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Reportaje:

Nueva legislación sobre juguetes para evitar accidentes infantiles

En breve plazo, los países miembros de la Comunidad Económica Europea verán sometida la fabricación y el consumo de juguetes a las estrictas normas que está elaborando un equipo de expertos. Todo ello está encaminado a reducir las cifras de accidentes infantiles que se registran cada año a consecuencia de los juguetes. España se verá indirectamente afectada por la nueva legislación, ya que este país es uno de los cinco primeros exportadores de juguetes. Las normas no contemplan, sin embargo, las malformaciones síquicas que determinados juguetes provocan en los niños. ha preparado el siguiente reportaje.

Un equipo de expertos de la Comunidad Económica Europea está a punto de terminar la elaboración de una serie de severas normas jurídicas destinadas a controlar la seguridad de los juguetes con que se entretienen los niños de los nueve países integrantes de la Comunidad, dado el elevado número de accidentes registrados cada año en este sentido.Mientras tanto, en España siguen sin contabilizarse los accidentes de este tipo, por lo que es imposible calibrar la magnitud real del problema, e impide, a su vez, acelerar la implantación de una estricta legislación similar a la de los demás países. La falta de datos obedece principalmente a que los médicos no están obligados a constatar este tipo de accidentes, pese a que cada día en algún punto del país más de un niño ingresa en los servicios de urgencia de cualquier hospital porque se ha tragado una canica o tiene cierta cantidad de plomo en la sangre a consecuencia de haber chupado la pintura de un cochecito, o su lápiz de colores.

Pese a la ausencia de estadísticas, es lógico pensar que si en España se consumen aproximadamente los mismos juguetes que en Francia o Italia, por ejemplo, como aseguran los vendedores, los porcentajes de accidentes serán también equivalentes. En Inglaterra, en 1976, 12.500 niños se hicieron daño al caerse del monopatín, al enredarse con el freno de la bicicleta o al quemarse con máquinas de vapor, entre otras muchas causas. Las medidas legales que el Gobierno británico adoptó fueron muy concretas, las más inflexibles de Europa occidental. Y las que prepara la CEE no lo serán menos: no se fabricarán juguetes fácilmente inflamables, ni cualquiera que contenga sustancias tóxicas.

Serán abolidos totalmente los mecanismos que puedan, en algún momento, pellizcar la piel, los que tengan, cuerdas de longitud capaz para formar nudos ciegos y los radios de las ruedas de los triciclos. La madera, por ejemplo, sólo podrá usarse cuando no tenga nudos ni huecos en la corteza; el vidrio, sólo para ciertas partes del billar, y el metal siempre y cuando esté en forma de láminas muy gruesas, que no puedan cortar.

También sufrirán cambios en su fabricación los osos de peluche, cuya pelusilla deberá ser de un material que, en caso de inflamarse, se queme lentamente. Tampoco se podrán fabricar. muñecas de celuloide, por ser éste un material muy combustible, ni tampoco barbas o pelucas de un largo superior a los quince centímetros. En España, pese a no ser miembro de la CEE, los fabricantes nacionales seguirán estas normas a rajatabla, a pesar de que la legislación nacional -tan ambigua en este campo- no les obligue a ello, ya que España ocupa uno de los cinco primeros lugares entre los países exportadores de juguetes a los países de la Comunidad.

Prevenir sólo el daño físico

De esta manera se pretende acabar con las pequeñas o grande tragedias familiares que sobrevienen después de que el niño se ha comido una pieza del puzzle, una figura del mecano o un ojo de la muñeca, cuando no se ha tragado un petardo, como aquellos tristemente populares fósforos Garibaldi, que causaran la muerte a vario niños en el verano del 74.

Lo que estas normas no contemplan -con gran pesar de las asociaciones de amas de casa, de los psicólogos o de la mayoría de los consumidores- es que no se va a poner ningún tipo de cortapisa en la fabricación de juguetes que causan a los niños graves daños psíquicos, o, en otra palabra aquellos que deforman sus mentes. Nada se dice de las pistolas de aire comprimido, ni de las armas de «guerra», ni de los disfraces de los «hombres de Harrelson» que los niños se ponen para imitar mejor a esos horribles superpolicías de la televisión. Menos aún se pronuncian sobre la discriminación sexista de los juguetes, campo de batalla de los grupos feministas.

Cualquier madre -o mejor, cualquier madre tradicional- reprobaría con energía la conducta de su hijo si éste anduviese jugando con muñecas. Eso es cosa de niñas, le diría. Y, sin embargo, esta madre está perjudicando a su hijo sin darse cuenta. Esta es, al menos, la opinión de la psicóloga Pilar Ortiz, quien señala el tremendo error que supone privar a un niño, por el mero hecho de ser varón, de la posibilidad de liberar sus tensiones transmitiéndoselas a los muñecos. «Es frecuente -explica Pilar Ortiz- el caso de niñas que se comportan con sus muñecas exactamente igual que su madre con ellas. Hay niñas que tratan con auténtico sadismo a sus muñecas, obligándolas a comer a todas horas y pegándolas si no lo hace. De esta manera, la niña está traspasando la agresividad que la actitud materna le produce cuando la obliga a comer, agresividad que queda canalizada y liberada a través de la muñeca.» Con este razonamiento, la psicóloga justifica el espectacular éxito que ha tenido entre los niños la aparición en el mercado de los muñecos articulados. Los madelman y similares son los sustitutos «permitidos» para que los niños jueguen con ellos al igual que una niña hace con su muñeca, y los padres, al no ver en el niño «instintos afeminados» hacia las muñecas, se alivian porque «su niño no lleva camino de convertirse en uno de esos homosexuales marginados, tan mal considerados todavía por la sociedad española.

Juguetes «machistas»

Sin embargo, los atributos que rodean a estos dos tipos de muñecos despiertan las iras de las feministas. «Si la niña tiene que ser maternal, coqueta, sumisa y dulce -dice Sacramento Martí, de la Federación de Organizaciones Feministas-, lo propio de su sexo serán las muñecas con cocinita, tocador y modelitos. Si, por el contrario, el hombre tiene que ser trabajador, inteligente, competitivo y agresivo, los juguetes estarán de acuerdo con ese futuro a conquistar, y el varoncito tendrá su madelman con pistola, tanque y metralletas. Por eso afirmamos que los juguetes, además de sexistas, son machistas.»

«Además de los jugueles sexistas, los mecanizados y los bélicos son los que más perjudican a un niño», prosigue Pilar Ortiz. Estos últimos, porque provocan que el niño sobrepase los límites normales de agresividad, convirtiéndolos en unos futuros competidores violentos, y los mecanizados, porque anulan la creatividad y la imaginación infantil.

Nadie duda que, dentro de este montaje social, uno de los principales protagonistas es la publicidad, especialmente aquella que se transmite por televisión. La publicidad crea en los niños la imperiosa necesidad de consumir desde la más tierna infancia, como se dice, para que después, ya adultos, entren de lleno en el juego del consumismo desaforado que caracteriza nuestra sociedad. Crear necesidades de este tipo en un niño, que además no posee por sí mismo los medios económicos necesarios para satisfacerlas, es, además, tremendamente cruel. Algunos padres se aprovechan en cierta manera de esta circunstancia, y en las semanas próximas a los Reyes Magos amenazan constantemente a sus hijos para que hagan esta o aquella cosa, o de lo contrario «los Reyes te traerán carbón». El niño es sobornado, y no deja de ser patético el resultado de un estudio sociológico que se hizo años atrás en la revista Ciudadano sobre 1.500 cartas a los Reyes: El 52% de los niños reflejaban un enorme sentido de culpabilidad, acompañado de propósitos de la enmienda, que, afortunadamente, no cumplían jamás. «Dejaré de ser travieso y me portaré bien», o «yo he sido muy mala y he hecho sufrir mucho a mis padres, pero no lo volveré a hacer». Más significativo resultaba aquel niño que añadía: «si no cumpliese mi promesa, no traedme nada».

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