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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Los obispos y la Constitución

Pío XII, que no fue ningún progresista, pero que era bastantes veces Progresivo, propugno en un discurso a los periodistas católicos, el 15 de febrero de 1950, la existencia -en el seno de la Iglesia católica de una opinión pública formada y expresada libremente. Porque -decía- «algo le faltaría a su vida si careciese de opinión pública" defecto cuyo vituperio recaería sobre los pastores y los fíeles».En ejercicio de esa indispensable opinión pública eclesial, deseo manifestar abiertamente mi profunda disconformidad con el documento emitido por nuestros obispos acerca de la Constitución que se está elaborando por las Cortes.,

Los obispos vienen a decir, aunque no se expresan con entera claridad (cosa que es, a mi juicio, otro defecto de su documento), que la Iglesia española no- quiere ningún' privilegio, pero que exige una situación legalmente privilegiada. Esto me parece poco serio. Y, como es contradictorio, quedémonos con la primera parte: que no haya privilegios para la Iglesia. Y, naturalmente, que haya para ella libertad, dentro de la igualdad de un orden democrático, sin ningún tipo de discriminación para católicos y para no católicos en la legislación y en las instituciones públicas.

Los católicos somos perfectamente libres, como ciudadanos, para propugnar esto sin ambages. Tan libres después del documento de los obispos, como antes de él.

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Opino que sería un error funesto dejarnos arrastra por veladas o ambiguas invitaciones a meternos en una nueva «guerra de religión», en defensa de un «integrismo enmascarado». Con disfraz o sin él, el integrismo me parece cosa del pasado. Por favor, no vayamos a repetir en 1977 y 1978 malos pasos de 1931 y 1932.

Reconocemos a nuestros obispos el derecho de decirnos lo que piensan. Pero, como católicos, recabamos el derecho a no estar de acuerdo con ellos y a obrar conforme a nuestro leal saber y entender. Aquí no entra en juego ningún dogma de fe, ni gozan nuestros obispos de ningún tipo de infalibilidad. Así que «gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad ».

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