Las lecciones del Banco de Navarra
Presidente de la Asociación Española de Banca PrivadaEn las últimas semanas la crisis del Banco de Navarra ha dado lugar a toda clase de comentarios. Pienso que es bueno centrar el problema en sus estrictos términos, para enjuiciar adecuadamente su génesis y sus posibles soluciones. Es necesario deshacer todos los mitos, pero no a base de fábulas, que son igualmente alienantes, sino con la simple y lisa realidad.
La banca es un negocio como cualquier otro, y, por tanto, expuesto al riesgo, sin el cual ni puede darse ni se justifica el beneficio. Por tanto siempre ha existido el riesgo de que un banco marche mal, especialmente cuando los gestores no actúan con la corrección y la profesionalidad que requiere todo negocio y en especial el negocio bancario, que descansa esencialmente en la Confianza que mutuamente deben otorgarse las partes. De hecho, tanto durante los llamados «cuarenta años» como antes ha habido bancos que han ido mal y han puesto en peligro a sus depositantes, a sus trabajadores y a sus accionistas. Antes de los cuarenta años, cada uno corría su suerte: los trabajadores perdían su empleo y los depositantes y accionistas perdían su dinero. Durante los cuarenta años, la situación, derivada del statu quo bancario, llevó a resolver «dentro del club», forzados a veces por la Administración, los casos que existieron. Los depositantes salvaron sus ahorros y los trabajadores su empleo, sin que ni unos ni otros se dieran apenas cuenta de lo que había pasado; los accionistas salieron mejor o peor parados, según hubieran sido los acuerdos con el absorbente.
Las coordenadas del cambio. Ahora, emprendido un proceso de cambio político, económico y social en el país, es lógico que también algo cambie en el ejercicio de la profesión bancaria y en el tratamiento de los casos de crisis en el sector, que en principio son inevitables y que en la práctica serán pocos.
En el decreto sobre Fondo de Garantía de Depósitos en Establecimientos Bancarios, publicado el día 11 de noviembre de 1977, quedaban establecidas, en teoría, las nuevas reglas del juego. Los banqueros hubiésemos deseado, porque es lo lógico en todo seguro, que la admisión de los bancos en el Fondo se hubiese hecho previa auditoría de las entidades. La Administración no lo estimó factible y quedaron cubiertos por el Fondo todos los bancos operantes en España. En estas condiciones se presentó el problema del Banco de Navarra.
Un caso aislado. A reserva de lo que resulte de la intervención en curso, que del Banco de Navarra se hablaba desde hace mucho tiempo es cosa evidente. En el mundo de los negocios, al margen de la información que proporcionan las propias empresas, los informes privados constituyen una valiosa ayuda. Por tanto, los depositantes que acudían al Banco de Navarra podían haberse dado cuenta del riesgo desmesurado en que estaban incurriendo. No puede hablarse de sorpresas.
Conviene decir, por otra parte, que las dificultades del Banco de Navarra no tienen nada que ver ni con la situación económica del país ni con la política monetaria del Gobierno. A la vista del balance del banco, parece que no puede afirmarse que las dificultades que atraviesan muchas empresas son las que han arrastrado al Banco de Navarra. Lo que le ha sucedido ahora a este banco le hubiera sucedido en cualquier coyuntura económica, aunque quizá hubiera podido ocultarse más tiempo. Y esto es importante para señalar que el problema del Banco de Navarra es un problema individual y aislado que de ninguna manera puede hacerse extensivo a la banca. Ni a la banca grande, ni a la mediana, ni a la pequeña. En cuestiones de gestión y solvencia, la bondad no se mide por el tamaño. Sería absurdo decir que los bancos pequeños son peligrosos, como lo sería afirmar por decreto que los menores de doce años están enfermos; están en período de desarrollo que no es lo mismo. La salud y la enfermedad no son privativas de ninguna edad.,
Las alternativas de solución. El sábado día 14 de enero, a mediodía, la Asociación Española de Banca Privada fue oficialmente informada de que la situación del Banco de Navarra era de tal manera insostenible que, si, durante el fin de semana, no se arbitraban otras soluciones, se vería en la necesidad de presentar la suspensión de pagos antes del inicio de las operaciones del lunes 16. La Asociación, por sus órganos de gobierno, en los que están por igual representados los bancos grandes, los medianos y los pequeños, estudió profunda y serenamente, durante las 36 horas del sábado y domingo, las alternativas de acción. La banca privada española ha asumido plenamente el proceso de cambio y es tan partidaria, como pueda serlo cualquier otro, del sistema de economía de mercado, con todas las consecuencias de la competencia inherente al sistema. Por ello, la primera reacción de la banca fue que, estando asegurado por el Fondo de Garantía el ahorro más modesto, lo más lógico era que empezaran a jugar los nuevos criterios y que el banco suspendiera pagos.
Sin embargo, la banca, consciente también de que los cambios hay que introducirlos sin rupturas y sin traumas, teniendo en cuenta el impacto psicológico que, en este preciso momento del país, podría producir la suspensión de pagos de un banco, estuvo dispuesta a apoyar una fórmula que, evitando la suspensión y poniendo a salvo todos los depositantes, suponía la liquidación ordenada del Banco de Navarra.
La solución menos mala. Así surgió la que parecía ser la solución menos mala para resolver un mal asunto. Partiendo del supuesto de que la administración del Banco de Navarra correría a cargo del Banco de España, que era el único que podía obtener, si hacía falta, el acuerdo de disolución de la sociedad, los siete grandes bancos, los siete medianos y los siete pequeños que componen el Consejo General de la Asociación decidieron, por unanimidad, que la banca privada, para evitar las desfavorables consecuencias de la otra alternativa, estaría de acuerdo en que el Fondo de Garantía de Depósitos pudiera utilizarse también en esta solución, en la que cobrarían todos los depositantes, aunque ello resultara más oneroso para la comunidad bancaria.
Los trabajadores del Banco de Navarra. La solución arbitrada tuvo el efecto de tranquilizar a los depositantes, pero dejaba sin resolver el problema de los trabajadores, si había que proceder al cierre de oficinas. Ante tal evento, la banca privada ha garantizado al Banco de España que se haría cargo del personal del Banco de Navarra ya sea por vía de absorción de oficinas ya sea admitiéndolo en las que tenga establecidas en las plazas donde este personal está prestando sus servicios. Parece que, en unos momentos en que el desempleo cunde en tantos sectores, los empleados del Banco de Navarra pueden tenerse por afortunados. No faltan, sin embargo, quienes mueven a estos trabajadores, que se agitan sin motivo real.
Una oferta privada. Así las cosas, un determinado grupo bancario se ha mostrado dispuesto a adquirir el control del Banco de Navarra y a hacerse cargo de su activo y pasivo, integrándolo en su propia organización. Esta solución, que comportaría la liberación del Fondo de Garantía de Depósitos y restablecería el normal funcionamiento del banco en relación tanto con los trabajadores como con los acreedores, si bien constituye una iniciativa privada, demandaría, como es lógico, un apoyo del Banco de España. Aunque este apoyo se otorgaría en términos ajustados a las exigencias legales, tanto en condiciones como en garantías, no cabe duda de que se trataría de una ayuda especial de carácter finalista, sobre cuya procedencia sólo el Banco de España, a la vista de las contrapartidas, puede decidir. Es lógico, por tanto, que el Banco de España, en la línea de transparencia que el momento requiere, haya querido dar a conocer esta oferta a aquellos otros bancos capaces de subrogarse en la misma o de mejorarla, sin que por ahora se sepa de nadie que esté dispuesto a ello.
La actitud de los bancos. Desde hace algunos meses, algunas personas se empeñan en fomentar una pretendida división y enfrentamiento entre empresas grandes y pequeñas. Esta actuación, que alcanza a todos los sectores, parece que quiera aprovechar el caso del Banco de Navarra para hacer creer que hay una oposición entre los bancos grandes y los medianos y pequeños. Una manifestación de este enfrentamiento sería el disgusto por la agresión de los grandes para provocar la rendición de algunos pequeños, en orden a su desaparición como entidades independientes. La realidad es que, en mis contactos con la banca mediana y pequeña, he podido comprobar que no existen recelos ni suscitan alarma las absorciones de algunos bancos pequeños por otros incluidos en la órbita de la gran banca. Los bancos medianos y pequeños consideran que es natural que, por razón de interés recíproco, unos bancos se integren o sean absorbidos por otros, lo mismo que van apareciendo otros nuevos. Es simplemente una muestra de la vitalidad del sistema bancario. Sería un error entender que debajo de la absorción de un banco por otro se oculta siempre una situación peligrosa o dificil del banco absorbido. A veces es el resultado de motivaciones económicas y de oportunidad, en condiciones que una y otra parte pueden considerar ventajosas, por razones que sólo los interesados conocen.
En este mismo orden de ideas, considero que, en general, los bancos medianos y pequeños no verían inconveniente en que se materializara la compra del Banco de Navarra por uno o más bancos de mayor tamaño, en la forma antes expuesta, si las autoridades monetarias lo hacen posible, ya que ellos piensan que es la solución que comporta menor coste social.
Las lecciones a aprender. Muchas son las lecciones que pueden sacarse de estas consideraciones sobre el caso del Banco de Navarra. Pienso que no es la menor de ellas la unión y coherencia de toda la banca privada para afrontar situaciones de esta naturaleza. Pero la más importante es para la Administración Pública y consiste en la necesidad de ampliar y mejorar las facultades coercitivas del Banco de España.
La ley de Ordenación Bancaria del año 1946 no responde a las exigencias del tiempo presente. Las materias sancionables consignadas en dicha ley se concretan a incumplimientos de meras disposiciones administrativas, en cuya persecución el Banco de España ha perdido un tiempo precioso, restándolo del necesario para investigar la solvencia real de las instituciones bajo su tutela. Hace mucho tiempo que vengo diciendo que la banca española debe estar menos controlada en aquello en que lo está y mucho más controlada en lo que apenas lo está. En cuanto al procedimiento sancionador, la tramitación del expediente administrativo es farragosa y excesivamente prolongada para que pueda ser eficaz. El Banco de España, como banco de bancos, necesita un instrumento sencillo y ágil que, una vez detectadas situaciones delicadas, le permita actuar con prontitud y fuerza para provocar soluciones razonables y no costosas, cuando todavía es tiempo. De esta manera, por absorciones o concentraciones estudiadas y decididas oportunamente dentro del propio sistema, se lograría sanear o reforzar las partes débiles del mismo. Si bien la economía de mercado comporta consentir la desaparición de las empresas no eficientes, la vertiente de servicio público, que la empresa bancaria tiene, exige que se tomen, con suficiente antelación, las medidas necesarias para evitar que la ineficiencia arrastre a los usuarios de este servicio, sin necesidad de socializar ni los resultados ni la gestión.
Si así se hace, será un resultado positivo del desgraciado asunto que ha motivado estas reflexiones.
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