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CRÍTICA DE EXPOSICIONES

Art-decó, objetos 1925

El enorme interés despertado durante la última década entre el público norteamericano y europeo por el estilo art decó, llegó tarde y con dificultades a nuestro país. El chispazo que había provocado la gran exposición retrospectiva de 1966 en el Museo de Artes Decorativas de París tuvo, en un principio, poca repercusión entre nosotros, fuera de algunos círculos reducidos.Esto podría explicarse, quizá, por la notable diferencia de alcance que el decó tuvo, en su momento, en uno y otro lugar. Mientras que la primera postguerra mundial impulsó el estilo hasta niveles delirantes, tanto en Europa como en Estados Unidos, el asunto resultó para nosotros mucho más breve y problemático.

Art decó, objetos 1925

Galería EdurneCalle Monte Esquinza, 3

La historia del decó en España permanece, en buena medida, por hacer y puede que no resulte fácil. Si su aparición mundial vino provocada por las necesidades de adaptación de las manufacturas suntuarias a las pautas de producción racionalizada que la gran industria imponía, con todas las connotaciones formales que en ello se generaron y que yo intenté hacer explícito, hace tiempo, en estas páginas, entre nosotros hay que buscar las causas fundamentalmente en el mimetismo.

La influencia decisiva que la Edad de Oro de la industria catalana tuvo en el desarrollo, local pero extraordinario, del Art Nouveau, llegó tarde a la hora del decó. El desfase industrial español lo redujo de nuevo, en lo fundamental, al estrecho ámbito de la euforia económica de una Barcelona que sacaba partido de la gran guerra de 1914-18. Como mostraban Alicia Suárez y Merce Vidal, en su prólogo al libro de P. Maenz, tal fue la situación que favoreció la aparición del FAD, única representación española digna de la exposición parisiense de 1925. Fue, pues, entre nosotros, un fenómeno tímido en su expresión y corto en alcances.

Las ansias de geometría, que la modernidad exigía a nuestros espíritus ilustrados y progresistas, se decantaron pronto hacia soluciones razonablemente más radicales. Así, los arquitectos madrileños de la generación del 25 y, en mayor medida, los del barcelonés GATEPAC, optaron por los senderos puristas de Bauhaus y l'Esprit nouveau, y dirigieron severísimas condenas contra las veleidades del decó.

Pero el enemigo era pequeño y, como es usual, principalmente ultramontano. De hecho, nuestros dibujantes de más valor, entre los que practicaban el estilo (García Benito y Sáenz de Tejada), trabajaban fundamentalmente para los grandes magazines internacionales. Los círculos amateurs, por su parte, se nutrían, a la medida de sus posibilidades, de las grandes firmas extranjeras. Tal es el caso del célebre salón de baño encargado por la duquesa de Alba a Rateau en 1925, y resuelto por éste en ese estilo semiimperio que caracteriza los comienzos del decó. Queda, por supuesto, en el tintero todo un censo de artífices patrios que será preciso reseñar y ponderar en su momento.

Por todo ello, por nuestro ayuno y necesidades de balance, es necesario saludar la excelente exposición ofrecida por la galería Edurne Organizada por Joaquín Lope, con la colaboración de los establecimientos Tarzán, de Barcelona, y Fanal, de Madrid, ejemplifica con precisión el universo de ese estilo «cubista» que horrorizaba a la reciedumbre nacional de nuestros mayores. Es preciso hacer constar aquí que sus organizadores son sin duda quienes más han hecho, desde el terreno profesional, por despertar el interés nacional por el decó en estos últimos años.

Lo que ahora nos presentan, en la primera exposición madrileña de este corte, justifica, por la selección de las piezas y una sugerente presentación ambiental, el interés que pueda despertar en el público. Encontramos aquí obras de algunas de las mejores firmas del palmarés internacional. Destacaremos piezas de cristal de fabricantes tan prestigiosos como Lalique, la gran estrella del vidrio decó, Legras o los hermanos Daum, que alcanzaron merecida fama durante el período Art Nouveau por su colaboración con Gallé. A ello habría que incluir las figuras de los talleres vieneses de Hagenaver o un dibujo de Lepape, que fuera diseñador de modas para el célebre modisto Paul Poiret. Pero es preciso no pasar por alto toda una serie de piezas anónimas que poseen a veces mayor interés que sus parientes de rancio linaje.

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