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Tribuna
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La lidia de las autonomías

Acción Ciudadana Liberal

Parece que el presidente está a punto de sacar el pañuelo que anuncia el comienzo de la corrida suspendida muchas veces y aplazada otras por orden de la autoridad «a causa del mal tiempo». El torero, desde el burladero, lleno de presentimientos, mira fijamente hacia la puerta de toriles, mientras sujeta el capote entre los dientes. Suenan clarines y timbales. Aparece, por fin, el toro, que, tras corretear de un lado a otro del redondel, se planta, inmóvil, en medio de la plaza.

Es un toro pequeño y corraleado. Cojea ostensiblemente. Parece manso. Para colmo, sus astas infunden razonables sospechas de haber sido manipuladas. ¿Cómo va a reaccionar el público, que ha esperado y deseado tanto tiempo esta corrida?

El pronóstico no es difícil. El público va a gritar «otro toro» y mostrar al presidente, desde sus asientos, el artículo dieciséis del reglamento. Ha venido a la plaza con expectación y confía aún -sin gran convicción, eso es cierto- que el pañuelo verde de la presidencia devuelva a los corrales, para ser allí apuntillado, al toro recién salido, y aparezca en su lugar otro de mayor trapío, más sano y encastado, con el que pueda presenciarse una bonita faena. ¿Se atreverá el presidente a retirarlo de la arena, pese a la coacción y a la amenaza de quienes manejan el tinglado, que aseguran que no hay otro toro disponible en los chiqueros? Todos, en barreras, tendidos y andanadas, lo piden a gritos.

Porque al esperado toro de la autonomía no pueden dársele con precauciones cuatro mantazos por la cara para matarlo luego, aliviándose, de un bajonazo. Es preciso torearlo con arte y riesgo, fajarse con él y ejecutar limpiamente la suerte suprema. Claro es que para hacer así el toreo se necesita un ganado bravo y enrazado, que embista con nobleza, y no toros mansos e inválidos que no pueden mejorar su rendimiento por mucho que se cuide y mime su lidia. Para salir a entendérselas con un encierro tan poco apto para el lucimiento, será difícil contratar a primeras figuras del toreo. Si acaso se prestarán a ello dos o tres principiantes, deseosos de ganar celebridad, o quizá algún torero fracasado, corto de facultades, sin porvenir alguno, retirado ya y que, al anunciar su reaparición con gran despliegue propagandístico, espera conseguir una remuneradora taquilla. Pues, tal como decía Corrochano, los toreros retirados vuelven nada más para recoger un dinero que creen se dejaron olvidado en su precipitada retirada.

Pero los auténticos primeros espadas no es fácil se decidan a hacer un papel poco airoso enfrentándose a animales protestados por el público. Exigirán garantías de que el encierro con el que salgan a torear sea limpio, sin los cuernos «afeitados». No querrán apechugar con toros que cojean ya de salida, toros que no tienen ni presencia ni trapío, que alargan el cuello para tirar cornadas, que no embisten y se defienden mansurroneando. Toros con los que es imposible tener éxito, bueyes de desecho, en suma, que no debieran salir a la arena, pues son impropios de una plaza de primera categoría. Pues aquí no se ha venido a ver una charlotada ni una becerrada, ni tan siquiera una novillada con picadores. Aquí se ha venido a ver una corrida seria y la empresa de Madrid, que ejerce una actitud monopolística en toda España sin ser propietaria de la plaza, sino tan solo su arrendataria, debe complacer al público y satisfacer sus justas pretensiones.

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A mi amigo Josep Andreu Abelló le he oído decir alguna vez -y él tiene buenas razones para saberlo- que el político, en España, debe de tener más valor que un torero. Muchos políticos están deseando dejar de mirar los toros desde el tendido y echarse al ruedo a torear esa difícil corrida en vez de hacerlo, ocasionalmente, en tentaderos privados. ¿No sería hora de que lo hicieran y de que un reglamento amplio, generoso e inteligente les amparara y pudiéramos contemplar de esta manera sus aptitudes y compararlos con los otros lidiadores en lugar de que sean, como hasta ahora, amenazados con ser retirados del ruedo por una pareja de la Guardia Civil?

Algunos, por fortuna alejados del pequeño juego de las capillitas de la capital, creemos en la realidad social de España y de las nacionalidades, pueblos y regiones que la componen, y ni queremos falsas figuras prefabricadas por turbios intereses económicos, ni admitimos vetos, imposiciones, exclusivas ni exclusiones.

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