El Ministerio de Cultura, dispuesto a tutelar el espectáculo taurino
Tendrían que jurarme que al ministro Pío Cabanillas le gustan los toros para que me lo pudiera creer. Y, a lo mejor, tampoco me lo creería. Sin embargo, nunca la fiesta de los toros ha estado tan próxima como ahora de solucionar sus problemas de promoción, precisamente con el ministro Pío Cabanillas.En este país se ha obrado demasiado, desde el poder, por gustos y aficiones. Cada vez que se nombraba un nuevo ministro de Gobernación -hoy Interior-, de cuyo departamento depende, a nivel de negociado, el espectáculo taurino, la gente se preguntaba si era aficionado a la fiesta; o si acaso le gustaba, aunque fuera un pelín; o, por lo menos, si no era contrario a ella. Generalmente no le gustaba, no, ni tanto así, pues generalmente era adicto al espectáculo del fútbol -y del Madrid, faltaría más- y a los toros les daba de lado, hasta olvidarlos por completo.
El poder sólo echó la vista encima a la fiesta de los toros cuando la encontró válida para sacarle el jugo de una rentabilidad política a plazo inmediato -a cambio de su adulteración-, y esa fue la fortuna de El Cordobés y los de su cuerda, entre otros casos. La consecuencia lógica era que a la larga se pulverizaba el espectáculo, como así ha ocurrido, pero eso, entonces, no importaba en absoluto. El futuro se veía lejano e hipotético; quizá cosa de otros.
La situación es que la fiesta de los toros se puede perder. Invención específica de nuestro pueblo, patrimonio cultural exclusivo, fenómeno complicado que hay que dejar evolucionar sin trabas pero que no puede subsistir sin apoyo, languidece por un abandono y una incomprensión que han durado más de treinta años. Pero es ahora cuando puede resurgir, si se le encuadra donde es debido.
Desde todos los estamentos se insiste en que el espectáculo ha de salir de su dependencia del Ministerio del Interior para pasar al de Cultura, donde encontraría los cauces convenientes de promoción. Pero parece ser que todo veda, de momento, en hablillas, en quejas de tertulia, en alguna que otra esporádica declaración de principios emanada de pequeños grupos. Y, no obstante, el ministro de Cultura -a quien seguramente no gustan los toros pero que es un político en el mejor sentido del vocablo y consciente de la necesidad de potenciar la fiesta- espera una petición formal de los interesados para abordar el problema. Ignacio Aguirre, secretario de Estado para el Turismo, nos lo decía hace pocas semanas en una entrevista que publicó EL PAIS: «Pío Cabanillas está dispuesto a acoger la fiesta de los toros en el Ministerio de Cultura y a darle el tratamiento adecuado. Sólo hace falta que se lo pidan.»
Toreros, ganaderos, empresarios, aficionados, no tienen más que dar el paso, en conjunto o por separado: bastará que se reúnan, que designen-una comisión -o cada estamento sus representantes y que planteen el tema al ministro.
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