas fuerzas de destrucción y de muerte están vivas y operantes en el mundo y también en nuestro país. «Existen entre nosotros -dicen- quienes, carentes de un elemental respeto debido a toda persona humana golpean y dañan a aquellos que consideran sus adversarios. »

Los obispos de Bilbao denuncian a quienes se erigen a sí mismos en jueces últimos de la vida de los demás, degradando la justicia y convirtiéndola en un simple ajuste de cuentas. La condena abarca también a quienes piden a gritos, irresponsablemente, las muertes producidas y a aquellos que miran con simpatía tales conductas.

«La frecuencia creciente de los atentados y la multiplicación de las amenazas -añade la homilía- han intensificado notablemente un ambiente de temor e inseguridad que ensombrece la vida cívica y apaga la voz de muchos que deberían condenar esta situación.» La repetición de estos hechos sangrientos embota la sensibilidad, hasta el punto de que la sangre y la muerte se convierten en una trágica costumbre que no hace otra cosa que embrutecer a las personas y a los pueblos.

«Nuestra fe en el misterio de la muerte de Cristo nos urge con todo apremio a respetar la vida humana como un valor intangible. La vida humana, respetable para cualquier humanismo digno de este nombre, es intocable para los que creemos en Cristo. Pero no basta deponer la espada, es preciso también deponer la violencia que la maneja. No basta desarmar nuestras manos, es preciso desarmar también nuestro propio corazón. »

A pesar de los hechos y frente a cualquier tentación de desesperanza, termina la homilía con el deseo de que seamos capaces, cada uno de nosotros y la sociedad entera, de extirpar la violencia y promover el respeto insobornable a la vida humana.

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