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Reportaje:

Películas "S" y salas porno: el ocaso de Perpiñán

Se confirman las impresiones: lo verde no empieza ya en los Pirineos; lo verde empieza en el cine más próximo, no importa si está situado en Villanueva del Pardillo, o en Velázquez, esquina a Goya. Sí, incluso en el barrio de Salamanca, que siempre tuvo algo de reserva espiritual, las prendas íntimas de Alfredo Landa, antigua frontera de las costumbres licenciosas del español, han sido claramente desplazadas por las prendas ínfimas de Sylvia Kristel.

Según cierto acomodador que prefiere seguir en la oscuridad de una sala próxima a la calle madrileña del General Mola, así no vamos a ninguna parte; es decir, que seguimos donde estábamos. Para él, y para muchos compañeros suyos las películas clasificadas con la sinuosa ese mayúscula son sólo una prolongación de El manantial de la doncella, Gilda y otros ejercicios cinematográficos anteriores; naranjas mecánicas que, en lo verde apenas se diferencian entre sí en un detalle: la reprisse de los motores de sus intérpretes. Para casi todos los acomodadores, la «S» no es el anagrama de Satán, ni el perfil de una serpiente irritada, sino una simple clave mercantil. Una a la que se le han caído los palitos.A pesar de Madame Claude, Linda Lovelance for president, El último tango en París o Emmanuelle, las taquilleras de los barrios jet tampoco observan cambios sensibles a su alrededor; ante las ventanillas, las colas oscilan entre los límites de siempre: largas en los primeros meses de proyección y cortas en los sucesivos. No se han producido altercados entre clientes corroídos por el deseo, no se han acusado accesos de impaciencia, ni se observa que los ojos de alguno estén inyectados en sangre. A la salida de la sesión de tarde, todos tienen, como de costumbre, un vago gesto de estupor, del que comienzan a salir después de mirar el reloj y encender el primer cigarrillo. Desde la sombra, los acomodadores no están consignando diferencias notables con los viejos tiempos, y las taquilleras no están sobrecargadas de trabajo: sus obligaciones les permiten seguir teniendo un viejo aire de tías carnales en vacaciones; aquéllos continúan manejando la linterna sin agobios, y éstas continúan siendo fieles a Corín Tellado y al punto de cadeneta. Puede asegurarse ya, sin caer en un optimismo prematuro, que en el barrio de Salamanca no hay una excesiva demanda de directores espirituales, ni en la mantequerías próximas a la sala de proyección de El último tango en París se ha apreciado ninguna sospechosa demanda de mantequilla de Soria.

Bachillerato superior del mirón

Sin embargo, y al margen de las impresiones de los profesionales de la linterna y el taco de entradas puede hacerse una objeción a esta calma aparente: las colas de espectadores mantienen su tamaño, pero no su número; antes eran veinte y ahora son cien. También podría señalarse que allí donde se proyecta Emmanuelle II, que es el bachillerato superior del mirón, algunos espectadores acusan un leve complejo de culpabilidad, que coincide con las miradas acusadoras de los transeúntes. Además, tampoco puede negarse que el fina de año ha deparado novedades tan interesantes como la desaparición de la censura. Aquel privilegiado grupo de españoles facultados para decir no después de haber estudiado con detalle las películas que sus compatriotas tendrían que ver en Francia será sustituido por una comisión de escándalo que, en vez de ponerse gafas oscuras ante la pantalla, se pondrá el Código Penal. Evitará, pues, la fuga de divisas y de emociones y, en caso necesario dejará en manos del ministerio fiscal las obras que considere inaceptables, con lo que hay que empezar a temer por las películas de Joselito que se conservan en las filmotecas.Se instalarán también salas especiales para cine porno, ajustadas a una primera condición: la de admitir un máximo de doscientos espectadores. Dado el corto aforo de los locales, se ignora si las entradas habrán dé solicitarse a los directores de la empresa con instancia timbrada o con recomendación, y se confía en que serán servidas por riguroso turno. El número proporcional de estas salas está, asimismo, estipulado: una por cada diez de las otras. Son, pues, numerosas las razones para que comencemos a preocuparnos por los cinéfilos de Zamora, donde hay unas ocho salas de proyección si contamos la del colegio de los Salesianos. Los que quieran cine picante tendrán que seguir viajando.

A pesar de la agudeza de la crisis hemos entrado, por tanto, en un año con determinadas abundancias: sea cual fuere nuestra renta per cápita tocaremos a tres o cuatro rombos por habitante. No es triunfalista anticipar que dentro de poco los españoles vamos a tener el mismo derecho que los holandeses: cuando hayamos visto dos o tres docenas de películas romberas podremos bostezar con la misma desenvoltura que los espectadores nativos del barrio sexy de la dulce Amsterdam.

Y dadas las circunstancias, puede hacerse un segundo pronóstico: los cines de Perpiñán van a declararse en quiebra.

Dura lex, sed lex.

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