_
_
_
_

Los presos britanicos, aislados del exterior y sin derechos civiles

Los 42.000 reclusos en las cárceles británicas son un conjunto de individuos privados de la casi totalidad de sus derechos civiles y aislados del mundo exterior por un muro impenetrable de silencio burocrático. Un libro aparecido esta semana, del que los medios informativos se han hecho poco o nulo eco, descubre un sistema penitenciario en los antípodas del que reclama una sociedad evolucionada y democrática. Un comité parlamentario especial estudia estos días su posible reforma.El libro Prisons secrets, de los profesores Stan Cohen, de la Universidad de Essex, y Laurie Taylor, de la de York, revela lo habitual de prácticas como la censura de cartas y periódicos, la prohibición de escribir desde la cárcel para cualquier tipo de publicación y la imposición de un riguroso secreto oficial sobre lo que sucede en las prisiones del país a todos cuantos trabajan para el sistema carcelario.

Los presos pueden recibir una sola visita al mes, de media hora de duración, y seleccionada por las autoridades de la cárcel de una lista previa. Una carta a la semana es lo máximo que se les permite enviar o recibir y aun así puede serles devuelta censurada si, a juicio de los oficiales de la prisión, contiene material objetable. Nada escrito o dibujado sobre la vida cotidiana en una cárcel británica puede salir de ella con su inquilino. Veintiocho días antes de que el recluso sea puesto en libertad, se revisan sus notas personales y, en su caso, se censuran. No se puede elevar ninguna queja sobre el trato carcelario de un recluso a los representantes parlamentarios sin que las autoridades de la prisión hayan investigado previamente la denuncia. La comunicación con abogados y diputados está restringida por una cortina de formalidades burocráticas, que llegan hasta la necesidad de un permiso expreso del ministro del Interior autorizando las entrevistas, permiso que suele llegar meses después de haber sido solicitado.

El Departamento de Prisiones funciona, según los profesores Cohen y Taylor, como un engranaje militar cuyo objetivo final es preservar el secreto carcelario del conocimiento del enemigo: los propios reclusos y los ciudadanos en general. Todos cuantos trabajan para una prisión y sus visitantes ocasionales han de darse por enterados de la ley de secretos oficiales, bajo cuyas previsiones pueden ser perseguidos.

El comportamiento de los reclusos británicos está regulado por más de cuatrocientas disposiciones, cuya interpretación está, a su vez, contenida en prolijas órdenes y circulares. A los periódicos e investigadores, en general, no les es fácil obtener información que vaya más allá de la estadística sobre la vida en las cárceles de este país. El argumento esgrimido es siempre la necesidad de preservar la seguridad, a pesar de que una buena parte de la población reclusa cumple sólo condenas menores, que no exceden de un año.

El libro de Cohen y Taylor sugiere alternativas radicales para humanizar y dignificar el sistema penitenciario británico.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_