Sobre el movimiento feminista
Hace tiempo que tenía intención de responder espontáneamente, sin ánimo de enfrentamiento, a lo que se viene escribiendo sobre el movimiento feminista. Es obvio que si se quiere construir una sociedad distinta, más justa y democrática, este es uno de los temas a tratar. Ahora bien, pienso que el tratamiento que muchas veces se le está dando contribuye más a desenfocarlo que a centrarlo y, en ocasiones, las tesis que se defienden no tienen en cuenta el más imprescindible realismo; son exaltadas y parten de actitudes neuróticas. Yo entiendo que la función de la mujer no debe plantearse como una oposición al hombre, sino como una colaboración en igualdad de condiciones. Sin embargo, la protesta feminista pierde muchas veces eficacia porque, al radicalizarse simultáneamente, restringe su objetivo: no es un planteamiento funcional sino una respuesta desenfocada que olvida o ignora que junto a la deformación de las relaciones entre hombre y mujer hay otras deformaciones previas, y no menos injustas, que las determinan. Además se olvida que en muchos aspectos la mujer obtiene una cierta recompensa por el reconocimiento de su inferioridad: no participa en los trabajos más explotados y marginados de la sociedad (mina, construcción, pesca, transporte, etcétera), a pesar de ser estas actividades fundamento de la economía nacional. Y tiene también otros privilegios que proceden de la explotación de su debilidad, como podría ser la exclusión del servicio militar. Actualmente la mujer no es sólo explotada, como supone el feminismo, sino también explotadora.Tampoco me parece consecuente que la lucha por la emancipación de la mujer, a la que me sumo, tenga que contener un desprecio por el trabajo del «ama de casa». No creo que en principio deba ser considerado más enajenador que otros trabajos. La alienación derivada del trabajo es estructural e independiente de la clase de trabajo que se realice, se haga en «casa» o «fuera». La sujeción que la mujer padece durante su labor doméstica no es propia de esta actividad, sino resultado de las condiciones generales que regulan el trabajo social. Mi punto de vista es que la mujer no debe avergonzarse del tipo de trabajo que haga, sino que tiene que avergonzarse de su falta de inquietud, de su desinterés respecto a los problemas culturales, sociales y políticos.
En definitiva, me parece que es más importante y tiene carácter previo la preocupación por las condiciones de la sociedad, que por la situación de la mujer, que no es más que un resultado de aquéllas. Y para modificar tales estructuras es importante que el hombre y la mujer compartan conjuntamente sus inquietudes y trabajen solidariamente para cambiar las condiciones de alienación en que se desarrolla toda actividad.
Pienso que sólo quería decir que la liberación de la mujer no es independiente de la del hombre, y que ambas pasan por la transformación de la sociedad.
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