Investigación científica y niveles superiores de la enseñanza
Además de enseñar, la Universidad debe investigar, la sentencia de Schielermacher antes descrita no ha perdido su vigencia, pese a la enorme masificación y a la alicortada profesionalización de casi todo el alumnado universitario. Además de preparar técnicos para el ejercicio de muchas de las profesiones que la sociedad exige, la Universidad debe contribuir a la formación científica de sus futuros docentes y a la captación técnica de especialistas en algunas de las materias que ella enseña. Sobre la que exijan las escuelas profesionales, otras tres funciones didácticas tiene que cumplir una facultad universitaria digna de su nombre. Completémoslas.1. Investigar y formar investigadores. Aunque el profesor universitario pueda lograr eminencia sin consagrarse a la investigación -evitemos la beatería ante ésta-, y aunque allende los muros universitarios pueda y deba haber investigadores -entre tantos otros, ahí están Harvey y Lavoisier-, la investigación científica es consustancial con la vida de la Universidad. Ante todo porque, salvo excepciones, sólo haciendo ciencia puede moverse en el nivel de, su tiempo quien a la ciencia se dedica, y tal instalación es condición necesaria para ejercer con decoro la docencia universitaria. En segundo término, porque la Universidad es el lugar más idóneo para la formación de investigadores, aunque estos hayan de trabajar luego fuera de ella, y sólo investigando se aprende a hacerlo. En tercero, porque la elaboración de las tesis doctorales es tarea específicamente universitaria, y una tesis doctoral debe ser siempre trabajo de investigación. En cuarto y último, porque la preparación de los que en el futuro hayan de ser docentes, faena en la cual la Universidad debe poseer, si no el monopolio, sí el papel más importante, requiere que el aspirante investigue a la vez que enseña y enseñe a la vez que investiga.
Salvo en sus momentos de decadencia y en los lugares o las cátedras en que la condición universitaria ha sido o está siendo más nominal que real, siempre ha investigado la Universidad. Investigando enseñaban los teóricos y filósofos del París o el Oxford de los siglos XIII y XIV, Vesalio en la Padua del siglo XVI, Malpighi en la Bolonia del XVIL y Albrecht von Haller en la Gotinga del XVIII. Pero será en el siglo XIX, con la entonces tan frecuente fundación de institutos o seminarios científicos al lado de las cátedras, cuando llegue a su ápice el papel de las universidades en la creación de ciencia. Tanto, que en algunas, como las alemanas, se enseñaba más a investigar que a saber, y con frecuencia primaba la condición de investigador sobre la condición de maestro en la elección de docentes. Tanto, que la Universidad llegó a ser, en ciertos casos, incapaz para alojar en su seno toda su producción de ciencia, y como por rebosamiento de su actividad tuvo de aparecer la figura social del «investigador puro». Tal fue la situación que hizo posible y plausible, valga tan alto ejemplo, el nacimiento de la Kaiser Wilhelm Gesellschaft.
Distintas fueron las cosas en España, cuando a fines del siglo XIX. nuestra Universidad -muy parcial, muy insularmente- empezó a salir de la gárrula oratoria y la inanidad científica que en ella venían siendo la regia. Ni siquiera a grandes rasgos puedo exponer aquí la triste historia de lo que durante el siglo XX ha sido entre nosotros la investigación universitaria, y la no menos triste de sus relaciones con la investigación no universitaria. Debo ceñirme a declarar sumariamente, tal como yo los veo, los principios que deben regir esta inexcusable función de la Universidad. Cinco quiero destacar:
a) No se halla a la altura de su misión una Universidad en la cual no se investigue; sin la constante preocupación por el incremento del saber, y por muy alto que sea el nivel científico de su enseñanza, un centro docente nunca excederá el nivel de la escuela técnica. No quiere esto decir, sin embargo, que en la investigación científica tenga la Universidad su fin primordial y más alto; su fin primero es la formación de hombres; pero, por las razones antes expuestas, investigar y formar investigadores constituye hoy una de las funciones esenciales de la institución universitaria.
b) Por la universal pluralidad de los saberes que en ella se cultivan y enseñan -universitas litterarum et scientiarum es su enseña y debe ser su contenido-, la Universidad puede y debe corregir uno de los errores que más tópicamente comete la sociedad actual: considerar que sólo es «Investigación científica» la que se hace en los laboratorios para la experimentación y en los gabinetes de los matemáticos. Investigador de nuevas vías para el pensamiento filosófico fue Kant, e investigador de una parcela del pasado humano ha sido Asín Palacios. Vestigare es «seguir la pista». La pista, ¿de qué y hacia qué? De la verdad y hacia la verdad; de la verdad aún no conocida y hacia una prolongación, tal vez insospechada, de la verdad ya conocida. Y la verdad, como el ser, según Aristóteles, «se dice de muchos modos».
c) Abierta a la sociedad, porque de toda la sociedad debe recibir sus alumnos, abierta hacia la sociedad, porque hacia toda ella debe enviar sus graduados, una Universidad a la vez docente e investigadora es el instrumento supremo para que la estimación y la comprensión de la ciencia -sin una y otra, dígase si resulta posible vivir en el nivel de nuestro tiempo- se constituyen en hábitos sociales. Para los españoles, empleemos términos al uso, una necesidad rigurosamente prioritaria. Deber histórico, la llamaría yo.
d) El Estado y la sociedad deben dar a la Universidad recursos suficientes para que en ésta se practique una investigación científicamente decorosa. A su vez, y cumpliendo un precepto ético de que luego se hablará, la Universidad debe mostrar al Estado y a la sociedad que incluso con recursos módicos puede investigarse, cuando la vocación y la voluntad de hacerlo se conjugan. Si se dispone de ciclotrones, telescopios como los del Monte Palomar y equipos de computadoras electrónicas, tanto mejor; mas también sin ellos es posible seguir la pista de alguna verdad científica hasta ese momento desconocida.
e) Puesto que el actual desarrollo de la ciencia exige la creación de centros de investigación ajenos a la Universidad, la Universidad deberá hallarse en conexión funcional con ellos, porque en ellos han de tener su definitivo puesto de trabajo muchos de los investigadores formados dentro del recinto universitario, y porque a menudo advierte el investigador que la docencia -en su caso, cursos monográficos sobre la materia propia de su pesquisa- le ayuda a ver mejor lo que a solas está haciendo. Tal colaboración resulta inexcusable en países, como el nuestro, en que todavía es muy escasa la densidad del trabajo intelectual, de ahí que sea tan insatisfactoria la actual relación entre la Universidad y el Consejo de Investigaciones Científicas.
2. Es universitariamente importante que dentro del área de cada facultad existan centros o escuelas para la formación de especialistas en alguna de las materias que en ella se enseñen: escuelas de gastroenterología o de cirugía cardiopulmonar en las facultades de Medicina, de metalografía o de estadística, en las de Ciencias; de lectores de español en las de Letras, etcétera. La sociedad, en efecto, pide no sólo «profesionales básicos», también «especialistas», y la Universidad debe ser capaz de responder con eficacia a este requerimiento.
3. Varias veces he aludido a otro deber, y por tanto a otra de las funciones de la Universidad: la formación de sus futuros docentes, desde que éstos inician la elaboración de su tesis doctoral. Un docente universitario se forma oyendo enseñar, enseñando, haciendo algo de ciencia -la que sus talentos y sus recursos le permitan- y asistiendo a algún curso de pedagogía para la enseñanza superior; menester éste no difícil de atender y tan generalmente desatendido. Escribió Dilthey que la hermenéutica del historiador «requiere la conversión de la genialidad personal -grande o chica, añado yo; todo hombre inteligente es un pequeño genio- en técnica» y, por tanto, en saber transmisible. Si en la raíz de la vocación docente hay un «eros pedagógico», un apasionante descubrimiento de que el enseñar ensalza y perfecciona al que enseña, ¿qué se hace entre nosotros para tecnificar su práctica?
4. Formación de profesionales universitariamente cultos y de especialistas de alto nivel; formación de investigadores y de futuros docentes. Ahora vemos en toda su complejidad lo que debe ser y lo que debe hacer una facultad universitaria. Dando por supuesto que el departamento es la unidad administrativa y funcional de la vida intrafacultativa y, como consecuencia, que cada departamento tiene que estar constituido por varias cátedras y por docentes de distintos niveles, he aquí el elenco de las actividades que, departamentalmente ordenada, habrá de cumplir una facultad vocada a la perfección:
a) La lección magistral: aquélla en la cual se presenta al oyente el estado actual de la cuestión expuesta. Comporto todas las críticas que puedan hacerse contra la exclusividad de la lección magistral como recurso didáctico, pero en modo alguno puedo compartir la hoy tópica y torpe hostilidad contra ella. Como vehículo para la transmisión del saber y como estímulo para la incitación hacia un «más saber», la lección magistral es absolutamente insustituible; para lo cual su contenido y el modo en que éste quede expuesto habrán de ser no sólo asertivos, también problemizantes. Una lección magistral es real y verdaderamente buena cuando ayuda a saber entender (presentación de lo que ya se conoce), a saber dudar (mostración de problemas, por tanto de ignorancias; mal profesor, el que además de enseñar a saber no enseña a no saber), y a saber buscar (incitación a conquistar lo que podría saberse y todavía no se sabe).
b) La lección elemental: aquélla en la cual el docente expone clara y sencillamente sólo lo que de modo seguro y básico sobre un tema se sabe. Es, ya lo dije, la que en la escuela profesional debe constituirse en regia.
c) La clase práctica; las «prácticas», en el lenguaje coloquial de la Universidad; la metódica enseñanza del «saber ver» y del «saber hacer». Para una facultad masificada, carente de medios y consciente de su deber, es el más grave de sus dramas cotidianos.
d) El curso monográfico, el seminario, la lectura comentada y el coloquio libre. En ellos es donde la condición problematizante de la enseñanza universitaria deberá mostrarse con más nitidez.
e) El trabajo de investigación, entendida ésta según todas las orientaciones que el saber universitario por esencia posee y según todos los niveles que en la pesquisa de la verdad quepa discernir.
f) La extensión universitaria y la colaboración en la llamada «formación permanente».
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