Juicio contra la "violadora" de un misionero mormón
Los magistrados de Epsom, en el condado de Surrey, llevan varios días escuchando uno de los juicios más extraordinarios que hayan podido celebrarse: las experiencias de un misionero mormón durante los tres días del mes de septiembre pasado en los que estuvo secuestrado. Uno de los abogados lo dijo antes de iniciar su intervención: «Este es un caso muy poco común. Los hechos sólo pueden ser descritos como extraños.»Kirk Anderson, misionero mormón de veintiún años, fue secuestrado y más tarde encadenado a una cama donde se le forzó -versión del joven- a tener relacines sexuales con una ex reina de belleza, la señorita Joyce McKinney, de veintiséis años. La señorita fue ayudada en estos menesteres por su amigo Keith Joseph May, de veinticuatro años. Los tres protagonistas son de nacionalidad norteamericana.
Según dijo la acusación privada en la primera sesión del juicio, Joyce McKinney tiene dos pasiones: su odio por la Iglesia mormona, de la que teme represalias, y su amor por uno de sus miembros, el citado misionero. Esta pasión hizo que le persiguiera miles de kilómetros desde Estados Unidos a Gran Bretaña. Llegó incluso a alquilar los servicios de detectives privados para que siguieran la pista del mormón.
Se habían conocido en 1976, en Utah, y a los nueve días hicieron el amor. El misionero admite que infringió en aquella ocasión tres preceptos mormones al mismo tiempo: uno que prohibe las relaciones sexuales antes del matrimonio; otro, estar a solas con una persona del sexo contrario, y el tercero, llamar a alguien por su nombre de pila. Kirk Anderson se sintió culpable por el affaire y acudió a su obispo en busca de consejo. Pero la señorita McKinney no tenía tantos complejos de culpabilidad y, además, se empeñó en no dejar escapar al joven mormón.
El miércoles 14 de septiembre, trasladada la acción a Inglaterra, Joyce y su amigo May secuestraron a Anderson, fuera de la Iglesia de los Santos del Ultimo Día, en Ewell, también en Surrey. Después de cinco horas de coche llegaron a una casa de campo situada en Devon, alquilada por Joyce, según sus declaraciones, para pasar su luna de miel con Kirk. Las armas utilizadas en el secuestro fueron dos revólveres de imitación y una botella de cloroformo, como en la película El coleccionista.
A la mañana siguiente, May marchó a Londres para alquilar otro automóvil. Joyce, por su parte, le hizo saber a Kirk, según dice el joven, que el precio del rescate era dejarla embarazada.
Durante el jueves y el viernes, Anderson simuló acceder a lo que se le pedía, como único camino para asegurarse su liberación. Le dijo a Joyce que se casaría con ella, le dio un anillo y escribió una carta en este sentido. Joyce, al parecer, no lo tomó como una estratagema, sino como la verdad. El viernes por la mañana, aún solos en la casa, la chica desató las cadenas con que le habían atado a la cama, pero no se produjo ningún intento de escapar por parte de Anderson. Esa misma tarde, May regresó con un nuevo coche, le condujeron durante veinticinco minutos y Anderson telefoneó al jefe de su iglesia diciéndole que volverla al día siguiente. En el juicio ha declarado que estaba esposado cuando hizo la llamada.
La noche del viernes, la tercera del cautiverio, May y McKinney, utilizando cadenas con candados y cuerdas, le ataron a las cuatro esquinas de la cama, de tal manera que Anderson quedó tendido sobre su espalda, con los miembros, extendidos, sin poder servirse de ellos. Joyce le desnudó, ha contado luego el joven, rasgándole el pijama hasta dejarlo desnudo y arrebatándole también una prenda especial de ropa interior con la que, al parecer, el mormón protegía su castidad. Anderson quemó luego esa prenda porque la consideraba sagrada y, según él, había sido profanada. El misionero no deseaba llegar al coito, pero fue estimulado oralmente por su partenaire. A las preguntas del abogado defensor reconoció que las relaciones sexuales se repitieron por tres veces esa noche, y como excusa dijo que tenía miedo de que al negarse le encadenaran otra vez.
Al día siguiente, Kirk Anderson fue puesto en libertad, conducido a Londres, donde paseó por Trafalgar Square y almorzó con la señorita McKinney en Piccadilly.
No intentó escapar en ningún momento y finalmente regresó a Epsom en tren. May y McKinney regresaron a Devon, donde fueron detenidos por la policía.
La versión de los abogados defensores de la chica difiere en lo fundamental. Insisten en que todo fue parte de un juego erótico y que los encadenamientos sólo tuvieron lugar durante las relaciones sexuales como parte de los sofisticados escenarios que la pareja había planeado de antemano. Anderson niega todo carácter de juego premeditado a lo que ocurrió durante los tres días en la casa de campo y contesta rotundamente que no se divirtió en absoluto haciendo el amor.
La vista de la causa proseguirá durante algún tiempo todavía. Antes de ser llamado a declarar, el misionero mormón permaneció sentado leyendo la Biblia. Joyce tomó muchas notas durante las declaraciones de Anderson y sonreía a veces al oír sus respuestas.
La historia ha merecido espacios considerables de las primeras páginas de todos los diarios londinenses, populares y serios. Entre los distintos chistes de la prensa de los últimos días, destaca uno en el que se ve a un grupo de ancianos haciendo cola, se acerca otro y pregunta: «¿Es aquí donde uno se apunta para hacerse mormón?»
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