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Puede desaparecer el Sanatorio de Toreros, tras medio siglo de existencia

«El Sanatorio de Toreros está anticuado; carece, con mucho, de los medios que exige una medicina moderna; su rentabilidad es ridícula para la Asociación Benéfica de Auxilios Mutuos de los Toreros, entidad propietaria del sanatorio, la cual, a su vez, atraviesa un momento económico dificilísimo y tiene prácticamente en desamparo a sus pensionistas.»

« El Sanatorio de Toreros cumple satisfactoriamente su función de asistencia sanitaria a estos profesionales; sus medios, aunque siempre mejorables, son los adecuados para gran parte del tipo de lesiones y heridas que en él se atienden; es una obra propia de los toreros, con solera, símbolo insustituible de la fiesta; tanto hogar como clínica, donde espadas y subalternos se encuentran como en su propia casa. »Estas son las dos posiciones encontradas en torno al Sanatorio de Toreros y su futuro, que será debatido en la asamblea de la asociación, que tendrá lugar en Madrid el próximo miércoles.

El fondo de la cuestión es que la Asociación de Auxilios Mutuos de Toreros no tiene más ingresos que las cuotas de sus socios, de muy exigua cuantía, más un canon anual que abona el Montepío de Toreros por su utilización, que es, aproximadamente, de 1.750.000 pesetas.

Mientras tanto, los pensionistas, gran parte de ellos dramáticamente necesitados, perciben pensiones de que en muchos casos les suponen diez pesetas diarias. Como la revalorización de estas pensiones parece problema insoluble en estos momentos, una parte de los socios propone que el Sanatorio se ponga en venta, con la esperanza de que podría fijársele un precio francamente alto, dado que el solar, que se encuentra en pleno corazón de la barriada de Ventas, tiene mucho valor.

. Por el contrario, otra parte estimable de los socios, más la mayoría de los toreros en activo, son partidarios de que se arbitren fórmulas para la subsistencia del sanatorio -jamás la venta-, que podrían ir desde el establecimiento de un concierto con el Mutualismo Laboral hasta la edificación de nuevas plantas para su venta y alquiler, con cuyo producto podría crearse un fondo que se dedicaría a la mejora de las pensiones.

Los gastos que ocasiona el sanatorio son sufragados, como decíamos, por el Montepío de Toreros, al que se calcula le cuesta el mantenimiento del centro unas 20.000 pesetas por cama y día. Pero el propio Montepío es una figura peculiar, toda vez que por una sentencia del Tribunal Supremo no existe, pese a lo cual los toreros, a salvo morosos, continúan pagando puntualmente sus cuotas y beneficiándose de la asistencia sanitaria que en el mismo se presta.

La Asociación Benéfica de Auxilios Mutuos de Toreros es una obra social que idearon Mazzantini, primero, Minuto, después, a finales del siglo XIX, sin que pudieran llevarla a la práctica. Más adelante Ricardo Torres Bombita reavivó la idea, que pudo convertirse en realidad en 1909, gracias a la decidida colaboración que tuvo en Carlos Caamaño, economista y durante aquellos años director general de la Deuda y Clases Pasivas, Y en Víctor Ruiz Albéniz, cirujano y escritor taurino, que firmaba sus crónicas con el seudónimo El Tebili-Arrumi.

Fue la asociación, en el concierto de la época, un gran avance social que sirvió de modelo a otras instituciones. La asistencia por accidente a los socios se hacía mediante servicios concertados, y el herido gozaba, además, por cada día de inactividad, de una asignación que, para los niveles económicos de su tiempo, era notable.

Marcial, "el más grande"

El 9 de junio de 1924 la asociación compró un hotel en la calle Bocángel, de Madrid, que, tras las oportunas obras de reforma, empezó a funcionar como Sanatorio de Toreros en 1927. Hay que señalar aquí que en aquel año de la compra el presidente de la asociación era Marcial Lalanda, el cual no tenía la edad para ocupar este cargo y hubo de obtener para ello la emancipación paterna.

Marcial -el más grande- ha sido desde entonces e1 alma de la asociación, que aún preside, medio siglo largo después. Y es, naturalmente, su defensor más firme, por la fe que tiene en esta obra, con seguridad la única que ha sido creada y mantenida por los toreros en toda la historia de la tauromaquia. La gran pirueta sería ahora que los propios toreros cerraran el ciclo siendo también sus destructores. Esta paradoja es el problema que habrán de plantearse en conciencia el próximo miércoles, cuando, democráticamente, adopten una decisión que, en su ámbito, va a ser histórica y quizá irreversible.

Es sintomática la identificación profunda que la afición ha tenido siempre con la asociación, a la que familiarmente llamaban Montepío, de tal suerte que la corrida de más solera y que contaba, sin excepciones, con la mayor afluencia de aficionados, era la que se organizaba a beneficio de la institución. Los toreros, a su vez, tenían a gala participar en ella, y siempre el cartel estaba compuesto por las principales figuras de cada momento, que además toreaban gratuitamente. Pero los nuevos tiempos -primero la dictadura de determinados apoderados, luego la de la oligarquía empresarial-cambiaron este signo, de modo que la corrida del Montepío ya no la torean las figuras, sino los modestos, y, por añadidura, cobrando buenos honorarios.

Esa identificación de los aficionados, unida a la propia historia de la asociación, legado inapreciable de quienes podríamos considerar padres de la tauromaquia, hacen que aquélla tenga todo el valor de un símbolo insustituible, que se materializa en su más preciada obra, que es el Sanatorio de Toreros. Cierto que necesita mejoras, indudablemente costosas, como cierto es que las renovaciones de los medios han sido contadísimas y no siempre brillantes. La dotación de material es aproximadamente la misma que cuando se fundó. La mesa de operaciones, estrenada en 1927, no se renovó hasta 1959. Ha habido, en estos cincuenta años, tres obras de ampliación -no precisamente excesivas- e implantación de los servicios de rayos X y onda corta. Poco más. Pero, en contrapartida, los servicios asistenciales que allí se han prestado han sido preciosos, y de ello dan fe generaciones y generaciones de toreros.

Quienes defienden al Sanatorio son conscientes de estas deficiencias y de la necesidad de subsanarlas, lo que acaso pueda hacerse cuando se solucione el problema de la seguridad social de los toreros, cuestión que, por cierto, no está nada clara. La situación es, en estos momentos, que los toreros, por disposición ministerial, aparecen en una mutualidad, aglutinados con los escritores, artistas de variedades y agentes de comercio. ¿Qué tendremos que ver con todo esto?, se preguntan los toreros. Y piden audiencias a la Administración, sin éxito, porque desde que se disolvió su montepío nada han podido concretar en el departamento correspondiente: en cuanto abrían un cauce, les cambiaban el ministro. A Licinio de la Fuente, que acogió con interés la cuestión del régimen especial de la Seguridad Social de los toreros -según manifiestan los representantes de estos profesionales-, le sucedieron en la cartera de Trabajo, con gran celeridad, José Solís, Fernando Suárez, Alvaro Rengifio y, por si fuera poco, vino después el cambio de Ministerio, con la creación del de Sanidad y Seguridad Social. Aquí, parece ser, ya han llamado también a la puerta. Y esperan.

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