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Pese al millón de parados, los españoles rechazan trabajos que cubren extranjeros

Frente a los 4.654 trabajadores que emigraron de España durante los tres primeros meses del presente año, en este mismo período entraron en nuestro país 17.016 trabajadores extranjeros, según datos de un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre el desempleo entre la emigración de los países de la CEE. Este déficit que registra España en los movimientos migratorios de la mano de obra en el presente año, mientras que la cifra de parados se aproxima al millón de personas, lo justifica el informe de la OIT en el hecho de que «también parece haber trabajos que los españoles rechazan por estar muy mal remunerados o por las condiciones extremadamente inadecuadas del trabajo mismo».

Las últimas cifras proporcionadas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), sobre el desempleo relativamente bajo que sufren los trabajadores emigrantes en comparación con el desempleo global que acusan los países de la Comunidad Económica Europea (CEE), revelan claramente que los trabajadores emigrantes soportan hoy más que hace algunos años los trabajos mal remunerados, más duros, de escasas condiciones higiénicas (que no interesan a la mano de obra nacional desempleada), como única forma de subsistencia.En efecto -señala un informe de la OIT- los países de la CEE están batiendo el récord de desempleo, con un total que alcanza a los seis millones de desocupados, mientras seis millones de emigrantes que llegaron antes de que se congelara el ingreso de trabajadores extranjeros a la comunidad de los nueve con motivo de la recesión económica, parecer, haberse adaptado a su papel de huéspedes incómodos. De acuerdo a un censo que se realizó en el mes de julio último, sólo 300.000 desocupados de los países de la Comunidad son emigrantes.

Se da el caso -constata el programa mundial del empleo de la OIT- que en la industria francesa de la construcción, cuatro de cada cinco trabajadores suelen ser norteafricanos, portugueses o españoles. En Bélgica los trabajadores extranjeros extraen casi la mitad del carbón. En la República Federal de Alemania no se echó a ningún trabajador emigrante de los servicios de limpieza urbana durante la recesión económica. En la mayor parte de los hoteles y restaurantes de Suiza, donde generalmente los salarios son más bajos, los camareros son italianos o españoles.

Es sintomático y bastante irónico -señala la OIT- que más de doscientos egipcios hayan sido contratados por las pequeñas empresas siderúrgicas de «Reggio Emilia», en el norte de Italia, mientras los ejecutivos de dichas empresas declararon no haber encontrado trabajadores italianos para esos puestos, a pesar de que en el país hay más de un millón de desempleos registrados, y que en el extranjero trabajan más de dos millones de italianos.

En cifras oficiales, el informe sostiene que en España «también parece haber trabajos que los españoles rechazan», por ser muy mal remunerados o por las condiciones extremadamente inadecuadas del trabajo mismo. Según esas cifras, en los tres primeros meses de 1977 salieron de España 4.654 emigrantes, mientras que la inmigración fue de 17.016 trabajadores extranjeros. Esta última cifra -indica el informe- representa el número de personas que entraron legalmente en España para trabajar, pero el número de inmigrantes ilegales sería más del doble. (En estos datos no está contemplada la fuerte corriente migratoria por razones políticas y económicas proveniente de países latinoamericanos, especialmente de Argentina, Uruguay y Chile.)

La OIT calcula que desde el período 1973-1974, que marcó el auge de las migraciones laborales, hasta la fecha, han regresado a sus países 1.300.000 trabajadores, cifra que no ha surtido casi ningún efecto en las dimensiones de la población extranjera de los países de Europa occidental, que se estima en unos trece millones de personas.

Para 1985 -señala el informe- el número podrá haber aumentado aún más, aunque la cantidad de trabajadores emigrantes no varíe. El fenómeno se debería a que a pesar de las hostilidades y las restricciones locales, las familias de esos trabajadores siguen viajando para unirse con ellos.

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